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05/02/2020

La trascendencia de la rebelión de las pititas

Nadie olvida que la insurrección de la población surgida tras las elecciones de 2019 permitió crear en el imaginario social la necesidad de vivir en libertad y respetar las reglas de una convivencia social, cultural y étnica al colocar las pititas en cada esquina, en cada calle, en cada rincón, en cada rotonda. Ese estallido social, que fue escuchado incluso más allá de nuestras fronteras, ha sido y sigue siendo la expresión de la gente que desea otra Bolivia: donde impere la ley y se respeten las decisiones de la mayoría, que sea más humana, más digna y más unida. 

La rebelión de las pititas no solo fue decidida y gestada por gente económicamente bien acomodada, sino también de la que vive en sectores densamente poblados y que todavía carecen de algunos servicios públicos y tienen un trabajo informal, cansada de escuchar que las decisiones se tomaban a nombre suyo. Se destapan ahora varios hechos de corrupción en los que danzan millones de bolivianos que no se sabe dónde están y que por arte de magia desaparecieron, como el desfalco al Banco de la Unión, y en el que paradójicamente la funcionaria que denunció el hecho estuvo en la cárcel y sigue detenida en su domicilio, mientras que los peces gordos disfrutan de la buena vida y nadie los apunta. Ahí la justicia todavía no encuentra su balanza.

Lo que se quiere es que haya justicia y que el peso de la ley caiga con todo su rigor con los funcionarios que cometieron irregularidades, pero que no sea una simple vendetta, de eso nuestra historia está plagada de ejemplos. A partir de ahora los jóvenes y la mayoría de mujeres y hombres bolivianos quieren con la misma fuerza que se apostaron en la calle, de desvelarse y hasta de enfrentarse a hordas pagadas, la clase política los honre para que otra actitud, de servicio a la patria y no de intereses personales, sea la respuesta para construir una nueva Bolivia, con mejores posibilidades y un futuro promisorio.   

No se tienen que olvidar que los que lograron vencer ese cerco de impunidad, que costó 21 días de zozobra, miedo y bronca contenida, fueron mujeres y hombres, a la cabeza de valientes jóvenes, que quieren vivir en democracia y libertad. Después aparecieron operadores políticos que encaminaron ese sacrificado esfuerzo hasta la decisión de nuevas elecciones. Tampoco Evo Morales se dio cuenta de la fuerza que conllevó ese movimiento, es más se mofó. Al final las pititas lo mandaron a México y Argentina.  

Creo que hacer a un lado a los actores anónimos más importantes de este épico movimiento generacional sería como darles una puñalada por la espalda y restar valor a las de las acciones realizadas. No tienen que perder la línea histórica, que desembocó en estas nuevas elecciones, como fueron el 21F y el 20O, inicios de rebeldía que son necesarios respaldarlos y generar certidumbres a través de las decisiones y acciones de la clase política. No subestimemos la rebelión de las pititas.  

Gastón Flor A. es comunicador social.



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