Javier Milei se presenta como un verdadero
fenómeno político y sociológico, no tanto por el estilo, sino por la naturaleza
y la forma de las rupturas que instala. Se trata sin duda de una manera
diferente de hacer política.
Esta naturaleza disruptiva ha sido objeto de múltiples interpretaciones. La izquierda lo califica como de derecha; la derecha, de populista; los populistas, de fascista; y los liberales, de anarquista; él, en cambio, se define como liberal libertario y declara sin tapujos que filosóficamente es, de principio a fin, un anarcocapitalista, es decir algo totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados a ver. Su victoria, empero, ha develado la naturaleza anacrónica y retrógrada del MAS y la debilidad creativa de la oposición.
El anacronismo masista puede verse en su posicionamiento ideológico caracterizado por su desprecio por la democracia, su oposición al capitalismo, su visceral odio al liberalismo económico y un racismo mal disimulado que lo ha contaminado todo; empero, su pasión por este ramillete de aberraciones se presenta como atributos que prueban su inquebrantable filiación de izquierda.
Un ideólogo del libertarismo liberal que profesa Milei expone la mediocridad de esta pose izquierdista de la forma siguiente: “¿Qué términos simples los libertarios deberían aplicar para distinguir las variedades de ‘izquierdistas’ y ‘derechistas’? (...), me contento con decir que ‘yo soy libertario’, y estoy dispuesto a explicar la definición de este término para cualquier persona que busque significados en lugar de etiquetas” (Read, 2018). La victoria de Milei ha mostrado que el kirchnerismo peronista no era más que la etiqueta de una izquierda fracasada y corrupta. Por extensión ideológica natural, lo mismo puede decirse ahora del masismo, de ahí su carácter anacrónico.
En la otra orilla, las limitaciones de la oposición se han hecho visibles desde el momento en que quedó presa de la dinámica obsoleta que impone juzgar las cosas desde la óptica derecha-izquierda y no poder imaginar, como lo hizo Milei, que mucho más allá de los discursos hay siempre una opción histórica posible.
Quizá, el mejor secreto de Milei se esconde en el subconsciente ciudadano develado en una entrevista pública. Una reportera entrevistó a una señora que esperaba ver pasar el coche de Milei en su recorrido a la Casa Rosada: señora –le preguntó– “¿qué edad tiene usted?”. “83” repuso la entrevistada.
¿“Por qué vino”?, prosiguió la reportera; “porque siento lo que sentí hace 40 años, acá mismo, cuando los militares le entregaron el poder a Alfonsín” respondió la señora (se refería al momento en la dictadura militar fue derrotada). Como esa señora, la mayoría de los argentinos que asistieron al acto de posesión de Milei sintieron que con él terminaba un oscuro periodo. El nuevo Presidente lo hizo patente cuando inició su discurso frente ellos: “es el fin de la noche populista” dijo ante una multitud enardecida de emoción que, en su mayoría, no habían nacido hace 40 años, pero sintió en lo más profundo de su ser el poder autoritario del populismo peronista.
Cuando la multitud se retiró de las avenidas que dan al Congreso, la prensa nacional e internacional notó algo extraño: la gente se encargó de limpiarlo todo, metro por metro: “no hay un solo papel, es una limpieza total” dijo el reportero. Esto que podría parecer banal tiene una significación importante; los ciudadanos marcaron la diferencia entre un régimen embarrado por la corrupción y la pulcritud de una sociedad que ya se cansó de la mugre populista.
Lo cierto es que la victoria de un liberal libertario ha logrado sacar una pesada venda de oscurantismo a las sociedades circundantes que sufren el yugo del autoritarismo populista. Es una lección importante en la medida en que nos muestra que sí es posible cerrarle el paso a las dictaduras cuando se es capaz de imaginar un país diferente más allá de los clichés del siglo XX, y más cerca de los ciudadanos del siglo XXI. También es cierto que Milei nos ha dado una lección valiosísima: hay que desenmascarar la serpiente autoritaria con solvencia intelectual, valor civil e inquebrantable voluntad política.