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De frente | 09/11/2021

Entre la grieta y la brecha

Oscar Ortiz
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Las sociedades latinoamericanas se ven profundamente divididas y confrontadas por la polarización política, promovida y fomentada por líderes populistas que alimentan su proyección desde la división social. El resultado es el enfrentamiento permanente que impiden a las naciones concertar bases de convivencia ciudadana, bajo las cuales se puede pensar en el largo plazo y lograr altos niveles de libertad, oportunidades y prosperidad.

El problema no es que haya diferencias entre los ciudadanos, es normal que existan y que tengamos distintas formas de pensar y de plantear nuestro futuro, como individuos y como sociedad. Lo que se ha perdido es la capacidad de discutir, debatir y resolver estas diferencias en un marco democrático de convivencia pacífica, en el cual compartimos espacios comunes a pesar de nuestros distintos principios, valores e ideas.

No es casual; para este tipo de dirigentes, no hay otra forma de sobresalir que agitar los enfrentamientos, pues carecen justamente de ideas y propuestas, con los cuales proyectarse, por lo que se concentran en explotar reivindicaciones identitarias y/o sectoriales o en agitar los temores de sectores o estratos sociales que se sienten amenazados por otros a quienes ven como amenaza.

 A este tipo de dirigentes políticos no les interesa la discusión sobre políticas públicas, visiones de desarrollo o soluciones a los principales problemas sociales. No les interesa un progreso autentico, alimentan su liderazgo desde el sufrimiento de los sectores con mayores carencias. Si la clase media fuera mayoritaria y próspera, simplemente no tendrían opción de llegar al poder. Tampoco, les interesa el largo plazo, pues las soluciones a los problemas estructurales de una sociedad, como la educación, la salud, la justicia y el progreso económico, exigen décadas de continuidad entre distintas gestiones de gobiernos, mientras ellos viven para el día, obsesionados para mantener la popularidad que los sostiene. Por ello, la rabia entre unos y otros, que agita la polarización, oculta la falta de resultados de sus gestiones de gobierno o la carencia de una propuesta alternativa.

Para todo este tipo de dirigentes y gobernantes, la polarización es altamente rentable, pues les permite dirigir la discusión pública hacia un campo que dominan, descalificando y estigmatizando mediante linchamientos morales a quienes se atreven a disentir, criticar y denunciar sus imposturas, demagogias y falsedades. 

Frente a esta pelea continua de los políticos, surge lo que Ana Iparraguire, una destacada consultora política argentina, llama la brecha, definiendo así el rechazo ciudadano al conjunto de la dirigencia política. Lo paradójico es que el rechazo general a la política, y a los partidos que la estructuran, profundiza el circulo vicioso de desinstitucionalización que abona el campo de cultivo para que surjan nuevos liderazgos que apuestan a los miedos y a la rabia, retroalimentando la polarización.

Normalmente, frente a este problema se reivindicaría el centro y se condenaría a los extremismos. El problema es que durante décadas se desarrolló una especie de dictadura de centro que se arrogaba el derecho de definir qué es lo políticamente correcto, excluyendo a inmensos sectores de la sociedad que se consideraron ignorados en sus problemas o despreciados en sus valores, empujándolos hacía los populistas que sí hablan de lo que les preocupa.

Frente a ello, es necesario debatir nuevos modelos de liderazgo y de representación publica, adaptándolos a los desafíos que implica una sociedad cada vez más digital e interconectada, en la cual una democracia plena debe garantizar una efectiva competencia electoral, el debate público, la alternancia y la rendición de cuentas, el gobierno abierto y la transparencia de la información.

Los límites al poder siguen siendo el desafío permanente de las democracias y sus instituciones, al mismo tiempo que una ciudadanía que demanda ser incluida en el debate publico y que rechaza los intentos de imponer pensamiento único, tanto desde de los populismos autoritarios como desde los círculos rojos que se arrogan el derecho de definir lo universalmente correcto y aceptado.  

Óscar Ortiz ha sido presidente del Senado y ministro de economía. 



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