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Tinku Verbal | 10/05/2020

El tiempo va hacia atrás

Andrés Gómez V.
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Si el tiempo avanzara hacia atrás, tendríamos la posibilidad de recomponer los hechos como una cámara de televisión cuando retrocede las imágenes que grabó. Pero la vida fluye, aparentemente, hacia adelante porque los humanos acordamos medir el tiempo arbitrariamente en esa dirección. Entonces, rompemos un vaso de cristal y ya no podemos unir las partes. En cambio, una cámara que registró la caída del vaso puede retroceder los hechos desde el momento que cayó hecho trizas, el instante en que los fragmentos se unen de repente en el suelo y saltan hacia atrás hasta formar un vaso entero en la mesa.

 El virus que paraliza el mundo desde hace casi 60 días paralizó también el acelerado conteo del tiempo hacia adelante y lo puso en reversa. Sí. La humanidad paró en seco su desenfrenada vida, pero la vida siguió su curso, más no hacia adelante, sino hacia atrás porque todo lo que había sido destruido comenzó a regenerarse: se limpió el aire, hoy casi está como hace 50 años; los animales vuelven a su hábitat de hace siglos y el ser humano, el más depredador del reino animal, se siente tan vulnerable como hace milenios sus antepasados que morían por enfermedades desconocidas.

El tiempo es subjetivo. Avanza en el sentido que creemos y queremos. Desde que comenzó la cuarentena, va en reversa porque el ser que, generalmente, transcurre entre su nacimiento y su muerte, ahora transcurre entre su finitud y su renacimiento como aquel vaso que después de hacerse trizas al caer, se recompone en las imágenes en reversa.

El padre que vivía muchos días en un día (no es metafísica popular, sino el ser real en el tiempo subjetivo) y no tenía tiempo para su familia, hoy cuenta con 24 horas para hacer lo que siempre debió hacer desde que nacieron sus hijos: jugar, escuchar, compartir, bromear. La vida le da otro tiempo para poner en limpio su vida.  

Ella o él está recién redescubriendo a su pareja en la encerrona forzada. La descubrió en los primeros meses de constitución de la comunión de dos vidas, en esos días en que la comunicación estaba reducida al exuberante diálogo de cuerpos y no de espíritus. Y la comunicación total es comprensión y ésta es resultado de la acción de escuchar almas.  

A propósito de escuchar, hace tiempo leí el siguiente cuento, pero no recuerdo dónde:

Un par de amigos fue de cacería al bosque cuando de pronto uno de ellos cayó al suelo. Parecía que no respiraba y sus ojos habían quedado en blanco. Entonces, el amigo que estaba de pie sacó su celular y llamó a un hospital. Asustado y con la voz nerviosa, contó al telefonista.

–¡Pablo está muerto! ¿Qué hago?
–Cálmese. Lo voy a ayudar. Primero asegúrese de que esté muerto, le dijo la telefonista con voz tranquilizadora.
Segundos después, se escuchó un disparo que rompió la pausa del diálogo.
–Muy bien, ¿y ahora qué hago?, preguntó con voz agitada el amigo a la telefonista.

El amigo sólo oyó a la telefonista, no la escuchó. Si la hubiera escuchado, hubiera comprendido el mensaje y no habría matado a su amigo. Escuchar es comprender al otro. 

En estos días de la nueva normalidad que obliga a la distancia física y a la cercanía en la familia, miles de hijos están comprendiendo a papá, a mamá; y miles de mamás y papás están entendiendo a sus hijas e hijos porque los están escuchando como debieron haberlo hecho hace años, pero andaban sin tiempo y huyendo del pasado que persigue al futuro que llama a la incertidumbre.

El virulento presente es un tiempo dialéctico de empatía. De la participación del yo en la realidad del otro. Del “ojalá pudieses saber tú lo que significa ser yo”, hubiese dicho la compositora de jazz Nina Simone para desafiar al racista que no quería calzar la vida de su semejante diferente.  

El esposo que no fregaba los platos, que no cocinaba, que no lavaba la ropa, que no limpiaba la casa y celebraba el Primero de Mayo como si él fuera el único trabajador de la familia, está sabiendo el gran significado de su esposa, ama de casa, en el trabajo. Debería haberlo sabido desde el día uno, pero ese día las horas corrían, hoy van en cámara lenta.  

El tiempo que va hacia atrás está demostrando que todos tenemos las mismas 24 horas del día, la diferencia está en cómo las aprovecha cada uno. Ya lo advirtió el poeta e historiador estadounidense Carl Sanburg cuando escribió: “el tiempo es la moneda más valiosa de tu vida. Usted y sólo usted determinará cómo se usará esa moneda. Tenga cuidado que otros la gasten por usted”. 

Intuyo que la mayoría no lo está gastando, lo está invirtiendo en sí mismo, en reconocer errores y corregirlos porque el peor error es creer no tener errores. Enmendar fallas significa retroceder el tiempo. No en un reloj, sino en la misma vida. En un cronómetro, el tiempo avanza inexorablemente hacia adelante, en la vida puede ir hacia atrás. 

No creo que se haya equivocado Stephen Hawking cuando diferenció tres flechas del tiempo diferentes para explicar el destino del universo: termodinámica, psicológica y cosmológica. La segunda es la dirección en la que sentimos que el tiempo pasa: “la dirección del tiempo en la que recordamos el pasado, pero no el futuro”. 

Así, la memoria ordena el pasado y puede reordenarlo en el futuro. El tiempo psicológico nos hace sentir que la vida va en dirección a la muerte que está adelante y que el pasado que quedó atrás ya no se puede cambiar. Sin embargo, la cuarentena está reparando la vida como la memoria de la cámara en reversa que reconstituye el vaso roto. El futuro ya no es la muerte, sino el renacimiento porque ahora el tiempo va hacia atrás. 

Andrés Gómez Vela es periodista.



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