Cuando la caravana de cívicos se encaminó
hacia Tiquipaya, Santa Cruz, los bloqueos ya se habían esfumado. No les quedó
otra que retornar a la sede de sus funciones. Quedaron allí las alfombras de
piedras y troncos, que sin gente, pasaron a ser meras trabas portátiles a la
circulación de motorizados. No hay bloqueo sin activación social, no hay
paralización efectiva sin asedio desde los cerros ni vigilancia rotativa. Los
sindicatos agrarios en Bolivia tienen un enorme poder que se ejerce desde la
ocupación física del territorio, desde el control material de las vías. El país
no funciona si el campesinado se rebela.
“Si ahora levantamos los bloqueos de carreteras se van a reír estos carajos, esos extranjeros que vinieron aquí a manejarnos, a explotarnos, a discriminarnos racialmente. Nos han dicho ‘bestias humanas’, nos han dicho ‘salvajes’, nos han dicho ‘indios de mierda’. Eso no podemos soportar, hermanos”, proclamaba Felipe Quispe, megáfono en mano, sobre la ruta a Copacabana. Quispe es el comandante designado de los bloqueos por las provincias del norte del departamento de La Paz. La idea de que no lo apoyan ni en su comunidad es una forma feble de subestimarlo. El Mallku ha regresado.
¿Cómo explicar esta firme determinación de bloquear hasta que Añez renuncie seguida por el súbito cuarto intermedio en las movilizaciones hasta el 18 de octubre?, ¿es el fin de la hegemonía sindical?, ¿la prueba de que Quispe Huanca no es más que un desahogo temporal, una catarsis para sepultar simbólicamente a Murillo? No hay respuesta certera a ninguna de esas preguntas. El cabildo masivo del viernes 14 de agosto en El Alto parecía el preludio de una insurrección. A la fortaleza exhibida le siguió el desbande silencioso hasta la próxima oportunidad.
Un día antes, Luis Fernando Camacho, la voz del radicalismo cruceño, le daba a José Pomacusi la siguiente receta para conjurar bloqueos: “¿Qué es poner orden? Aprehender a aquellos que están generando la violencia y no son todos. Todos son pagados. Por eso hay que identificar a los cabecillas que están liderizando este tipo de cosas y que uno como ministro de Gobierno debe saber quiénes son, que saque un ratito a esos de inteligencia y los lleve a seguirlos a los verdaderos criminales y los haga seguir para ver qué hacen y los aprehendan”.
Estrechez letal de mente la de Camacho. Según el candidato de “Creemos”, los bloqueos son una suma burda de pagos e inclinaciones delincuenciales. En Tarata, Cochabamba, los oficiales del Club Naval enviaron a un soldado vestido de civil para que tome fotos y apuntes sobre los bloqueos. Los movilizados le confiscaron un fax del departamento de inteligencia del ejército en el que se vuelve a leer la receta de Camacho: fichar para arrestar. Cuánta frivolidad. No hay bloqueos por salario. Toda movilización demanda recursos, pero ese jamás será el motor de la contienda. A Camacho y a los uniformados les hace falta un curso acelerado de historia social boliviana.
Y cuando en cada punto del asfalto se debatía ardorosamente sobre levantar o no las barricadas, llegó la voz valiente de Segundina Flores, la principal ejecutiva de las Bartolinas: “Hoy día queremos decir a los señores que siempre nos han dominado, que son profesionales de clase media, que han llevado junto a nosotros el proceso de cambio. Esas personas hoy en día ¿dónde nos han hecho terminar? Eran sabios, intelectuales, que han conducido al proceso de cambio, pero siguen conduciendo y nosotros como fundadores del instrumento político, tenemos que estar fuertes acá. Quiero decirles a los señores (…) que desde la Vicepresidencia se nos doblegaba al MAS, hoy ¿adónde nos quieren llevar? Esos señores rodean, sigue, al hermano Presidente, pero que no nos lleven a este mal camino. Hoy en día nosotros no somos traidores, estamos defendiendo esta movilización, esta protesta y esta estructura orgánica. Nosotros no estamos traicionando. Siguen traicionando los señores que nos conducían y (…) no nos han dejado conducir. Esos señores siempre están hablando a nombre de nosotros, a las costillas de nosotros, al sudor de nosotros, a la lucha de nosotros, siguen utilizando el nombre del expresidente Evo Morales”.
Estamos entonces ante una escisión. Los levantados en piedras van rompiendo cadenas de subordinación con la costra que les impedía tomar sus decisiones. Sí, quizás es el fin de una hegemonía, pero no de los sujetos populares, sino de sus comisarios políticos batidos en retirada, primero por la revolución pitita y ahora por sus propias bases sociales, a las que colonizaron hasta el cansancio.
Rafael Archondo es periodista.