Fue un hermoso sueño -de verdad, lo fue- se produjo en julio del 2013. Por esa época, el Presidente de entonces, sin ser economista, se cuestionaba “¿De qué vamos a vivir?”, intuyendo los difíciles años que sobrevendrían al macrociclo de precios altos; su olfato político le decía, seguramente, que todo lo que sube, baja y, así fue; es más, hoy mismo está pasando y la bajada continuará, inexorablemente.
El hermoso sueño del 2013 tenía que ver con romper la dependencia de los recursos extractivos no renovables -minería e hidrocarburos- a partir de la posibilidad de triplicar la producción de alimentos para que en el 2025 tuviéramos otra Bolivia; para ello, se propuso invertir 13.000 millones de dólares en el sector agropecuario y agroindustrial; subir la producción desde 15 hasta 45 millones de toneladas y crear un millón de nuevos empleos para los bolivianos.
Se lo expuso visionariamente, cuando el país registraba en 2013 su mayor nivel de exportación de hidrocarburos (más de 6.000 millones de dólares); diez años más tarde es casi la mitad, comprometiendo el modelo económico gubernamental, basado en el excedente de esta actividad extractiva.
Se propuso el sueño con optimismo, seguros de convertir una amenaza en una oportunidad, ya que un año antes la FAO había sentenciado que la población mundial de 7.000 millones de personas subiría a 9.100 millones en 2050, para lo cual la producción de alimentos debía incrementarse un 70% a fin de evitar una hambruna. Diez años después, no solo hay 8.000 millones de bocas por alimentar sino precios altos para los alimentos, cumpliéndose el triste augurio.
¿Qué pasó desde entonces? El sector agropecuario, fiel a su “capacidad de aguante”, contra viento y marea -sequías, inundaciones, heladas, plagas y políticas restrictivas- ha seguido invirtiendo y produciendo para alimentar al país y a millones en el mundo. La producción de alimentos en Bolivia creció 47% superando las 22 millones de toneladas en 2021, aunque no llegamos aún, ni a la mitad de lo previsto para el 2025.
Desde el célebre “Encuentro Agroindustrial Productivo – Más inversión, más empleos” en julio del 2013, del que participaron los más altos representantes del empresariado agropecuario y agroindustrial, así como de los Órganos Ejecutivo y Legislativo, hasta la “Cumbre Agropecuaria – Sembrando Bolivia”, en abril del 2015, muchos fueron los intentos para concretar lo que denominé “el acople de la Agenda Agroproductiva con la Agenda del Bicentenario”, tanto en el primer Encuentro en el que tuve la dicha de exponer la Propuesta, así como en la indicada Cumbre, siendo parte de los 50 representantes de la agricultura comercial, sumados a los 50 representantes del Pacto de Unidad que asistimos al evento en el que estuvieron presentes el Presidente y Vicepresidente del Estado, seis Ministros y actores de otras entidades públicas.
Sin embargo, muchos no entendieron el planteamiento, algunos pensaron que sería solo para beneficio de Santa Cruz, ignorando que el futuro desarrollo, la estabilidad y los empleos en Bolivia, dependerían, sobremanera, de tal iniciativa.
Recuerdo que, justamente en 2013, Santa Cruz sufría una agresión similar a la actual, con más de 100 predios productivos avasallados en el agro cruceño; gracias a Dios, el gobierno de entonces no solo tuvo la visión necesaria, sino, también, los pantalones suficientes para poner las cosas en orden, incluso con su propia gente que -como si no hubiera tierras fiscales para acceder a ellas- se organizaba delictivamente solo para entrar en el negocio de invadir cultivos y propiedades en producción, haciéndose ver como “los pobrecitos colonos”, cuando en realidad obedecían a una estrategia de ocupación y tráfico de tierras, tal cual investigó y descubrió, luego, el Ministerio de Gobierno. Solo cuando se puso atajo a tal hecho, metiendo a los avasalladores a la cárcel, se pudo seguir invirtiendo.
¡Mis respetos para el sector agroproductivo que, desde siempre no ha cejado en su propósito de construir un mejor país en base a su esfuerzo y sacrificio! No otra cosa se puede colegir cuando se constata que, incluso durante la pandemia, no paró de invertir, producir y crecer para beneficio de la seguridad y soberanía alimentaria de nuestra amada Bolivia, superando obstáculos en el camino, como el contrabando de alimentos, las restricciones a la libre exportación, la reticencia al pleno uso de la agrobiotecnología, etc.
A tan solo tres años del Bicentenario, cabe preguntarse: ¿El sueño sigue en pie? ¿Es posible lograrlo? La respuesta es ¡¡¡claro que sí!!! Sin avasallamientos, con biotecnología y con la ayuda de Dios, se lo puede hacer para beneficio de todos, aunque no faltará gente que, sin entender el tema se oponga, confirmando que: “Quienes emprenden grandes obras de utilidad pública tienen que estar a prueba de las dilaciones más fatigosas, las desilusiones más penosas, los insultos más ofensivos y, lo que es peor aún, los juicios presuntuosos de los ignorantes” (Edmund Burke)
Gary Antonio Rodríguez es Economista y Magíster en Comercio Internacional