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H Parlante | 10/09/2020

Los hermanos gringos: al rescate o al ataque

Rafael Archondo Q.
Rafael Archondo Q.

En el verano de 1953, el Departamento de Estado, que es la cancillería de los Estados Unidos, tomó dos decisiones vitales y sincronizadas: derrocar a Jacobo Arbenz Guzmán, presidente de Guatemala, y rescatar a Víctor Paz Estenssoro, presidente de Bolivia. Para lo primero, dispuso de 20 millones de dólares; para lo segundo, solo de 8,4 millones de dólares. A Arbenz le lanzó plomo desde los aires; a Paz, le compró 10 mil toneladas de estaño nacionalizado.

¿Por qué no aniquilaron los gringos al unísono a ambas revoluciones?, ¿acaso ambas no habían empezado a aplicar una Reforma Agraria?, ¿acaso ambas no eran respaldadas por los escasos comunistas locales?, ¿acaso ambas no habían expropiado los activos ociosos de los grandes capitalistas de sus respectivos países?, ¿acaso ambas no coqueteaban con Moscú o Praga, centros operativos del bolchevismo internacional?

El hecho es que en Washington se optó por diferenciar: fulminaron a Guatemala y premiaron a Bolivia.

En los escritos sobre el tema, hay quienes afirman que mientras la Revolución de Octubre en Guatemala se enfrentó con ferocidad al imperialismo norteamericano, a la Revolución de Abril en Bolivia se le aflojaron rápidamente los pantalones. Esta fábula coincidió, años más tarde, con las premisas esgrimidas por el Che Guevara, quien antes de embarcarse en el buque Granma, fue testigo directo, mochila al hombro, de ambas revoluciones. Al guerrillero argentino-cubano, la de Guatemala le pareció una transformación consecuente y presenció con viva angustia su derribo. En contraste, la de Bolivia, a pesar de que Guevara fue espectador directo de un desfile de milicias obreras, le habrá parecido un espasmo ciego, claudicante y mal encaminado. No en vano, entre 1966 y 1967, se atrevió a venir para corregirnos el rumbo en persona.

Parece haber llegado el día de desconfiar de los cuentos estilizados por Eduardo Galeano. Una comparación de los dos procesos políticos deja amplio margen para la sorpresa. Mientras en Guatemala la Reforma Agraria fue consensuada minuciosamente en el seno del Parlamento, bajo la promesa de indemnizar a los latifundistas expropiados, en Bolivia se ejecutó a punta de fusil y dinamita. Mientras Arbenz solo pudo aplicar leyes laborales y el salario mínimo dentro de las empresas estadounidenses a cargo de la exportación bananera, Paz expropió sin contemplaciones a los barones del estaño. Más aún. Si bien el gobierno revolucionario de Guatemala abrió las compuertas al sufragio femenino, el voto universal, ese que incluye a todos los adultos, supieran leer y escribir o no, fue establecido allí recién en 1965. También en esto, Bolivia estuvo siempre a la vanguardia.

Este somero recuento comparativo nos permite concluir que mientras en Guatemala se perfilaban tibios ensayos liberales para modernizar la economía, reducir el feudalismo y abrazar estructuras capitalistas; en Bolivia, el MNR ya había arrasado con la oligarquía y la vieja estructura de clases, entronizando un aparato político-militar típico de una revolución radical como la china o la vietnamita.

¿Cómo entender entonces aquella aversión gringa respecto a Arbenz, coexistiendo con esa su paciencia infinita con Paz Estenssoro? Ensayemos acá una respuesta tan audaz como apegada a los datos: en Guatemala se impusieron los hermanos Dulles, mientras en Bolivia influyeron más los Eisenhower. Cada revolución fue maldecida o apadrinada por duplas familiares de fuerte pisada en los pasillos de la diplomacia estadounidense.

Milton Eisenhower, hermano del Presidente norteamericano, visitó La Paz en julio de 1953. Su poderoso pariente lo había enviado a averiguar si la Revolución Nacional en Bolivia tenía o no un contenido comunista. Su consejo fue decisivo para sembrar simpatías hacia el MNR dentro de la Casa Blanca. El afecto duraría hasta 1964, cuando Barrientos, en contra de los deseos de la Embajada, impuso el exilio de Víctor Paz.

Por su lado, los hermanos Dulles, Foster, a cargo del Departamento de Estado, y Allen, al mando de la CIA, convencieron al presidente Eisenhower que Arbenz era un comunista disfrazado de reformador liberal. Ni las súplicas ni las evidencias presentadas por el embajador Federico Guillermo Toriello, el persuasivo representante de Guatemala en Washington, pudieron disolver aquella patraña. Los Dulles abogaban a favor de las compañías gringas, que habían sido sus clientes en el pasado, mientras los Eisenhower se movían convencidos de que lo mejor para Bolivia era la ayuda para el desarrollo. Hermanos al ataque, o al rescate.

Rafael Archondo es periodista.



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