Este 11 de abril tuvimos un súper domingo electoral en Los Andes. Ecuatorianos, peruanos y también bolivianos de cuatro regiones fuimos a las urnas el mismo día. ¿Qué aprendimos?
Ganó Guillermo Lasso, hoy ya, presidente electo del Ecuador, dejando atrás una suma intolerable de años viciados por el legado del colérico Rafael Correa. Es un verdadero respiro, sobre todo para sus pueblos indígenas. Han sido ellos, quienes desde las provincias de Morona Santiago (69%), Chimborazo (66%), Cotopaxi (66%), Pichincha (64%) e Imbabura (54%) cerraron el paso a la perpetuación de una corriente política que se autodefine como de izquierda, quizás solo por su apego una especie de renovado estalinismo latinoamericano. El prófugo de Lovaina se quedará en Lovaina.
En Bolivia, el MAS perdió sus cuatro segundas vueltas, regresando a la situación desfavorable que tuvo en 2005, cuando solo contaba con tres gobernadores, lo que dio paso al nacimiento rebelde de la Media Luna. Desde que volviera de su autoexilio, Evo Morales se ha exhibido ante todos como el peor estratega de campaña que uno pueda imaginar. No produce buenos alcaldes, tampoco gobernadores capaces de perdurar en la memoria de los electores. En los ámbitos urbanos, ser masista hoy es casi una fuente de escarnio. No querer vacunar a la “oligarquía” o mentir sobre las conexiones entre el litio y eventuales conspiraciones, tampoco colabora para que Luis Arce encamine la prometida reconciliación nacional.
Hasta ahí, esas dos coyunturas. El Perú merece más análisis, no solo por haberse acentuado la incertidumbre y la vacancia, sino por lo que está por venir en la segunda vuelta. Viendo datos oficiales, una vez más, los votos de Lima y el Callao difieren por completo de los del resto del país. En la capital, tres candidatos se quedan con más del 40% de los votos limeños: Rafael López Aliaga, Hernando de Soto y Keiko Fujimori, en ese orden. Tenemos ahí a la concentración más densa de rostros señoriales o privilegiados del país. El voto del Callao, la urbe colindante con Lima, es casi una calca de lo señalado.
El otro Perú es el del profesor José Pedro Castillo Terrones, el hombre del sombrero blanco, al que las encuestas detectaron muy difusamente en la semana previa al 11 de abril. Todas le auguraron entre un seis y un ocho por ciento, pero ahora está instalado en el 19, con dos millones y medio de adhesiones. Los triunfos de “Perú Libre” se dan de forma contundente en Huancavelica (54%), Apurímac (53%), Ayacucho (51%), Puno (47%) y Cajamarca (44%), es el llamado voto serrano a todo lo que puede dar. Por si fuera poco, Castillo también gana en Cusco (37%), Huánuco (37%), Madre de Dios (37%), Moquegua (34%), Pasco (34%), Tacna (33%), Arequipa (32%), Amazonas (26%), Ancash (23%), Junín (22%) y San Martín (21%).
Como ya había ocurrido en comicios previos, la fuerza del fujimorismo anida más bien en zonas periféricas de frontera como Tumbes (37%), Piura (24%), Lambayeque (21%), Loreto (16%) y Ucayali (21%). Hasta allí llegó el padre de Keiko en la última década del siglo pasado llevando obras, farándula y asistencia social.
En la segunda vuelta, Pedro Castillo y Keiko Fujimori se batirán en duelo de minorías, buscando ser mayoría por un mero influjo estadístico consistente en reducir 18 opciones a dos.
Ya se anticipa que volverá la Guerra Fría. Las bocinas del sistema virarán hacia Castillo para estamparlo como senderista, subversivo, castro-comunista y enemigo del orden. Keiko tenía 19 años cuando su padre la designó como primera dama como resultado de su divorcio de Susana Higuchi. A los 46 cumplidos, podría estar jurando al cargo que su progenitor ostentó a lo largo de una década.
Las opciones de la hija son altas por primera vez. En 2011 y 2016, ella compitió y perdió en segunda vuelta, pero ahora podría ganar. La fórmula de su triunfo es lo que en el Perú se llama “terruqueo”. El diccionario lo define como una estrategia política que usa el miedo al terrorismo para su provecho. En efecto, en el Perú, la guerra dirigida por el maoísmo a lo largo de una década no solo dejó miles de muertos, sino sobre todo un manto de sospecha sobre cualquier guiño hacia la izquierda. Puede decirse que la herencia de Sendero es entonces funesta. Debido a su paso funerario por la Historia, el Perú instaló un freno contra cualquier transformación por muy pálida que se vea. Gracias a ello, la heredera de Fujimori podría asumir el mando, respaldada ahora por quienes invirtieron toda su pluma para destruirla. Pienso en Mario Vargas Llosa.