Hubo un tiempo en que los buenos seres humanos se dedicaban
a la política y se preocupaban de que ésta camine junto a la ética. Esos seres
sabían que la política necesita de la ética para construir el bien común y para
organizar la sociedad sobre los cimientos de la libertad y la igualdad. Esos
seres estaban conscientes de que la ética transparenta la democracia, estaban
seguros que la democracia limita al poder porque la ética es el origen de la
ley.
Sin embargo, desde que los actores del “proceso de cambio” tomaron, allá en el
lejano 2006, el poder en nombre del pueblo, pero jamás entregaron el poder al
pueblo, sino a un político, la ética se divorció de la política y los valores
que los bolivianos habían acordado en años fueron tirados al carro
basurero.
Pues, hoy, si pides democracia, eres un dictador. Si loas al déspota, eres un
demócrata.
Si aplaudes las mentiras del jefazo, eres apóstol de la verdad. Si cuestionas
sus falacias, eres un mendaz.
Si justificas la violación de la Constitución, eres un defensor de la
Constitución. Si condenas a los violadores de la ley de leyes, eres un violador
del derecho humano del “hermano” a ser dictador.
Si levantas la voz contra los incendios de los bosques, eres un ambientalista
depredador. Si llamas depredador al político que decretó el ecocidio, eres
enemigo del “defensor de la Madre Tierra”.
Si no aceptas como verdad la mentira del poder que dice -con ayuda de los
medios paragubernamentales- que encontraron un océano de gas, eres un ciego que
no visualizas lo que el poder ve.
Si ensalzas la megalomanía, eres un buen boliviano. Si callas ante tantos
“elefantes blancos”, eres digno de administrar la cosa pública y despilfarrar
el futuro del país.
Si eres funcionario y no vas a las concentraciones del “hermano”, eres
merecedor de una hora intensa de odio.
Si dices que está muy mal derrochar 3.000 millones de bolivianos en el culto a
un funcionario, eres un inculto envidioso.
Si repites y repites que el referéndum del 21 de febrero de 2016 fue el “día de
la mentira”, mereces una embajada. Si haces notar que repetir esa falacia es
burlarse de la inteligencia del pueblo, eres un cojudo que merece la horca
mediática.
Si no agradeces por las obras financiadas con tu dinero, eres un mal
agradecido. Si pides que no falseen la realidad, el falso eres vos. Si los
descubres en una impostura, el impostor eres vos.
Si un policía cumple su deber y arresta a un funcionario borracho en un
vehículo público, el policía es procesado por cumplir la ley. Si un policía
encubre un hecho de corrupción de un funcionario, ese policía llega a ser
comandante.
Si eres un militar que sirve sumisamente al gobernante, serás comandante de las
Fuerzas Armadas. Si optas por servir a la Constitución y a la Patria, mereces
ser excluido de la carrera así hayas sido el primero de tu curso.
Si publicas la demagogia como gran noticia, eres un buen periodista. Si haces
periodismo y descubres lo que el poder se empeña en ocultar, eres miembro del
“cartel de la mentira”.
Si sufres cáncer y no sales a protestar contra tu médico para defender al
tirano, estás condenado al anatema del déspota por haberlo dejado solo aunque
él te haya abandonado durante 13 años.
Si pides al gobernante respetar la ley, te aplican a vos la ley.
Si haces fraude para ser electo, eres magistrado. Si te corrompes y vendes
cargos, eres juez. Si acusas sin investigar, eres fiscal. Si encarcelas a un inocente,
eres premiado por la justicia de los que hicieron fraudes y vendieron cargos.
Tal es la pútrida moral del poderoso de hoy que si te atreves a hacer un
tratamiento aséptico, te puede mandar a la Policía del pensamiento hasta que
admitas que el inmoral eres vos.
Sin embargo, no todo está perdido. Hoy más que nunca la democracia necesita de
ciudadanos/as libres, informados, maduros, reflexivos, ilustrados, capaces de
argumentar y razonar.
No todo ha sido malo. Quizá la irrupción de los políticos con antivalores era
necesaria para sacudir a la sociedad boliviana de su modorra hasta hacerle
apreciar los valores de la democracia y volver a encaminar la ética al lado de
la política.
Andrés Gómez Vela es periodista.