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Bienes comunes | 28/03/2025

Gastar sin producir: el dilema económico de Bolivia

Gonzalo Colque
Gonzalo Colque

Los detractores del Movimiento al Socialismo (MAS) responsabilizan tanto a los gobiernos de Evo Morales como de Luis Arce por fomentar una economía basada en el despilfarro. Quizá el más elocuente en esta crítica es Jorge Tuto Quiroga, quien teje su discurso político en torno a la idea de que la crisis actual es consecuencia de un “MAS que se farreó el gas, quemó los dólares y está dejando en la quiebra a todos”. Su conclusión es la opuesta: con él al mando, las cosas serán “totalmente diferentes”.

Si bien este argumento y otros similares tienen fundamentos en algunas verdades, la crisis económica no es monocausal, sino un fenómeno más complejo que la versión simplificada que nos ofrecen tanto los políticos opositores como los oficialistas.

No cabe duda alguna de que el modelo económico del MAS no fue otra cosa que un programa de gasto y consumo. La bonanza de la renta del gas generó un flujo extraordinario de dólares, incrementó súbitamente las reservas del Banco Central de Bolivia (BCB) y expandió el gasto público.

Los resultados fueron sorprendentes: un crecimiento económico anual del 4,5% en los primeros 10 años, una reducción de hasta el 30% de la pobreza extrema y una disminución casi generalizada de las brechas de desigualdad. La bonanza llegó en un momento crucial, justo cuando Bolivia tenía grandes necesidades de ingresos frescos para mitigar los costos sociales de la larga recesión de los 90 e inicios del nuevo milenio.

Es otras palabras, el MAS efectivamente “se farreó” la renta del gas, pero no lo hizo solo. Toda la sociedad boliviana participó o fue parte sin querer, unos más que otros, en el modelo de gasto que se propagó rápidamente por todas las capas sociales e impregnó hasta el último eslabón de todos los rubros productivos. Durante una década, el país experimentó un auge económico sin precedentes, lo que incluso fue elogiado acríticamente por los organismos internacionales.

Proliferaron nuevos negocios, especialmente en el comercio, el contrabando, las importaciones de bienes de consumo masivo, las exportaciones apalancadas por los combustibles subvencionados, el transporte pesado, entre otros. Los bancos reportaron un aumento constante en la capacidad de ahorro de las familias y en el movimiento económico cotidiano. El salario mínimo nacional pasó de 500 bolivianos (2006) a los 2.500 actuales. Incluso el propio Jorge Tuto Quiroga recibió sin contratiempos su renta mejorada de expresidente, equivalente a diez salarios mínimos.

Si bien estimular el gasto y el consumo suele ser una receta keynesiana efectiva para reactivar la economía bajo ciertas circunstancias, también es sabido que conlleva riesgos si se mantiene por mucho tiempo. Se convierte en un mal hábito que puede resultar perverso si no está direccionado hacia la reactivación el aparato productivo. Es comparable a un fondo de emergencia para quien pierde su empleo y necesita un auxilio temporal para reinsertarse al mercado laboral. Es decir, la clave del éxito está en transitar del “gasto improductivo” al “gasto productivo”. Precisamente, esta transición es lo que no ocurrió, al grado que la economía boliviana quedó atrapada en un modelo de gasto sin retorno productivo. En poco tiempo, hemos forjado una dependencia severa del gasto sin una contrapartida de ingresos reales.

Los líderes del MAS fueron los primeros en caer en la tentación de vivir del gasto, sin haberse esforzado por generar riqueza o valor agregado a través de emprendimientos productivos. Aunque el sentido común dictaba que invertir la renta del gas a la creación de empresas públicas sería un fracaso, abrazaron esa opción sin más respaldo que asideros dogmáticos. Álvaro García Linera no se cansó de endiosar el rol no productivo de los sectores populares y, hasta el día de hoy, sigue exaltando la cultura del consumismo de las “clases emergentes”, cuyo “empoderamiento”, según él, estaría expresado en sus nuevos hábitos de viajar en avión, hacer las compras en supermercados o comprar bienes de consumo importados. El fortalecimiento del mercado interno dependería de la propensión al gasto y consumo de las capas populares y no así del desarrollo de sus capacidades productivas. 

En definitiva, la crisis económica refleja el agravamiento de los problemas de productividad, rentabilidad y competitividad de la economía boliviana. Al haber caído en la dependencia del gasto improductivo, tanto el Estado como la sociedad, atrofiaron sus capacidades económicas por falta de práctica y entrenamiento. No somos nada distintos a un equipo de fútbol que deja de entrenar, los jugadores ganan sobrepeso y, por lo tanto, ya no están en condiciones de saltar al campo de juego. En estas circunstancias, cambiar de director técnico no tendrá resultados inmediatos.



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