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Con los pies en la tierra | 13/07/2022

¿Gobierno feliz por aplausos neoliberales?

Enrique Velazco R.
Enrique Velazco R.

En los últimos días, los ministros de Planificación y Economía han multiplicado sus presentaciones en los medios de comunicación para resaltar que la “reconstrucción económica” boliviana es una realidad que se expresa en el saldo comercial positivo, la solidez de la moneda boliviana, la baja inflación y la caída del desempleo. Para ellos, como “incluso los organismos multilaterales y los medios del ‘establishment internacional de derecha’ reconocen la estabilidad económica del país, los analistas nacionales que no lo hacen, tienen un sesgo político".

El último comentario ministerial parece sugerir que, tener un sesgo político es algo malo. En toda persona con un mínimo de inclinación por el pensamiento crítico, son sus principios y sus valores los que definen los criterios que guían su análisis para preferir una opción a otra, sea en los objetivos de desarrollo o en la elección de las rutas (políticas) críticas para llegar a las metas. Los valores son los que permiten juzgar la pertinencia de las políticas frente a los resultados concretos.

Por ejemplo, yo creo que debemos avanzar hacia una economía de pleno empleo, digno y ecoproductivo, basado en la creatividad y en el esfuerzo humanos como fuente de creación de valor; los recursos naturales y el capital serían factores complementarios. La meta es que sean las personas y sus hogares, no el Estado ni los dueños del capital, los beneficiarios directos y finales del crecimiento sostenido y sostenible.

Por mi expectativa de una economía de pleno empleo, el 4,2% de desempleo urbano que destacan los funcionarios públicos es, para mí, irrelevante como señal de reactivación. Primero, porque sabemos que esa cifra oculta un alto subempleo, informalidad y precariedad del autoempleo que ya afectan al 85% de la PEA: bajo el eufemismo de “emprendedurismo”, desde 1990 el Banco Mundial ayudó a ocultar la autoexplotación laboral y el cuentapropismo forzado al que están condenadas las familias por la incapacidad estructural de la economía neoliberal para crear empleo digno. Y, segundo, precisamente porque el empleo digno no es una prioridad del modelo vigente, lo que lo pone en línea con el enfoque neoliberal que concibe al capital como el “factor de crecimiento” al que hay que proteger con estabilidad macro, control de inflación, etc.

De hecho, las metas de inflación, que religiosamente acuerdan el Banco Central y el Ministerio de Economía cada año, son parte del ritual que los poderes financieros mundiales indujeron en las economías en desarrollo como la condición del FMI para apoyarlos a superar la crisis financiera de 1997-98. Desde entonces, existen bancos centrales y economistas dogmáticos que, sin evidencias definitivas de relación causal crecimiento-inflación, creen que una baja inflación es condición para lograr crecimiento. No es así. En lugar de adoptar medidas más audaces para promover crecimiento y crear empleo para un desarrollo sostenible, las políticas de estabilidad de precios y baja inflación son condiciones habituales del FMI que, lejos de haber acelerado el crecimiento, sus propios estudios muestran que lo ralentiza. Por el contrario, estudios concluyen que, en economías pequeñas, inflaciones del orden del 12% serían no solo razonables sino incluso saludables para promover el crecimiento productivo: insistir en una baja inflación solo busca preservar el valor de los activos financieros.

Respecto al saldo comercial positivo, sería buena noticia si no se debiera al factor precio y al origen extractivista de los productos exportados. Queda como rescatable para el actual modelo, que el saldo comercial positivo eleva las reservas internacionales que sostiene el tipo de cambio.

Pero tengo también una lectura diferente sobre la “fortaleza” de nuestra moneda, la estabilidad macro sustentada por el tipo de cambio fijo y la financiarización acelerada de nuestra economía. En mi nota anterior (Los laberintos de Álvaro), presenté una gran cantidad de datos e indicadores que muestran que, en general, el incremento de la cartera bancaria supera el incremento anual del PIB no extractivo, es decir que la deuda crece más que la capacidad de la economía para generar ingresos; además, el valor de las importaciones pasó de equivaler el 38% del consumo de los hogares (promedio 1990-2005) al 58% entre 2006 y 2015. Ambos factores podrían influir en la fortaleza de la moneda por varias rutas. Muestro también que se concentró la riqueza y aumentó la desigualdad: solo los ingresos del sistema financiero por comisiones y por cambio de moneda (sin contar ingresos por intereses, que son diez veces más), superaron 500 millones de dólares en 2021, monto suficiente para pagar la renta dignidad de ese año.

En resumen, desde mi concepción del desarrollo –centrada en la idea de una economía “de y para la gente”– la financiarización, las metas de inflación, tipo de cambio fijo y la centralidad de la inversión (el capital, no el empleo) como determinantes del crecimiento, han creado una economía “precariamente estable”, apegada a los principios doctrinales del neoliberalismo y que son conducentes al extractivismo, al rentismo y al consumismo.

¿No será que esto explica mejor por qué el FMI y el establishment internacional de la derecha, aplauden los resultados presentados por los ministros?

Enrique Velazco Reckling, Ph.D. es investigador en desarrollo productivo



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