Tuto Quiroga dejó de ser presidente de la República el 6 de agosto de 2002, hace 23 años, Samuel Doria Medina dejó de ser ministro de Planificación el 6 de agosto de 1993, hace 32 años, Manfred Reyes Villa nunca fue presidente, ni ministro, aunque su partido, Nueva Fuerza Republicana, tuvo una fugaz participación cuando agonizaba el segundo gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.
A pesar de estas incontrastables evidencias cronológicas, el presidente Luis Arce acusó a los tres candidatos a la presidencia de haber “saqueado” al país e ignora la responsabilidad de su partido y de él mismo sobre lo que ocurrió en los últimos 20 años, período durante el cual hubo más ingresos, más dinero que nunca antes en la historia de las arcas estatales.
Arce no solo miente, sino que encubre y esconde la cabeza, porque no hay duda de que es muy difícil explicar adónde fueron a parar los más de 100 mil millones de dólares provenientes de las exportaciones de gas de las dos últimas décadas.
La gente no ve que semejante cantidad de recursos se haya reflejado en obras concretas. Por el contrario, el recuento es doloso: satélites inservibles, rápidamente convertidos en chatarra espacial, empresas públicas deficitarias, innumerables coliseos con capacidad para albergar a más gente de la que habita los lugares en los que fueron construidos, museos personales, suntuosas aeronaves, paseos insólitos en helicópteros, vehículos lujosos y un inaudito crecimiento del número de empleados en la administración pública, entre otros gastos de caja grande y caja chica, que fueron autorizados directamente por el propio Luis Arce cuando era ministro de Economía.
Que un gobernante recién estrenado aluda a la responsabilidad de su inmediato antecesor sobre los problemas es bastante normal y usual, no solo entre masistas, sino también en el resto, pero que un presidente lo haga cuando entre su gestión y el pasado que revive para explicar los males de hoy median por lo menos veintitantos años, es definitivamente ridículo.
Arce ya es candidato, pero en su campaña no tiene contra quien estrellarse, porque si tuviera que ajustar cuentas con alguien tendría que ser con él mismo, con su antecesor o con colaboradores de su partido que todavía ejercen cargos públicos y que, comparten la responsabilidad del muy precario y riesgoso estado en el que se encuentra hoy la economía boliviana.
La de Arce es la candidatura del cinismo, porque está obligado a mentir, a no reconocer culpa alguna, a señalar a otros y a borrar disimuladamente con el codo lo que escribió con la mano como autoridad desde el 22 de enero de 2006.
19 años atrás, en el hall del viejo Palacio de Gobierno, Luis Arce juró al ministerio de Economía. Fue el primero y el último de los ministros de esta área, hasta el día en que Evo Morales huyó a México, y es quien administra el país desde hace cuatro años. Lleva 19 años en el poder, con capacidad de decisión sobre los temas económicos que hoy son el motivo de mayor preocupación para Bolivia.
Al presidente le falla, deliberadamente la memoria de corto plazo. Prefiere buscar las causas de los males del país en épocas muy remotas, cuando él era un modesto empleado del Banco Central, cuando las exportaciones de Bolivia llegaban apenas a los 3 mil millones de dólares, cuando el tamaño del PIB era de 8 mil millones de dólares, cuando el sector público era la cuarta parte de lo que es hoy, cuando casi no había deuda y las reservas de gas, eso sí, alcanzaban cifras esperanzadoras.
Arce fue un administrador mediocre de la abundancia temporal que experimentó el país por más de una década. Mediocre, porque si hubiera sido bueno, hoy no estaríamos como estamos. Tal vez por eso es que ahora le corresponde cargar con las muchas culpas personales y las consecuencias colectivas. Tal vez por eso su epitafio político, al cabo de una campaña sin esperanza y cuando deba alejarse, avergonzado de los espacios de poder, sea “tuvo la plata y se la tiró”.