A contracorriente de la mirada habitualmente
desinformada de los aduladores nativos de la izquierda, se puede afirmar hoy con
soltura que el teléfono de Noemí Meneses Chávez es la radiografía más nítida y
actualizada de la costra dirigente que opera como parásito del Movimiento al
Socialismo (MAS). La capacidad explicativa de esa rendija abierta súbitamente en
el WhatsApp excede cualquier teoría acuñada en las universidades de mayor
prestigio. Pobrecitos los académicos progresistas de nuestros días, su ídolo
hace aguas por los cuatro costados.
Los mensajes de la joven mujer y supuesta pareja de Evo Morales, interceptados por la Policía de Sacaba la noche del 6 de julio pasado, describen con precisión los contornos de la cúpula política que tuvo la fortuna de vencer en las elecciones nacionales de 2005, 2009 y 2014. Tras haber leído el reporte completo del subteniente Juan José Conde Bernal, filtrado a los periodistas, existen condiciones óptimas para hacer acá la primera lectura política de un teléfono.
Aclaración previa: dado que hay críticos que consideran que la vida privada de un personaje público debe quedar bajo perpetua reserva, nos vemos en la imperiosa necesidad de escribir todo en clave de traducción. Vale la pena acordarse que a Evo y a su vida como autoproyectado revolucionario, le construyeron hasta un museo.
Así, cuando la Noe, el 27 de junio pasado, le escribe a Evo Morales: “no sé qué pasa entre tú y yo, como gustes voy a aceptarlo”, nuestra lectura política debería registrar la presencia de un déspota en todos los planos de la vida, incluido el sentimental. Léase bien: es él quien determina el principio y el fin de las relaciones, es él el dueño y señor de los afectos. Su anuencia hace que el corazón de la joven resplandezca, su indiferencia decreta el adiós, con la crueldad adicional del caso.
Del mismo modo, cuando Lourdes, su secretaria, se lamenta comentando: “estoy frita, ya no hay las galletas que le gustan al jefe” (28 de febrero), la lectura política debería confirmar que el patriarca ha delegado a las mujeres de su entorno las tareas del cuidado doméstico. Bajo su criterio, sería mandato femenino lavar y planchar su ropa, seleccionarla en coordinación con la agenda de recorridos, localizar, mezclar y sazonar los alimentos, recrear la culinaria del Chapare en Buenos Aires, recelar ante la inminente proximidad de Eva Copa (“es una egoísta, una vendida”), y supervisar la efectividad del personal de seguridad. La división patriarcal del trabajo se ha entronizado en el barrio de Colegiales o en Liniers. “El feminista que cuenta chismes machistas”, como alegaba Walter Chávez, es pura ficción. Evo es un infante tan caprichoso como inútil para encarar las mínimas tareas de la vida diaria.
Cuando el 26 de febrero, la hermana R de la Noe le pide que no siga mandando sus fotos con el expresidente, porque “es peligroso”, la traducción para los aduladores es que aquella relación de pareja, posiblemente consentida, aunque visiblemente forzada por familia, partido, sindicato y buenos negocios, no solo es desigual y asimétrica, sino sobre todo vergonzante. Noe no es Eva Perón, argentinitos. A ella no le encargan otra cosa que no sea encender la lavadora.
Más aún, cuando el 28 de febrero, Noemí le dice a Lourdes: “Te estaba buscando el jefe”, ella pregunta “¿voy?, la joven replica: “pensó que te habías dormido, ya está haciendo sus abdominales”, entonces la secretaria, promete: “iré a contar, alistámelo la toalla”. Cuando algo así pasa, nuestra lectura política tendría que concluir que Morales era también la musculatura central del llamado proceso de cambio. Había que ir a contar cuántos abdominales iba a alcanzar en la épica jornada. ¿No estamos acaso ante un signo inequívoco de desvarío autoritario? Ahora se entiende por qué era imposible pensar, de no haber mediado el levantamiento “pitita”, que otro ser pudiera sustituirlo.
Evo Morales vive su primer ocaso como figura representativa. El teléfono de la Noe nos ha permitido atisbar en su burbuja, saber que se niega a tener otra vida que no sea presidencial. Mientras tanto el padrino de la joven, según el teléfono, irrumpe en la escena bonaerense para recordar a su ahijada que mejor se dedique a sus estudios, que deje de ser el ama de llaves de un dios terrenal, que piense en su futuro como ciudadana para dejar de ser vasalla. Ojalá lo sepa escuchar.
Rafael Archondo es periodista.