Hemos perdido la capacidad de escuchar. No sólo hemos dejado de prestar atención a las palabras, sino también a la actitud, a las formas, a las convicciones morales, a las preocupaciones y a las esperanzas que se encuentran detrás de los discursos sobre política pública, que busca –supuestamente– el bienestar de una sociedad. Se han extraviado las convicciones morales y el criticismo político. Ahora todo es una burda escenografía, hueca y absurda.
Cultivar la escucha activa –genuina– es hoy un imperativo moral y cívico. Escuchar al otro es más que oír sus palabras. Implica entender convicciones y actitudes que hay en nuestro interlocutor. Es una forma de respeto. Incluso si no estamos de acuerdo es menester abrir un espacio para el diálogo. Pero, al parecer, todos están amarrados a sus zapatos y enfundados en sus cintos sólo escarban el golpe, la humillación, el postureo. Por eso nuestras sociedades están tan profundamente divididas.
El problema se agrava mucho más cuando se debe poner de relieve los gravísimos problemas económicos del país, que hacen dificilísima la estabilidad política. Las crecientes demandas sociales han descompuesto cualquier puente posible de diálogo y el enfrascamiento idiota del Gobierno de seguir mintiendo y falseando la realidad, sólo provoca una mayor desafección hacia el oficialismo y hacia todos sus operadores. Han construido una realidad distópica cuyo abismo ya está debajo de sus pies.
Esta situación conduce, impajaritablemente, a un empeoramiento de la actual crisis económica de Bolivia. Nuestro futuro inmediato es más que preocupante. Es un robo descarado al futuro de los jóvenes y emprendedores formales de este país. Es un atentado contra todo lo legalmente establecido en este país.
El drama se acentúa mucho más cuando los llamados a trabajar por el bienestar de todos, beben de la ineptitud, de la sordera y hacen de la petulancia su élan vital –cartitas de amor de por medio–. ¿Acaso no se percatan de que ya están en el estropicio y que ya nadan en el fango? Perjuran, desdibujados y caricaturizados por todos, que salen como unos adonis en las fotos de medios y de foros nacionales e internacionales, cuando en realidad, son el hazmerreír y la comidilla de un pueblo entero.
Queman todos los días puentes y caminos y desde sus torres, resquebrajadas, suben y bajan los acólitos con la buena nueva de que todo está en orden. Que hay dólares en abundancia. Carburantes para todos. Que la inflación es un invento del neoliberalismo y que la estabilidad económica es una realidad. Lo demás son heladas y especulación, por supuesto.
Y, para remate, sin un mínimo de rubor y vergüenza, participan en un foro político, con dinero de todos los bolivianos, liderado por el dictador y asesino serial Vladimir Putin, para luego salir con la noticia de que se creará un instituto de lenguas en Bolivia para aprender ruso. ¿Es en serio esta bufonada? ¿A quién le interesa aprender a hablar ruso? ¿Cuál es el valor del ruso en un mundo donde otro es el idioma mundial y globalizado? ¿Sabrán estos jumentos que los propios rusos aprenden y hablan inglés en institutos y escuelas de negocios rusos para comunicarse con el mundo?
Ya no es extravío. Desorientación. Un paso en falso. Un desliz. No. Ya no. Esto es miserable, burdo, fartusco e impresentable. ¿O se los escribo en ruso?