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Raíces y antenas | 16/06/2024

La inflación, los tomates, los sobacos y el Ejército

Gonzalo Chávez
Gonzalo Chávez

Finalmente, después de un eterno periodo de negación, el Gobierno aceptó, a regañadientes, que la economía boliviana tiene un problema de inflación. A mayo de 2023 el nivel de precios subió en 1,95%. Cabe recordar que no estamos frente a un fenómeno nuevo. El alza de precios de alimentos a 12 meses (mayo 2023 a mayo 2024) es de 5,9%. La inflación general anualizada está en 3,5%. Aceptada la realidad de los hechos, el Gobierno empezó la construcción la narrativa de las causas, los pretextos y culpables del aumento de los precios. Además, comenzó el festival de malas ideas para controlar la inflación.

La responsabilidad por el aumento de la inflación ahora la tiene el tomate, el arroz, la papa, el cambio climático y, cuando no, la decadencia del capitalismo. También los precios más elevados se deben a los bloqueos, la escasez de hidrocarburos, los opinadores de pantano neoliberal y sus lenguas viperinas que exacerban las expectativas de la gente.

Asimismo, surgió la teoría del “golpe blando”. ¿La patada suave? ¿El martillazo delicado? ¿La caricia dura? Al parecer, la revolución ha entrado en su etapa terciopelo y sospecha que hay una insurrección de productos y personas con guantes de seda. Los conspiradores, saboteadores, especuladores y otros bichos peores discuten sus planes de aumentar los precios en salones de té escuchando música clásica y afilando el estilete. La subversión ha adquirido buenos modales. El tomate se ha puesto blandengue y el precio de los dólares suspira, pero mata.

En el menú de los sabotajes ahora ha aparecido la inflación importada. Esta nueva causa merece una explicación un poco más detallada. Para el Gobierno, los precios de productos que viene de otros países han subido en su origen. Ya llegan caros estos desgraciados. Este sería el caso de los desodorantes Roll On que vienen de Brasil, por ejemplo, que costaban en torno 15,5 bolivianos y ahora llegan a 19 en el mercado local.

¿Qué puts ha pasado? ¿Acaso los ingredientes mágicos de ese frasco se han vuelto más caros? ¿O será que los olores se han rebelado y ahora exigen un salario digno por sus servicios? ¿Por qué este desodorante subió en un 22% en Bolivia cuando la inflación en Brasil, hasta mayo, era de 2%? El transporte del desodorante, los costos de fabricación, y hasta los impuestos sobre las exportaciones no subieron en su país de origen.

Aquí entra en juego el villano principal: el dólar. Resulta que el desodorante no se ha vuelto más caro en su país de origen sino que subió el precio del dólar en Bolivia. Supongamos que el desodorante “El Che, sobacos peludos pero frescos” costaba un dólar. Antes pagábamos por este producto 6,96 por este, más costos de transporte, aranceles y ganancias. Ni esos costos ni el precio del antitranspirante subieron en Brasil, pero ahora comprar un dólar cuesta 8,50 bolivianos y ese precio más caro, por la divisa, se pasa al precio final. Esto ocurre con todos los productos importados. 

En resumen, la inflación importada es como recibir una bofetada de los dólares elevados y el desodorante es el mensajero maloliente de esta noticia. Así que la próxima vez que veas que el precio de tu desodorante ha subido, recuerda: no es una conspiración de los olores, es un sabotaje de los dólares. El tipo de cambio le está jugando una broma muy cara a tus axilas.

El Gobierno siempre encuentra una excusa externa para explicar el aumento de la inflación. “¡Es una conspiración del imperio!”, gritan, señalando con dedo acusador a mercados lejanos. Claro, nos dicen que son los shocks de oferta los responsables del alza de precios. Pero todos sabemos que en esta tragicomedia económica hay mucho más detrás del telón.

No olvidemos los problemas por el lado de la demanda, esos que el Gobierno prefiere barrer bajo la alfombra. Primero, tenemos la expansión monetaria. El año pasado habría llegado a 10.000 millones de bolivianos. ¿Y qué decir del déficit público? Este en el mismo periodo llegó a 12% del PIB. Ambas son como si le echaran gasolina al fuego de la inflación de oferta y luego se sorprenden de que todo esté ardiendo.

Pero la guinda del pastel son las expectativas inflacionarias exacerbadas, directamente relacionadas con los conflictos políticos internos del partido gobernante. Es una miniserie digna de un Emmy: intrigas, traiciones y ese pequeño detalle de arruinar la economía.

La estrategia del Gobierno para contener la inflación es el control de precios y sacar a las Fuerzas Armadas a hacer ese trabajo. El uso del Ejército para controlar precios y contrabando son como tratar de curar una gripe con un martillo. Puede parecer que están haciendo algo, pero en realidad solo empeoran la situación. La inflación es un fenómeno complejo que requiere soluciones igualmente complejas, basadas en principios económicos sólidos y no en medidas autoritarias y simplistas.

Dado que el cambio climático ha afectado la producción de alimentos, es crucial invertir en tecnologías agrícolas avanzadas y en prácticas de cultivo resilientes al clima: apostar a la agricultura sostenible.

Para reducir la dependencia de los productos importados que se encarecen con el dólar fuerte, la producción local, en base al sector privado, debe ser apoyada.

Es hora de la sindéresis monetaria. Establezcamos una política monetaria más estricta y controlemos la emisión de dinero. Que el Banco Central tome clases de yoga para aprender a resistir la tentación de colocar más dinero y, en su lugar, se enfoque en mantener la estabilidad económica. ¡Namasté, hermanos y compañeros!

El Gobierno debe ponerse en forma y reducir su déficit público. ¿Qué tal una dieta de austeridad? Reduzcamos gastos innecesarios y mejoremos la eficiencia del gasto público. Podríamos tener una “limpieza de invierno” en las cuentas públicas, eliminando proyectos sin impacto y asegurándonos de que cada dólar gastado se justifique. ¿Alguien necesita realmente 150 nuevas empresas estatales?

Es fundamental tener un marco fiscal robusto que incluya reglas claras sobre el gasto y la deuda pública. El déficit fiscal debería tener un techo, digamos del 2% del PIB, y se debería desarmar parcialmente los subsidios a los hidrocarburos.

Para evitar que el dólar siga encareciendo nuestras importaciones, se debe estabilizar el tipo de cambio. En el corto plazo se debe conseguir un crédito externo grande y, en el mediano, volver al tipo de cambio flexible supervisado por el Banco Central. Finalmente, es crucial manejar las expectativas inflacionarias a través de un pacto político mínimo.




BRUJULA DIGITAL_Mesa de trabajo 1
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