2025 no será otro “año nuevo” para los bolivianos. No. Tiene un significado distinto, especial. Único, porque en él se cumplirá el segundo centenario de la fundación del país y, a la vez (si el poder abusivo no lo impide), se llevarán a cabo las elecciones generales el 17 de agosto. Sus resultados no tan sólo serán la conformación de un nuevo gobierno, sino que, a partir de ello, el curso de la historia venidera del país se definirá entre la consolidación de la dictadura instaurada desde 2006 –para mayor desgracia– o la recuperación de la democracia para acabar el experimento “pluri” de tan nefastas consecuencias.
Esa disyuntiva es un asunto en el cual los ciudadanos tienen mucho que ver. Mucho que hacer. Con mayor razón cuando la crisis del sistema político –alimentada solapada y sistemáticamente por los enemigos de la democracia– obstaculiza la eficacia de las iniciativas desplegadas ante la arremetida dictatorial. Por consiguiente, su rol será protagónico. De nuevo. Sin cansarse, ni rendirse.
Con tal perspectiva, es necesaria una reflexión sobre las experiencias acumuladas en el camino de lucha democrática recorrido hace casi 20 años. Las de derrota, en especial. Para comprender lo sucedido con profundidad, aprendiendo lecciones y así obtener una victoria política que abra el ciclo inédito que comience reparando los daños inferidos por la estrategia socialista del siglo XXI, lanzando al país hacia un futuro compatible con los desafíos actuales y las aspiraciones de las nuevas generaciones.
Las derrotas se sostienen en la credulidad hacia mesías y utopías terrenales, en la confusión entre realidad e ilusiones. En la descalificación de lo real y posible, imperfecto pero con virtudes y defectos. En la aceptación acrítica de la píldora cuadrada: la creencia en un salvador elegido por fuerzas sobrenaturales o un destino inexorable, redentor de desvalidos e incapaces. En esperar que los sapos se conviertan en príncipes con el beso del poder. Creyendo en superpoderes de los ignorantes que obvian información y formación. En la justificación de la corrupción en la pobreza y la exclusión de los recién trepados al árbol. En la confusión del abuso con inteligencia. En la negación de que coca es cocaína y que el narcotráfico comienza en los catos. Nutren las derrotas historias incompletas y mal contadas. La mirada en blanco y negro del pasado, justificando todo a unos y condenando todo a otros. Aceptando versiones oficiales adhiriendo siempre al papel de perdedores. Con respecto al descubrimiento de América y la conquista, negando el mestizaje; a la lucha independentista; a las pérdidas territoriales… justificando todo con enemigos eternos. Cayendo en la paradoja de sentirse orgullosos de ser “los pobrecitos”, dignos de lástima y condescendencia. Cerrando los ojos a errores propios. A la espera de condonaciones e indemnizaciones.
Otra fuente de derrotas es la combinación perversa entre la acción de infiltración de los adversarios y los egos y ambiciones muy desarrolladas de algunos, con débil formación moral y poco contenido cerebral a la par de muchas hormonas y vísceras. La mezcla lleva a la perversión de roles con libretos ajenos para juego en pro del contrario a la democracia. La cuestión que atañe a los ciudadanos al respecto es altamente sencilla y compleja a la par: mandar a cada “zapatero a sus zapatos”, entendiendo la importancia de todos los papeles y actores; hacer oídos sordos a las promesas mesiánicas huyendo de quienes las hacen, pues son impostores o “no saben lo que dicen”; mantener las bocas cerradas resistiendo cualquier tentación de alimentar los egos con expresiones de adulación. Hay que lograr que los demócratas que aspiran a llegar al poder comprendan que es “todo a su tiempo”, ya que “no por mucho madrugar amanece más temprano” y “el pan puede quemarse en la puerta del horno”. Hay que incluir a las mejores personas en las listas de candidatos. Fijando la atención a sus historias personales, a sus antecedentes, porque “maña y figura, hasta la sepultura”. Hay que asegurarse de que entre sus defectos no haya corrupción, violencia y/o transfugio. Crimen. Que entre sus cualidades haya decencia, responsabilidad y trabajo. Actitud de servicio.
Menuda lista de tareas que no puede terminar sin mencionar el control electoral. Los ciudadanos activos, con vasta experiencia de lucha por la democracia y después de estudiar las reglas vigentes, estarán en las mesas vigilando la votación. Sin esperar refrigerio. Al final de la jornada, tomarán la foto del acta para enviarla a través de una aplicación de celular al centro de cómputo. Luego, recogerán la copia física de este documento para entregarla a los responsables del sistema de control electoral. Pero ¿quién los acreditará y dará la aplicación electrónica? ¿quiénes serán los responsables? Respuesta, última lección para la victoria: pues la candidatura probadamente democrática y opositora, con mayores posibilidades según encuesta independiente. Punto final.
Gisela Derpic es abogada.