Si a usted le gusta los chismes, la historia económica, el cotilleo intelectual y las fantasías académicas, invito a leer mi artículo y también otros articulistas que hablan sobre el decreto supremo 21060. Archondo, el joven, y Ballivián, la testigo.
Pero hay más: también han escrito sobre este tema Roberto Laserna, Raúl Peñaranda y Juan José Toro.
Comencemos con un antecedente histórico para los más jóvenes. Antes de que existieran los likes, el wi-fi y la inflación del streaming, en Bolivia tuvimos una experiencia un poquitito más intensa: una hiperinflación de más del 8.000% anual. Sí, leyeron bien. Ocho mil. Con tres ceros. No era que los precios subían… ¡se multiplicaban como conejos después de un Red Bull!
Para parar esa locura, en 1985 llegó el Decreto Supremo 21060, algo así como el “botón rojo” de la economía boliviana. Fue el equivalente a aplicar reanimación cardiopulmonar a un país moribundo… con una motosierra. ¿Qué hizo este decreto milagroso y despiadado al mismo tiempo? 1) Tipo de cambio único y libre: Se acabaron los múltiples tipos de cambio y el dólar dejó de jugar al escondite. Si tenías dólares, podías cambiarlos en el mercado sin miedo a ser perseguido como contrabandista. 2) Fin de los subsidios generalizados: Bye bye gasolina subsidiada y alimentos a precio político. 3) Congelamiento de salarios: Porque según el manual, el estómago puede esperar, pero la inflación, no. 4) Despido de miles de empleados públicos, especialmente mineros. La COB lloró, marchó, bloqueó… pero el decreto no tembló. 5) Reducción drástica del déficit fiscal: Se acabó el festival de gasto estatal financiado con la maquinita de billetes. 6) Apertura al libre mercado: Bienvenido el capitalismo sin corbata. El Estado dejó de vender helados y pollos. 7) Reestructuración de la deuda externa: Porque ni el FMI presta si no limpias primero tu cuarto.
En resumen: el 21060 fue una ducha fría para una economía febril. Funcionó. La inflación fue domada. Pero el costo social fue tan alto que aún resuena en la memoria colectiva como ese medicamento amargo que te salva… pero que no quieres volver a probar.
Ahora bien, como cada cierto tiempo, con la precisión de una crisis económica o el aniversario de la Unidad Democrática y Popular (UDP), vuelve a revivirse la eterna polémica: ¿quién fue el verdadero padre del Decreto Supremo 21060? Todos debaten sobre esa criatura robusta y antipática que vino al mundo un 29 de agosto de 1985, con nombre de decreto y apellido de shock.
La disputa es digna de una telenovela política. Por un lado, están los que aseguran que el padre fue Jeffrey Sachs, un joven y prometedor economista de Harvard que, como misionero monetarista, habría descendido a las tierras altas del norte imperialista para evangelizar a los bolivianos con las escrituras sagradas del Consenso de Washington… aunque, seamos precisos, ese consenso ni siquiera había sido redactado aún. Pero no importa, el relato suena bonito. Sachs, según esta versión, llegó con su valija llena de fórmulas mágicas, gráficos del FMI y tal vez una estampita de Milton Friedman. Como si Bolivia no tuviera técnicos capaces, él trajo el “plan” y como Moisés moderno, levantó su varita mágica, calmó las aguas turbulentas del hiperinflación.
Del otro lado están quienes afirman que el 21060 es un hijo legítimo de la tecnocracia boliviana de derecha, cuyos miembros se reunían entre los corredores del ADN y el MNR, el Banco Central y alguna oficina con olor moho. Dicen que el plan ya estaba escrito, con máquina de escribir y mucho estrés, por economistas criollos que sabían leer a Dornbusch y Fischer, y su clásico libro “Macroeconomía” y que no necesitaban ningún gringo para descubrir que una hiperinflación de 8.000% requería un torniquete económico. No hablaré de nombres para no comprometer mis amistades.
Estos patriotas de la estabilización recuerdan, además, que Hernán Siles Zuazo aplicó seis (sí, seis) planes de ajuste antes del 21060, y que el último de ellos, justo el sexto, era sospechosamente parecido al famoso decreto. ¿Coincidencia? ¿Plagio? ¿Telepatía? Tal vez solo evidencia de que el manual de ajuste estructural no es una pieza original, sino más bien el “ABC” de cualquier curso de macroeconomía que se respete y se aplica cuando los egresos son mayores que los ingresos del Estado. ¿Qué es lo que se debe hacer? No fue magia. Ni boliviana ni extranjera.
Lo que sí fue magia, o al menos ilusionismo político, fue la capacidad de Víctor Paz Estenssoro para implementar el plan. Porque, seamos sinceros: diseñar un plan de estabilización no es lo más difícil, hacerlo pasar en medio de una sociedad al borde del colapso, con sindicatos en armas y partidos descompuestos, eso sí fue un acto de prestidigitación de primer nivel. El verdadero padre del plan, si nos ponemos finos, fue el poder político que logró imponerlo y sostenerlo, no necesariamente el economista que lo redactó en su Olivetti.
En resumen: no hay un padre, hay un club de paternidad compartida entre tecnócratas bolivianos, académicos internacionales y un líder y políticos que supieron actuar como obstetra de la nueva era neoliberal. Lo demás es pelea de gallos entre egos económicos.
Eso sí: quien sea el padre, que venga a pagar la pensión retroactiva. Porque el hijo todavía anda suelto por ahí, con su librito bajo el brazo y una obsesión por los equilibrios fiscales.
Nota a pie de página, o más bien de historia: En 1985, Sachs era visto por la izquierda boliviana, y buena parte de la militancia combativa, como el diablo encarnado de corbata. Era la personificación del imperio, el enviado especial del mercado libre, el doctor Muerte de los salarios congelados. Una suerte de exorcista monetario llegado desde Harvard con recetas de shock que dolían más que la inflación.
Pero, como sucede con muchos villanos públicos, el tiempo es un maestro del matiz. Si uno rasca más allá del mito, verá que Sachs también participó en el diseño de políticas sociales post shock que intentaron paliar la devastación inicial. No fue solo el coautor de la amputación, también apareció con algunos vendajes. Aunque, claro, la historia oficial suele omitir estos detalles por no arruinar la narrativa épica.
Hoy, Sachs dirige el Center for Sustainable Development en la Universidad de Columbia. Ahora es un declarado socialdemócrata, ambientalista, defensor de los derechos humanos, del desarrollo sustentable y del multilateralismo con rostro humano. Es decir, para la nueva derecha global… un comunista de salón. O quizás, simplemente, siempre fue así y la izquierda boliviana estaba demasiado ocupada buscando al gringo malo para detenerse a leer los pies de página de sus papers.