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29/03/2020

Enfrentar el Coronavirus requiere coraje y sentido común

En Bolivia, un ministro, después de haber interactuado con un experto español y quien posteriormente falleció por el coronavirus, se quedó en su casa en cuarentena y después de haber sido dado de alta dijo que en ese tiempo hizo gimnasia y tomó sol.

Es claro que para adaptarse mejor a una cuarentena se necesita de ciertas condiciones que no tiene una mayoría en las áreas suburbanas de La Paz, El Alto, Santa Cruz y cualquiera de nuestras ciudades. En consecuencia, se puede inferir que para adoptar una política pública frente al COVID-19 se necesita conocer el contexto: indicadores sociales como niveles pobreza, hacinamiento en las viviendas, infraestructura deficiente, acceso al agua y hábitos, entre otros.

Pero además, la lucha contra un enemigo invisible –que está en todas partes y en ninguna– tiene otro componente y es la emoción: el temor, el miedo y la ansiedad de no saber qué va a ocurrir con uno mismo o con los seres queridos. Y en el caso de amplios sectores, la angustia de cómo van a llevar el pan de cada día a su casa. En el sur de Italia, el país más azotado por la pandemia, ya se habla de conseguir comida violentando supermercados.

Por todo ello se necesita una narrativa y portavoces de gobierno que generen empatía y busquen implementar sus decisiones más por el consenso que por la amenaza. El discurso represivo no solamente recuerda al pasado, sino que, al final del día, no es efectivo. Ello no significa que no se utilice la coerción para hacer cumplir las políticas de bien público, pero no debe ser la primera opción.

Simplificando, se puede hablar de tres modelos en la política pública sanitaria frente al coronavirus. La “opción radical de la cuarentena” que es la que se supone se ha implementado en China y que ha dado resultados. Para ello se necesita una población disciplinada y un Estado con rasgos autoritarios donde el control y mando están centralizados y las FFAA actúan de manera eficiente. En el otro extremo están Suecia y algunos países nórdicos, donde prácticamente no hay cuarentena. La población, por si misma, va tomando decisiones, como de no ir a cines o a bares; el número de contagio es bajo, pero también se debe a que cuenta con un nivel de atención en salud pública eficiente. Finalmente están las variantes que toman aspectos de un modelo u otro.

Ciertamente detrás de estas decisiones esta también el optar por la economía o las vidas humanas y/o como llegar a un equilibrio. Lo que a primera vista parece fácil, cuando se profundiza el análisis resulta que miles de personas mueren igualmente por la pobreza, nutrición y falta de atención médica.

En el caso de Bolivia el gobierno ha optado por un Estado de Emergencia Sanitaria y cuarentena dura, y como una forma de contención social ha decidido entregar 500 bolivianos por hijo que asista a la primaria en la escuela pública y una canasta familiar. Estas medidas deberán ser implementadas en un corto plazo. En ese camino, a quién se entrega y cómo se organiza la distribución será otro desafío, además de prever el menor costo en corrupción.

Para enfrentar una pandemia tan severa no solamente se necesita coraje, como lo ha demostrado tener la presidenta Jeanine Añez, que toma decisiones y se preocupa por los problemas de la gente, sino también capacidad para enfrentar la precariedad de los sistemas de salud en el país, los cuellos de botella en la implementación de las acciones y los intereses de los grupos al exterior (candidatos que se han vuelto expertos en coronavirus) e interior del gobierno.

Finalmente, el Ejecutivo enfrenta un problema que corresponde al ámbito médico, pero donde también se tienen visiones e intereses particulares, (tanto de la burocracia de salud internacional como de las empresas farmacéuticas) y es qué tipo de tratamiento y fármaco utilizar. En ese campo, la propuesta del científico francés Didier Raoult, que finalmente ha sido aprobada por su gobierno, de usar la cloroquina, que es un remedio barato y que tiene sus principios activos en la quina, planta que se utiliza para la curación de la malaria, parece una alternativa viable, especialmente con los pacientes graves.

Gregorio Lanza es economista con maestrías en políticas públicas.



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