En tanto, al tercio del MAS se agregó, en los últimos meses, el grupo empresarial agroindustrial de Santa Cruz con una perspectiva pragmática dominada por las ganancias (capitalistas) anunciadas por el Estado Plurinacional. Pero esta suma no aumenta en gran medida el electorado masista; sin embargo, aporta un elemento simbólico: el MAS ya no es sólo el partido de los pobres y desvalidos que necesitan ser liberados del imperialismo y del capitalismo por un “enviado de Dios”, sino también de los ricos de Bolivia que no sé si necesitan ser liberados de alguien. En términos masistas, el MAS representa ahora a la derecha que combatió, arrinconó y derrotó en sus primeros años de gobierno.
¿Qué une a ese electorado masista que raya en el integrismo? Lo une una cultura autoritaria, heredada de la mezcla precolombina y colonial. Voy a entender cultura -en los términos de María José Canel- como las interpretaciones de un mundo y las actividades y artefactos que las reflejan. “Más allá del conocimiento, estas interpretaciones se comparten en forma colectiva, en un proceso social. Aunque algunas actividades pueden ser individuales, su significación es colectiva”, escribió la investigadora española.
Desde esa mirada, este grupo no concibe la democracia sobre los valores liberales que los otros dos tercios de electores entienden, sino como un régimen que otorga ventajas (por no decir canonjías) a cambio de apoyo militante al partido único y al líder “predestinado”. En otras palabras, ellos comprenden la democracia como la institucionalización de la prebenda y la conversión de los militantes en clientes, desde las alcaldías y gobernaciones controladas por el MAS, para mantener fidelidad al partido a costa de la deslealtad a los intereses de Bolivia.
La estrategia masista de encarrilar su gobierno, en apariencia, como un “proceso colectivo”, y el discurso de identidad indígena, dirigido a la parte más peligrosa del ser humano: la emoción, lograron su objetivo: 14 años de poder. Dadas las circunstancias, este colectivo se desmoronará si aparece otro partido con las mismas características que el MAS y un político con un perfil similar al jefe de esta organización.
Otro factor que puede poner en riesgo su unidad es la posible disputa interna por las candidaturas a diputados y senadores si se toma en cuenta que las ambiciones humanas de poder juegan a destruir en este tipo de organizaciones. El déficit de prebendas también patea en contra porque despierta la envidia de los que reciben migajas contra los que se quedan con la mayor parte del pastel.
Por las razones expuestas, es incomprensible que Carlos Mesa, el candidato de la oposición con más opciones, haya decidido seducir a este electorado que por identidad y cultura política está muy alejado de él y de su acompañante de fórmula. Si no fuera así, ¿cómo se entiende que hasta la fecha no haya puntualizado los cambios radicales que hará si llegara al Gobierno?
El tercer tercio, que definirá las elecciones de octubre, no comparte la cultura política del masismo, tampoco está cómodo con la política económica vigente porque sabe que debajo de la apariencia hay una realidad peligrosa para el futuro de sus familias. Si Mesa quiere subir en las encuestas y ganar los próximos comicios, tendrá que acercarse (emocional y mentalmente) a este sector que no demanda un Bolsonaro, sino un político implacable con los que abusaron del poder durante casi 14 años, eficiente en la lucha contra la corrupción y el narcotráfico, efectivo en la creación de empleo de calidad, extraordinario en la salud y prodigioso en la educación.
Andrés Gómez Vela es periodista.