El expresidente de Bolivia, Juan Evo
Morales Ayma, es hasta ahora, oficialmente, padre de dos hijos: Evaliz y
Álvaro. Ella nació en 1994, él, en 1995. La broma más repetida de este padre,
que en octubre cumple 61 años, es que quiere tanto a sus hijos, que a cada uno
le ha dado una madre distinta. Ellas son Francisca Alvarado y Marisol Paredes. Los biógrafos de Evo, que suman al menos siete,
añaden cuatro nombres más al recuento de sus exparejas. Aún así la lista no
está completa: Margarita Terán, Evelin Agreda, Nieves Soto y María Luisa
Reséndiz. Ninguno de los autores menciona aún a Gabriela Zapata y menos a Noemí
Meneses. Con esta última joven, la nómina llega a ocho.
Al argentino Martín Sivak, Evo le dijo que su matrimonio era con Bolivia. También que varias mujeres de clase media no quisieron casarse con él porque había el riesgo inminente de que lo mataran o que él las abandonara. En el libro de Sivak, Evo imagina la escena con estas palabras: “Imagínate salir a las cinco de la mañana y la dejas ahí, botada en la cama”. Sin embargo, su condición de político a tiempo completo no lo ha inhibido de abandonar a discreción a cuanta mujer que se le haya aproximado con voluntad de persistir. La abstinencia nunca fue lo suyo.
Si a esta lista de recuentos vitales sumamos la autobiografía del expresidente escrita por Iván Canelas, profusamente obsequiada en cuánto acto oficial se organizaba durante la larga gestión gubernamental del MAS, no es difícil darse cuenta de que la vida privada de Evo se extinguió hace décadas por voluntad propia para empezar a formar parte de una narrativa épica y gubernamental. La vida íntima del hombre fue consagrada en museo y sistemáticamente triturada por sus aduladores dentro, pero sobre todo fuera de Bolivia. De modo que nadie puede reprocharnos hoy a los bolivianos de sostener una mirada acuciosa debajo de las sábanas del expresidente.
Los periodistas Darwin Pinto y Roberto Navia le dedican un capítulo de su libro ("Un tal Evo...", 2007) a las mujeres del expresidente. Denuncian sin citar el nombre, al "ministro de faldas" de Morales. No, no era el “conseguidor”, como se le dice ya en los anales del caso Epstein, sino el responsable de borrar las huellas que dejaban sus romances utilitarios y efímeros. Él las hacía desaparecer de escena con algún cargo en la administración pública o una remuneración efectiva. Pinto y Navia ya podrían ir destapando el nombre de quien reglamentaba el trueque de caricias pasajeras por becas informales y semivitalicias.
Una fuente central de datos sobre las aficiones sexuales de Evo parece ser el deporte. El supremo interés que adquirió para él la organización de seleccionados femeninos es un dato que se escapó de las manos de los acuciosos biógrafos del exmandatario. De modo que a partir de este año, varios libros tendrán que ser reescritos. El acceso efectivo a la intimidad de Morales no era tal. Su faceta más desconcertante aún está por ser revelada.
Por lo pronto, asentamos acá la principal enseñanza de esta pasmosa relación entre Evo y las mujeres. Como también sucedió con algunos de sus predecesores en el cargo, el erario público, su logística aérea y su infraestructura fueron usados por Morales para facilitar sus conquistas efímeras y vergonzantes. No es casual que solo su salida del poder haya permitido abrir una rendija. Ya no cuenta con la protección de sus “ministros de faldas” y muchos de ellos, quizás asqueados, empiezan, cuando menos, a pulsar sus celulares, proveyendo a las autoridades de las pruebas indispensables para construir un juicio. El cacareado matrimonio con Bolivia le sirvió al ex Jefe de Estado para encarar su poligamia sin frenos.
El reciente destape no debería quedar restringido a la vida privada, en la que bien pudieron haber participado solo mujeres adultas o a punto de serlo. Lo desconcertante es su transformación en sistema consagrado a satisfacer a un individuo. En el semanario El Sol de Pando, Wilson García Mérida ha aportado datos fundamentales para leer el caso Noemí. El periodista asegura que la familia Meneses es beneficiaria de la venta ilegal de tierras en el Parque Tunari. El ovillo involucra a la Gobernación, que cedió un chofer y una vagoneta, a los sindicatos de la zona y seguramente a la Alcaldía de Sacaba. He ahí el meollo del asunto. La provisión de compañía femenina rotativa para el jefe supremo es apenas la coronilla de un aparato viciado que hizo que un puñado de patriarcas insaciables se hiciera adicto al dispendio de vidas, cuerpos y patrimonios.
Rafael Archondo es periodista.