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Tinku Verbal | 29/12/2024

La oposición puede ganar

Andrés Gómez V.
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La oposición tiene serias posibilidades de ganar las elecciones nacionales de 2025, pero aún no tiene al candidato/a ganador/a. Parte del círculo rojo de la opinión pública cree que el ganador será el candidato que surgirá de la unidad de la oposición con un mensaje económico. No sólo eso, está casi seguro que será el pegamento mágico que unirá a los votantes. Está bien.

Pero el resultado de las próximas elecciones no sólo dependerá de creencias, sino de acciones bajo control, de hechos fuera de control y de percepciones difíciles de controlar:

Actos bajo control:

a.- Las acciones de la oposición para fortalecerse a sí misma.

b.- Las acciones del masismo para potenciarse a sí mismo.

Hechos fuera de control:

a.- Las acciones y opiniones de la oposición para debilitar al masismo.

b.- Las acciones y opiniones del masismo para debilitar a la oposición.

c.- Las acciones y opiniones de actores disruptivos.

Percepciones difíciles de controlar:

- Las interpretaciones del electorado (voto blando/voto posible) sobre las acciones y opiniones de los actores que se disputan su voto.

Para mayor contexto, revisemos la historia electoral.

En las elecciones de 2005, Evo Morales (MAS) logró el 53,72%; Jorge Quiroga (ADN), 28,62%; Samuel Doria Medina (UN), 7,79% y Michiaki Nagatani (MNR), 6,46. En total, la oposición sumó 42,87 %.

En las elecciones de 2009, Evo Morales (MAS) obtuvo 64,22%; Manfred Reyes Villa (NFR), 26,46; y Samuel Doria Medina (UN), 5,65; René Joaquino (AS), 2,31. La oposición aglutinó al 34,42% del electorado.

En las elecciones de 2014, Evo Morales (MAS) alcanzó 61,36 %; Samuel Doria Medina (UN), 24,23; Jorge Quiroga (PDC), 9,04. En total, la oposición logró 33,27%.

En las elecciones de 2019, anuladas por fraude, Evo Morales (MAS) obtuvo 47,08; Carlos Mesa (FRI-CC), 36,51; Chi Hyun Chung (PDC), 8,78; Óscar Ortiz (MDS), 4,24. La oposición sumó 40,75%. Chi sedujo al voto descontento con ambos bandos.

En las elecciones de 2020, Luis Arce (MAS) logró 55,11 %; Carlos Mesa (FRI-CC), 28,83; Luis Fernando Camacho (Creemos), 14%. La oposición sumó 42,83 %.

Las últimas cinco elecciones nacionales evidencian dos hechos: 1) La oposición al MAS tiene como constante algo más de un tercio del electorado; y 2) Los precandidatos que buscan hoy la unidad de la oposición (Quiroga, Mesa, Doria Medina y Camacho) son los mismos que fueron derrotados de forma apabullante por el MAS en reiteradas ocasiones. Reyes Villa decidió correr solo. Branko Marinkovic también.

Si son los mismos políticos derrotados, ¿qué les hace creer que esta vez ganarán? Primero, la crisis económica. Segundo, la división del MAS. Ambos factores de contexto parecen fuera de control del masismo. Respecto al primero, el presidente Arce hará todo lo imposible para que, al menos hasta las elecciones de agosto de 2025, la crisis no se sienta tanto o que sea percibida como un temporal superable. En torno al segundo, sólo el instinto de sobrevivencia puede unir a las fracciones masistas.

Pero como la emoción es la energía de la política, hay un resentimiento muy profundo en el evismo como para volver a ser uno solo con el arcismo. Por ello, se ocupará de hacer que la crisis económica se sienta en los bolsillos y en los estómagos de la gente como nunca antes.

En este contexto descontrolado, los precandidatos de la oposición anuncian que tienen la solución a la crisis. Reyes Villa se ocupa de descalificarlos. Branko también. Aquellos están seguros que su fortaleza es la unidad. Reyes Villa se ocupa de descalificarlos. Branko también. Reyes Villa tiene una fijación contra Morales, pero no contra Arce. Aquellos tienen fijación contra Reyes Villa, Morales y Arce. Dadas las acciones, casi todos se fijan poco en los electores. Por eso, los votos blandos y posibles que apoyaron a Arce en las elecciones de 2020 aún no se fijaron con determinación en la oposición.

