Si estás deprimido y confundido/Y no recuerdas con quién estás hablando/La concentración se escapa/Porque tu chica está muy lejos/Bueno, hay una rosa en el guante/Y el águila vuela con la paloma/Y si no puedes estar con la persona que amas/Ama a la persona con la que estás.
Siempre que escucho esta canción, compuesta por Stephen Stills, de la banda de las inescrutables armonías folk rock y de la influencia en la contracultura estadounidense de los 70, Crosby, Stills & Nash, me pregunto si su letra, tan llena de aparente ironía, no será en verdad un consejo prudente como los que dan las abuelas, solo que hecho con buena música: “Si no puedes estar con aquel al que amas, ama a aquel con el que estás” (el lenguaje inclusivo me rebela así que hago explícito que esto vale para ambos lados).
Estos músicos –descreídos del amor platónico–, son los mismos que, con Neil Young en el grupo, cantaban “una oda a la felicidad doméstica”, que se originó después de que el integrante Graham Nash y su compañera –con la que vivía–, Joni Mitchell, salieran a desayunar y compraran un florero barato que a ella le había gustado. Nada más. Our house, is a very, very, very fine house/With two cats in the yard/Life used to be so hard/Now everything is easy ‘cause of you.
De algún modo, eso de domar los sentimientos ha funcionado tradicionalmente en diversas culturas, en las que, por ejemplo, se conciertan (que no fuerzan) los matrimonios. Las parejas suscriben acuerdos por los que se comprometen a estar con la otra persona bajo la premisa de aplicar “la triple A”: Amabilidad, Atención a las necesidades del otro y Aguante.
Me vino a la cabeza todo esto al leer un reciente artículo de Sayuri Loza, titulado “¿Alguna vez han amado?” (en una clara alusión a la pregunta dramática que su padre, el compadre Palenque, les hiciera en calidad de interpelación a los periodistas curiosos por su crisis conyugal con Mónica Medina). En la nota, con su acostumbrada honestidad intelectual y simpatía, la columnista ponía en evidencia que, pese a que los matrimonios ya no son pactados y que cada quien elige ahora con quién casarse, los divorcios superan –por mucho– a las alianzas perpetuas (esas que resisten hasta que la muerte las separa).
Sayuri plantea, con obvio pesimismo, que cada vez y por distintas razones, encontramos más dificultades para enamorarnos. Es que nos estamos volviendo cada vez más vanidosos. Aquí creo, es donde Stills hace lo suyo, pues en términos emocionalmente pragmáticos, nos plantea una opción sencilla y tal vez más certera (ama al que, estando ahí “al ladito”, te ama o puede llegar a amarte). Sucede que, como tendemos a la idealización, segamos la probabilidad más próxima. Por ver el bosque, perdemos de vista el árbol.
Carlos Fuentes escribía en una de sus páginas: “Ama a la mujer que te admira”. Con lo que para el escritor mexicano, la fórmula de acercar a quien no opone resistencia y hasta es capaz de contemplar, podría ser el inicio de un acuerdo quizás imperecedero. Aquello me haría colegir que es probable educar el corazón y aplicarle terapias de reconducción conductual cuando se vuelve caprichoso.
La frase “love the one you are with” suena en verdad cínica, pero si le prestamos la debida atención, y la interpretamos con benevolencia y cierta gracia, advertiremos su valor y hasta nos reiremos de lo burocráticos que somos al momento de construir el personaje con el que queremos emparejarnos, mientras existen vías más sencillas que implican menos riesgos emocionales. A veces conviene más amar lo posible.
De lo que se trata es de atender las señales y de no desvivirse en una búsqueda que puede resultar una empresa dolorosa y desgastante. Tal vez todo se reduce a lo que aconsejaría Benjamin Franklin, intentar mantener los ojos bien abiertos antes de la relación y medio cerrados, después...
Recuerdo que cuando yo era pequeña había una campaña publicitaria de prevención que señalaba: “Los accidentes no nacen… se hacen”. Es decir, no surgen espontáneamente sino que son propiciados por los individuos. ¿No será el amor un accidente? Ya, mejor aquí lo dejo.
Daniela Murialdo es abogada.