La democracia nace no sólo como un gobierno del pueblo, sino como un sistema político para limitar el poder. Sí. Hay evidencias históricas.
Un papiro descubierto en 1890 en al-Hiba (El Hiba), Egipto, narra que un diplomático de la ciudad de Tebas, llamado Unamón, viajó por barco alrededor del año 1100 a.C. al próspero puerto fenicio de Biblos, 700 Km al oriente de Atenas. Ahí, Unamón compró a los mercaderes madera fina de los bosques de robles de las montañas cercanas.
Centenares de esclavos y 300 bueyes transportaron la madera y cargaron en la embarcación que estaba anclada en el puerto. Justo cuando Unamón y su tripulación iban a zarpar, una flota hostil de 11 naves del pueblo vecino de Theker rodearon su embarcación. Una muchedumbre reunida en el muelle en forma de luna creciente de Biblos gritaba enardecida. La violencia imperaba en el aire mediterráneo. Un consejero corrió en seguida para solicitar su intercesión al príncipe de Biblos, Zakar-Ba’al.
El soberano llegó al muelle. Sereno, anunció a Unamón y a su gente que les proporcionaría jarras de vino, una oveja para rostizar y una cantante para alegrarlos. Después dijo que iba a evaluar el conflicto y reflexionar sobre ello por la noche. “A la mañana siguiente -se lee en el papiro- Zakar-Ba’al convocó a su mw-‘dwt, se colocó en medio y les dijo a los de Theker: ‘¿A qué habéis venido?’”. Este pasaje se encuentra en el libro “Vida y Muerte de la democracia” del profesor australiano John Keane.
El término «mw-‘dwt» es una antigua palabra semítica que significa asamblea o consejo. Esos consejos tuvieron enorme poder sobre los monarcas de muchas partes de Fenicia. Keane escribe que esos consejos estuvieron conformados por comerciantes y ricos mercaderes. Un tratado del siglo VII a.C., firmado por los reyes de Asiria y Fenicia, sugiere que una asamblea de ancianos gobernó como “contrapoder” a la par del Rey.
La democracia moderna convirtió esas asambleas, que datan de hace 3.000 años, en asambleas legislativas con el mismo fin de aquel entonces: ser el contrapoder del gobernante. La democracia representativa le señaló una misión medular: ser depositaria de la soberanía popular. La República le dio una tarea: traducir la voluntad general en leyes. La Revolución Francesa la encumbró para consolidar el gobierno de las leyes en lugar del gobierno de los hombres (reyes, tiranos o presidentes sin límites).
Los parlamentarios comenzaron a ser elegidos por voto popular para que sean representantes directos de sus electores. Por esta razón, el Poder Legislativo está integrado por miembros de todos los partidos políticos que hayan obtenido la votación suficiente como para tener el honor de representar a los ciudadanos. Ahí conviven mayorías y minorías.
En consecuencia, si son representantes directos de los intereses de los ciudadanos, ¿por qué diputados y senadores, al menos en el caso de Bolivia, defienden sólo los intereses de un partido o de un jefe político, y no de la gente que votó por ellos y ellas?
Hay asambleístas que cumplen la función de delegados y defienden con fanatismo a sus grupos corporativos. Es decir, anteponen sus intereses sectarios a los intereses nacionales. Velan por el bien de su gremio y sacrifican el bien común. O presentan los objetivos de su sector como si fueran altos objetivos de la nación.
Entonces, casi todos los asambleístas pierden el nexo con sus representados después de haber recibido el favor del voto. Ya en la Asamblea, cambian de partido o de bando en función de sus ambiciones personales o intereses de su grupo.
En consecuencia, los asambleístas pierden su virtud de legislar en favor del bien común. Fiscalizan sólo para favorecer a los suyos o sólo cuando conviene al poder que se supone que deben equilibrar. Pocos son los diputados y senadores que cumplen su función de ser los ojos, oídos y la lengua de sus electores. En definitiva, ya no cumplen el papel que la humanidad les asignó hace más de 3.000 años: ser el contrapoder del gobernante. Pasan a ser simples “levantamanos”. Títeres del poder. Por culpa de éstos, gran parte de la gente cree que la democracia no sirve cuando en realidad son aquellos los que no sirven.
¿Qué sucede cuando el Parlamento incumple su función de ser el contrapoder por antonomasia? La democracia se deteriora porque ya no sostiene el sistema de pesos y contrapesos. Ya no es un órgano vigilante, deliberante y productor de leyes. Pierde su esencia y los parlamentarios promueven la acumulación del poder en un político o en un partido. Por eso, nombran como candidatos a magistrados a los acólitos de su jefe o a militantes de su partido. Es más, incumplen la Constitución y sostienen a unos autoprorrogados que quitaron atribuciones constitucionales a la mismísima Asamblea.
Lo peor de todo, ya no escuchan a los ciudadanos que buscaron en etapa electoral para que les den el honor de representarlos. Entonces, su existencia se convierte en antidemocrática. En consecuencia, ya no tiene sentido pagarles alrededor de tres mil dólares cada mes a cada uno. Los representados pagan a sus representantes por su tiempo, sus conocimientos y sabiduría. Tiempo para vigilar y fiscalizar al poder en favor de los intereses de la nación y luego de sus electores. Conocimientos para legislar, debatir y concertar en pro del bien común. Sabiduría para nominar a las personas más idóneas en cargos públicos.
¿Cómo resolver este problema que deteriora la democracia? A mediano plazo, elevar los niveles de formación de la sociedad porque los políticos, en cierto modo, son el espejo de la comunidad que representan. A corto plazo, proponer a los asambleístas tener un canal de comunicación directo con sus electores con dos objetivos:
En democracia, el representante rinde cuentas ante su electorado. El parlamento debe volver a ser la piel sensible del cuerpo político y frenar a todo proyecto de tirano que quiere sostenerse en el gobierno con la falacia de que la reelección eterna es un derecho humano o que la palabra de los violadores de la Constitución (autoprorrogados) es la misma Constitución. Los países cuyos parlamentos cumplen esta función básica son desarrollados y sus habitantes viven bien.
Bolivia necesita una Asamblea como aquella Asamblea de Zakar-Ba’al que limitó las ambiciones de los habitantes de Theker, sugirió al gobernante proceder con diplomacia y permitió a Unamón transportar su mercancía porque esa actividad favorecía a la gente de Biblos. El bien común antes que el bien de un grupito.