En el masismo arcista, saben que respecto a las anteriores elecciones el contexto es desfavorable. Perciben que la gestión de Luis Arce le está facilitando el camino al adversario como la de Jeanine Añez al masismo en 2020. Sin embargo, los más optimistas confían que el electorado votará por la sigla (MAS) y por el color (azul) y no tanto por el candidato como sucedió en los últimos comicios. Pero también están conscientes que Luis Arce y David Choquehuanca son candidatos perdedores. En última instancia, saben que pueden ordenar a sus autoprorrogados inhabilitar a un adversario o suspender las elecciones nacionales.

En el masismo evista, saben que el mejor candidato es Morales por el buen recuerdo económico que genera (con Morales había plata, dicen). Sin embargo, los más críticos están conscientes que, en este momento, es el postulante más rechazado incluso entre los mismos electores que un día votaron por él. Sienten que están debilitados porque quedaron sin partido, pero necesitan tener una bancada en la Asamblea para defenderse de todo el vendaval de juicios que ven en el horizonte.

En suma, el arcismo tiene la sigla, pero no los votos, salvo el de los funcionarios y de sus familiares. En cambio, el evismo no tiene la sigla, pero sí los votos duros del masismo. A diferencia de sus “hermanos” arcistas tienen dos posibles candidatos: Andrónico Rodríguez y Eduardo Rodríguez (o ambos, en binomio). El arcismo carece de candidato.

¿Cómo perciben los electores este contexto y a los actores? Vamos por partes:

El voto duro del MAS es improbable que cambie de acera. Una parte de ese voto está decepcionado de evistas y arcistas, pero no tiene deseos de pasar al otro extremo. Quizá vaya en busca de un disruptor. Si aparece, causará un cisma en el voto masista.

¿Cómo reaccionará el voto duro de la oposición? Aquellos que quieren un cambio radical y venganza (14%) es probable que apoyen a Branko. ¿Qué podría hacer el otro 20%? Dividirse entre el candidato de la unidad y Reyes Villa. Por eso, el gobierno cuida a Reyes Villa. Si éste no se alinea, puede bajarle la cabeza con la guillotina “justicia”.

Con sus votos duros, masistas y opositores empatan. Para desempatar, deben seducir al voto oscilante. En este grupo, hay predisposición para librar al país del MAS. Pero también hay mesura porque muchos no son partidarios de extremos, menos de aquellos que descalifican (sean de izquierda o derecha) a los que piensan diferente.

Unos son más pragmáticos y dicen que hay que sacar al MAS del poder, no importa si es con los políticos tradicionales. Otro grupo no quiere a los mismos porque tiene malos recuerdos de sus huellas de comportamiento. Por eso, aún tiene la esperanza en la aparición de un outsider.

Veamos parte de la demografía electoral. Los datos del INE señalan que hasta 2021, más de 532.000 personas eran votantes de 18 a 21 años; 5,5 millones, de 21 a 59 años; 1,05 millones, mayores de 60 años. Hasta 2024, no creo que haya variado mucho esa composición.

Generalmente, el voto suele ser una decisión familiar. Y las familias son influidas, de un modo u otro, por su pertenencia a una clase, a una etnia o una cultura. Las personas mayores de 59 años tienen, en este momento, hijos de 21 a 40. Cuando el MAS llegó al gobierno, aquellos tenían 40 y vieron lo que pasó en el país antes del masismo. Por supuesto, conocen a los políticos tradicionales y contaron a sus hijos sobre ellos; y los mayores de 60, a sus nietos. Algunos no tienen buenos recuerdos. Por eso, votaron por el MAS. Me refiero a las clases medias tradicional y emergente. Ahora, la mayoría de este grupo decidió cambiar su voto, pero no sabe por quién. He aquí el gran desafío para la oposición unida. Me ocuparé en otro artículo de este desafío.

Por todo lo expuesto, la oposición tiene todas las posibilidades de ganar las elecciones nacionales de 2025, pero aún no tiene al candidato/a ganador/a. Supongamos que no halla un candidato aglutinante y participa dividida, igual podría ganar, aunque sea en segunda vuelta, pero su gobernabilidad para asumir las medidas económicas estructurales sería muy frágil.

Andrés Gómez es periodista y abogado.



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