A veces, la definición primordial de una
vida ya extinguida viene mejor de la mano de la pulverización de las falacias
que circulan en uso y abuso de la memoria del difunto. En el caso de Felipe
Quispe Huanca (1942-2021) la cosecha de contra-versiones es generosa. El Mallku
es el líder político menos estudiado, pero al mismo tiempo, uno de los más
denostados o ensalzados de los últimos días. Todos los que le temieron, acaban
de llenarlo superficialmente de flores, y los que lo utilizaron, encendieron
velas ardientes de hipocresía. Más nos vale sumergirnos en sus ideas, así sea
solo para permanecer fieles a su identidad y a su recuerdo.
Fue racista. Eso es todo lo que a veces decimos o quizás repetimos en automático. Recitamos esa etiqueta quienes miramos al Mallku del otro lado de los bloqueos. No quería que su hija fuera nuestra sirvienta y entonces, “oh, qué racista; solo que al revés”. El discriminado ha decidido discriminarnos y volcar la tortilla. Qué bien. Aquel considerado inferior se yergue en la dirección opuesta. Pasó con el Movimiento Indio Tupaj Katari (MITKA) a finales de los 70 y principios de los 80, y siguió pasando con Quispe, uno de sus fundadores, en el umbral del siglo. El sistema, racista ese sí hasta la médula, les dice racista a sus víctimas ancestrales. Esta es la definición más pobre, pero también la más usada. En los hechos, el racismo antiblanco de Felipe Quispe es el modo visceral y expedito de tomar conciencia de uno de los cánceres más vetustos de la sociedad boliviana. Frente a quienes prefieren creer que el racismo no existe, se levanta la frase látigo, la palabra violenta que alumbra la existencia de lo que no se debate con holgura.
Fue marxista comunitario. Circuló mucho la idea de que en 1989, o incluso antes, en 1979 y 1980, Felipe Quispe Huanca se habría convertido a las ideas del Che Guevara o incluso a las de Mao Tse Tung. Falso. Bastaba con escucharlo sostenidamente para darse cuenta de que no. García Linera no pudo convencerlo de nada. El planteamiento impulsado por Quispe de la lucha de naciones es suficiente desmentido para quienes ven en el Mallku un vulgar militante comunista de la izquierda latinoamericana. Él aspiraba a reconstituir el Kollasuyo para que fuera éste el que anulara a la República de Bolivia, la cual debía ser indianizada. Así imaginaba que esa nación sin estado, formada por los aymaras, reencontraría su camino.
Fue terrorista, lo más parecido a Sendero Luminoso. El sentido común le hizo pensar a Miguel Urioste que así sería. Muchos como Ricardo Calla o Iván Arias pensaron igual. Pues no. El Mallku entendió la lucha armada, nunca desde Regis Debray, sino desde la historia del cerco de 1781 a la ciudad de La Paz. En vez de beber de los manuales de la Tricontinental, el fundador del Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK) se puso a estudiar la guerra de las comunidades contra la Corona española. A diferencia de sus ayudantes foquistas, los que lo llevaron a Cuba, Guatemala o El Salvador, Quispe no hizo calca de lo ajeno, sino que se puso a bucear en la historia de su pueblo. Fue entonces un indianista en armas, nunca un recluta de Fidel Castro. Por eso le fue mejor y quedó en los anales de la Historia como un organizador de la violencia comunitaria, nunca como la versión morena de Carlos, el Chacal. Por eso, tras el desmantelamiento de su grupo, el Mallku entendió que era más rentable la lucha social abierta, desde la clandestinidad de su idioma y el misterio de sus cuarteles generales desde donde envió enjambres de ponchos rojos. De ese modo, a un costo en bajas muy inferior al de sus antecesores, barrió con los cimientos del estado colonial y neoliberal.
Fue precursor del proceso de cambio. Con ese talante asistió la ministra Prada a su velorio y tuvo que agachar la cabeza ante el enojo filial de los verdaderos dolientes. No. Quispe siempre vio a la izquierda blanca, que se apoderó del MAS, como la encarnación humana del papagayo, el animal que repite lo que no entiende, el ave que se agacha ante el primer mohín del amo. Por eso no se hizo un rincón confortable dentro del esquema de poder montado en coordinación con Caracas, La Habana o Buenos Aires. Como indianista tozudo no fue ni de izquierda ni de derecha, estuvo con los abajo. En 2020 renació de sus cenizas y le puso fecha de expiración al gobierno transitorio de Añez. Es lo que el MAS ya era y es incapaz de hacer. Como ha dicho Cristina Bubba, el Mallku se hacía presente solo cuando se consideraba necesario. Quizás por eso se fue luchando, con la energía del muchacho que ahora hereda su postulación.
Rafael Archondo es periodista.