cerrarIMG-20250923-WA0008IMG-20250923-WA0008
BEC_ZAS_1000x155px
BEC_ZAS_1000x155px
Brújula digital EQUIPO 1000x155px_
Brújula digital EQUIPO 1000x155px_
Tinku Verbal | 05/10/2025

Control de calidad de los representantes

Andrés Gómez V.
Andrés Gómez V.

Las abejas, reunidas en asamblea, discutían si valía la pena instaurar el voto universal para elegir a su soberana. Unas defendían el orden de siempre: la Reina manda, los zánganos votan. Otras exigían una revolución: que también las obreras tengan voz y derecho a elegir.

El primer bando advertía: si todos votan, cualquiera puede ser elegido. Y si cualquiera puede ser elegido, incluso una obrera podría sentarse en el trono. Eso –decían– sería una amenaza mortal para la colmena, condenada a la ruina frente a las demás.

El segundo bando respondía que era injusto que sólo una soberana reine por un supuesto derecho divino. ¿Acaso no son las obreras quienes recolectan el alimento, cuidan las crías y mantienen limpio el hogar común? Sin ellas, la colmena no existiría.

El argumento parece convincente: igualdad de derechos. Sin embargo, hay un detalle incómodo. En el mundo de las abejas, la naturaleza manda. La reina es la única hembra fértil, los zánganos están hechos para aparearse y las obreras, estériles, cumplen el resto de funciones. Cada cual nace con un rol inmutable. Cambiarlo significaría la desaparición de la colmena.

En el mundo de los animales políticos, en cambio, la naturaleza no decide. El orden lo construimos entre todos. Desde que la democracia liberal reconoció la igualdad de derechos, cualquiera puede llegar al poder: obrero u obrera, rico o pobre, campesino o empresario. En Bolivia, lo hemos visto: las urnas han abierto las puertas del gobierno a personas de todos los orígenes.

Se cumple la regla: si todos pueden votar, cualquiera puede ser elegido. Pero aquí surge la pregunta incómoda: ¿cualquiera está capacitado para gobernar?

Nuestra democracia permite que lleguen al poder quienes roban o duermen en las sesiones, quienes repiten discursos sin comprender lo que leen, quienes trabajan menos que una abeja en todo un periodo de cinco años. Como la naturaleza no interviene, la democracia carece de un “control de calidad” de representantes. El riesgo es que el poder caiga en manos de un inepto… o de un enemigo disfrazado de demócrata decidido a destruirla desde adentro.

No podemos pedirle a la naturaleza que elija candidatos. Sería absurdo. Pero tampoco podemos cerrar las puertas a nadie sin traicionar el principio democrático. ¿Qué hacer entonces para que la política no sea el terreno de los menos preparados?

La respuesta es simple y difícil a la vez: educación. Un ciudadano que comprende lo que lee, comprende mejor la realidad. Un ciudadano que domina las operaciones básicas entiende con más claridad las consecuencias de sus actos. Hoy, según datos oficiales, sólo tres de cada diez estudiantes comprenden lo que leen. Y lo más probable es que esos tres se dediquen a la ciencia o al sector privado, mientras de los otros siete quizás la mayoría se lancen a la arena política. Es decir: siete de cada diez tomarán decisiones que afectarán a los tres mejor preparados… y a sus familias.

¿Es suficiente la educación? No. Debe ir acompañada de cultura democrática y cultura científica. Democracia más ciencia significa ciudadanos con mente abierta, capaces de resistir el adoctrinamiento y de reconocer el virus del fanatismo.

Al final, la asamblea de abejas votó por mantener el orden natural: alterar los roles habría significado la extinción de la colmena. Los animales políticos, en cambio, nos resistimos a la naturaleza y la desafiamos con la política. El problema es que, mientras las abejas eligen a su reina por biología, nosotros a veces elegimos a nuestros reyes por simpatía, por rabia o, peor aún, por puro zumbido.

Andrés Gómez Vela es periodista y abogado.



BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
Recurso 4
Recurso 4
ArteRankingMerco2025-300x300
ArteRankingMerco2025-300x300