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H Parlante | 31/01/2019

La musculatura

Rafael Archondo Q.
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Es verdad lo que el presidente Evo Morales dice a veces en sus discursos diarios: el Movimiento Al Socialismo (MAS) se ha convertido, a estas alturas, en el fenómeno político más connotado de la reciente historia patria. Se trata de una vibrante fábrica de récords electorales.
La única entidad con la cual podría competir en retrospectiva es el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el cual si bien ganó de manera contundente las elecciones de 1951 (42%), 1956 (84%) y 1964 (97%), dos décadas más tarde no pudo remontar, ni siquiera con Goni, el 35% alcanzado por Paz Estenssoro el año 1979. La marca movimientista atravesó por un ocaso lento y sostenido, que su reaparición en las elecciones de este año difícilmente podrá revertir.

Del mismo modo que su citado competidor histórico, el MAS ha tenido un desempeño estelar en tres elecciones consecutivas: 2005 (53%), 2009 (64%) y 2014 (61%), y aunque ha gobernado hasta ahora siete años menos que el MNR, lo ha hecho de forma continua con la indudable ventaja de reforzar los efectos de su larga gestión, mientras va borrando las huellas de sus predecesores de la mente de las nuevas generaciones.  

Otra diferencia notable es que el MAS no ha sufrido escisiones importantes, como sí ocurrió con el MNR que, en menos de una década de gobierno se agrietó severamente en medio de la feroz competencia entre Siles Zuazo, Guevara Arce, Lechín Oquendo y Paz Estenssoro. Aquella lucha interna, aunque causó dolor y muerte en sus años turbulentos, sirvió también para sentar las bases de un sistema plural de partidos a partir de 1982. 

Siguiendo con los parangones, ¿qué resultado electoral colocaría al MAS en la senda de su debilitamiento irreversible?; es decir, ¿en el camino de su conversión en un partido más del sistema y ya no en el predominante?  Quizás sería otro 35%, como el obtenido por el MNR tras el fin de las dictaduras militares. Recordemos que fue desde ese momento que los movimientistas no tuvieron más opción que gobernar en alianza con otros partidos; es decir, dejaron de ser el eje del carro y pasaron a ser una de las varias ruedas.

¿Es posible entonces pensar que este año Evo vea a su electorado reducirse a la mitad?

Las primarias llevadas a cabo el pasado 27 de enero son hoy la báscula más actualizada si se quiere calibrar la “musculatura” del MAS, el único propósito por el que al final el país tiró 27 millones de bolivianos al cesto de la basura. Saquémosle entonces el único provecho que se le puede extraer a estas no-elecciones internas de los partidos. Dado que el MAS fue el único que se propuso participar en grande el 27 de enero, su triste desempeño queda como la única fuente de datos relevantes del proceso. 

Ya sabemos que menos de la mitad de los militantes del MAS fue a votar aquel domingo. Eso significa que el 55% de sus miembros prefirió quedarse en casa. No sabemos si fue rebeldía o flojera, pero estamos seguros de que se trató de un acto de indisciplina, que le rompió el corazón a sus jerarcas. Ello da a pensar que los controles y azotes serán duramente reforzados en octubre, a fin de evitar un nuevo tropiezo.

Lo interesante, sin embargo, es la composición actual de esa militancia disciplinada y minoritaria que acudió a la convocatoria presidencial. De acuerdo a los datos oficiales, resulta que el MAS es, hoy por hoy, un partido concentrado sobre todo en el departamento de Cochabamba. Los masistas de esa región del país son el núcleo de vanguardia, seguidos a distancia por aquellos de Beni y Pando. Es ahí y en ningún otro lugar donde al menos la mitad o más fue a formar fila para marcar la papeleta de los candidatos únicos, a la usanza de algunas sociedades árabes o asiáticas. 

Sin embargo, allí donde el MAS parece haberse encogido de manera nítida es en los departamentos de Santa Cruz, La Paz, Oruro, Potosí y Tarija. Dado que los últimos tres sólo agrupan al 17% de los ciudadanos habilitados para votar, el verdadero dolor de cabeza presidencial podría ser detonado desde La Paz y Santa Cruz. 

Será en ambas regiones, que juntas agrupan al 45% de los electores potenciales, donde se definirá la titularidad del mando en octubre de este año. Un probable desbande electoral del MAS ahí sería la señal del cambio para 2020. Podría ser, además, el regreso del pluralismo, de los contrapesos y las esforzadas negociaciones entre identidades diferentes hasta alcanzar políticas que rematen en un horizonte más abarcador y diverso. Sería el tiempo en el que lo que nos preocupe más sea la musculatura de la democracia.

Rafael Archondo es periodista.



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