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28/01/2022
Con los pies en la tierra

La realidad es más que los datos o cómo se los lee

Enrique Velazco R.
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Ante el optimista tono del mensaje presidencial centrado en el buen desempeño económico, varios economistas y analistas políticos cuestionaron la veracidad de los datos ofrecidos. Por ejemplo, coinciden en que, sin conocer las fuentes primarias de la información, no pueden aceptar que en 2021 la pobreza moderada se redujo al 36% y la extrema al 11% de la población. Algo de razón tienen, porque los datos oficiales se refieren a la pobreza monetaria cuyo cálculo es muy sensible a ingresos no laborales –como los bonos, que, estructuralmente, no reducen la severidad de la pobreza, como comentaremos seguidamente.

El Ministro de Economía salió al paso desafiando a quienes cuestionan los datos, a presentar sus propios datos; las réplicas, que no se dejaron esperar, le recuerdan al ministro que la CPE asigna esta responsabilidad al gobierno, primero, y, segundo, que la economía, es una ciencia interpretativa que puede llevar a distintas conclusiones con los mismos datos.

Pero, si es así, implica que, las personas de a pie, están limitadas a ser espectadoras de debates interpretativos de alto nivel entre políticos y académicos en temas tan sensibles como pobreza, empleo o crecimiento, y condenadas a sufrir las consecuencias: “cuando los elefantes pelean, el que sufre es el pasto”. Lo evidente es que, hasta ahora, hay muchas pugnas políticas en torno a la economía, pero no sirven para definir políticas y acciones que debieron liberar, a millones de hogares y hace muchos años, de la dura y cotidiana realidad de pobreza a la que los condena la precariedad del empleo.

Los grandes problemas de la gente no están en la bruma de la metafísica, sino en la realidad de las calles (Nietzsche dixit). Las calles nos muestran muy altas concentraciones de pobreza donde hay alta incidencia de subocupación y de precariedad laboral. Más allá de lo que los datos puedan decir sobre cada una de estas condiciones –de pobreza y empleo, la realidad es que, con la bajísima productividad de las ocupaciones precarias e informales que afectan al 80% de la PEA, no es posible reducir la pobreza: reducir estructuralmente la pobreza en Bolivia, demandará elevar, a la dignidad de empleo, unos 4 millones de ocupaciones precarias actuales, y desarrollar la capacidad de crear, cada año, 150.000 oportunidades de empleos dignos para todos los que ingresan al mercado laboral.

Para avanzar en la dirección de ese crecimiento sostenido, la producción debe responder a una demanda compatible: implica distribución del ingreso; no re-distribuir la riqueza acumulada –la teoría neoliberal del goteo de Reagan y Thatcher que el modelo actual pretende hacer desde el Estado, sino la distribución directa a través de la justa remuneración al trabajo, conforme la economía genera ingresos, para dar a la gente la capacidad de consumo compatible con la capacidad del aparato productivo.

Pero, en lugar de construir esta estructura sinérgica, predomina el enfoque neoliberal que privilegia el rol del capital (inversión) como base del crecimiento, ocultando la relevancia de la producción real y del trabajo humano como determinantes de la calidad social del crecimiento: el empleo es parte obligada del discurso, pero no es ni prioridad, ni objetivo de las políticas.

Por ejemplo, la política de bonos que destaca el discurso oficial –y no cuestionan los analistas, es en realidad, contraria al objetivo de reducir la pobreza creando empleo. Hay que recordar que los bonos fueron promovidos y alentados por el Banco Mundial en los años 80 y 90, como mecanismo de alivio a los gobiernos que aplicaron las “reformas estructurales”, frente a las presiones sociales que resistían esas medidas.

Los bonos constituyen un ingreso directo para las familias, pero no está vinculado al proceso productivo. En consecuencia, al no tener base en una mayor producción, el ingreso adicional de los hogares termina creando mayor demanda a productos importados que, además, tienen ventajas en el mercado interno por la libertad con la que ingresan y se distribuyen, gracias al tipo de cambio, a los masivos mecanismos de comercialización que constituyen los millones de personas dedicadas al comercio informal –vaya ironía, por la incapacidad de la economía para crear oportunidades de empleo digno y productivo–, y a la implícita tolerancia oficial a esta desleal competencia, por sus efectos de contención a las tendencias inflacionarias

En síntesis, discutir datos puntuales como si representaran la complejidad de la realidad, es un sinsentido. El haberlo hecho hasta ahora, por razones políticas o por cegueras ideológicas o teóricas, es una causa del estancamiento de nuestro desarrollo.

Para liberar a la sociedad de la pobreza que mella la dignidad humana, la economía debe ser reconducida hacia una que considere la creatividad y el esfuerzo humano –no al capital, como la base de la creación de valor, y a las personas –no al Estado o a los dueños del capital, como los destinatarios directos y finales de los beneficios del crecimiento. En este contexto, temas como la inflación, el crecimiento, el déficit o los bonos, son casi irrelevantes.

Enrique Velazco Reckling, Ph.D., es investigador en temas de desarrollo productivo



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