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Raíces y antenas | 17/12/2023

Estrangulaban a YPFB y se hicieron los locos

Gonzalo Chávez
Gonzalo Chávez

En algo que parece una estrategia de dosis homeopática, el Gobierno vienes reconociendo, poco a poco, serios problemas de la economía boliviana. Pero al mismo tiempo, con un talento único sigue la escuela filosófica del despiste “yo no fui, fue teté”, y se deslinda de las responsabilidades que le corresponde como causante de la crisis económica.

Hace algunas semanas el presidente Arce reconoció que los subsidios a los hidrocarburos son descomunales. Esta semana reveló la negligencia con que se trató la política hidrocarburos del país. En efecto, dijo que fue una decisión del Gobierno de Morales frenar la inversión en exploración y producción de gas natural, aunque, dijo, el daba supuestas alertas en contrario desde su cargo de jefe del gabinete económico. “Nadie me hacía caso”, confesó el padre del milagro económico degradado a cajero por el expresidente Morales. También reveló que el ministro de Hidrocarburos de la época, Luis Sánchez, era un chachón. No asistía a las reuniones del equipo económico y de gabinete donde se definía el nivel de inversión pública en el sector. Y lo más sui generis, nadie le decía nada. Fue este ministro y oceanógrafo quien revelo que Bolivia tenía un mar de gas. Arce sabía que esta era una mentira, pero nunca denunció la impostura.

En esta nueva coyuntura, el presidente actúa como Poncio Pilatos y se lava las manos con jabón patria. En la época, el corte de la inversión en exploración de gas y el total desorden en la política hidrocarburífera fueron alertadas por varios profesionales del área. Ahora sabemos que el ministro Arce coincidía con estas denuncias en el círculo íntimo del poder, pero hacia afuera, en el ámbito de la opinión pública, seguía construyendo la narrativa de que la economía estaba boyante y que poseía un blindaje de tortuga diluviana.

El ministro y ahora presidente Arce sabía de la debacle que se avecinaba en el sector gas natural. En 2014 se producían 60 millones de metros cúbicos al día, pero ahora, con suerte, llegamos a 37 millones. Hace 10 años exportábamos 6.600 millones de dólares de este energético a Brasil y Argentina e importábamos en torno de 1.139 millones de dólares de gasolina y diésel. El superávit era de 5.000 millones de dólares. La renta gasífera (Impuesto Directo a los Hidrocarburos –IDH–, regalías y otros impuestos) eran de 5.489 millones de dólares.

En 2022 esta renta se había reducido a 2.489 millones de verdes. Es decir, se habían esfumado de las arcas estatales 3.200 millones de washingtones. El año pasado fue el periodo de inflexión y Bolivia, de potencia gasífera se convirtió en un importador neto de hidrocarburos. Vendimos 3.000 millones de dólares de gas y compramos 4.200 millones de gasolina y diésel. El déficit de la balanza energética fue de 1.200 y pagamos, además, 1.700 millones de dólares de subsidio a los hidrocarburos.

Como es obvio, junto a este declive del sector hidrocarburífero, también cayeron los ingresos del Estado y consecuentemente se secaron los recursos para gobernaciones, municipios y universidades. Recordemos que durante el auge, en año 2014, el 50% del total de las recaudaciones del Estado provenía de los impuestos, regalías y participaciones (en suma, todo el government take) del sector gas.

Esta es la abrumadora realidad de los hechos presentada hace muchos años por opinadores y que ahora la primera autoridad del país reconoce que conocía y más aún que había alertado al presidente Morales sobre los hechos, quien no hizo nada para evitar el estrangulamiento de la gallina de los huevos de oro, YPFB. En rigor, ambos, presidente actual y expresidente, le serrucharon el piso a la empresa,  uno por acción, el otro por omisión. Ahora se revela la eutanasia, a cuatro manos, en el marco de una feroz disputa por el poder.

Pero para tranquilidad de todos, ahora que las vacas salieron del corral, las autoridades del gobierno decidieron cerrar la puerta y prometen, ahora sí, cientos de millones de dólares en exploración en 42 nuevos proyectos que, si funcionan, en cinco años darán frutos. Pero la pregunta central a estas alturas de la coyuntura aquí es: un gobierno que desde hace 10 años tiene un déficit público y tiene una enorme escasez de recursos, ¿cómo financiarán los nuevos emprendimientos?

El ataque de sinceridad del presidente se basa, sin embargo, en cargarle el muertito al candidato Evo como parte de la ch’ampa guerra de la hermandad del poder. Pero aprovechando el viaje coyuntural de franqueza también se podría reconocer que estamos frente a una inflación reprimida, sobornada por subsidios que no son sostenibles. Que lidiamos con un crecimiento económico que declina a 10 años. Y que tenemos una tasa de desocupación que oculta una enorme precariedad laboral basada en una economía informal gigante. Asimismo, en un viaje en el tiempo, el ministro Arce podría avanzar unos años y alertar a los actuales candidatos Arce y Morales que el origen de la escasez de dólares y diésel está en el déficit público que completa 11 años o que la destrucción del medioambiente se basa en el modelo primario y extractivista que defienden con tanto ahínco.

Bueno, hasta aquí llegue este año. No me queda más que agradecer, con el corazón, su amable compañía y lealtad semanal con esta columna. Estoy agradecido también con todos los medios de comunicación que acogen mis ideas después del cierre de Página Siete. Volveré a las trincheras del debate en tres semanas. Nos espera un próximo año complejo. Les deseo a todos unas maravillosas fiestas. Recarguen la resiliencia y alimenten la esperanza a pesar de los que nos gobiernan. Otro país, más justo y productivo, es posible y en 2024 lo propondremos y defenderemos.



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