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H Parlante | 07/01/2021

El poder de nombrar

Rafael Archondo Q.
Rafael Archondo Q.

No es casual que dentro del núcleo de poder más elemental de nuestras sociedades, la familia, el poder de nombrar sea el momento inaugural de una dominación luego aceptada por propios y ajenos. Nombrar es el acto con el que se da inicio al sometimiento del nuevo sujeto, al que se le impone un membrete esencial, una etiqueta, un sitio o referencia en los actos sucesivos del habla.  La pregunta esencial: ¿cómo se llama?, comienza toda relación con el nombrado. Nada puede empezar a comprenderse si no se le asigna una seña que lo distinga de los demás. Bautizar es casi programar. ¿Cuántos de nosotros no hemos soñado alguna vez con llamarnos lo que nosotros decidamos y no lo que otros decidieron sin consultar?

En el libro “Política y Partidos en Bolivia” de Mario Rolón Anaya (1999) y aún antes, en “Programas políticos de Bolivia” (1949) de Alberto Cornejo, convertidos en manuales de consulta, aparecen solo ocho de las 54 páginas de las que se compone el principal documento fundacional del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), la organización política boliviana más importante del siglo XX.  “Bases y Principios de Acción inmediata” es el título original. Su difusión mutilada, reducida a las últimas cuartillas, fue uno de los trucos más aviesos para difamar a una sigla, haciendo uso de su propia redacción.

Leer el manifiesto completo obliga a atravesar por un vendaval de sorpresas. Resulta que el MNR fue inventado discursivamente por José Cuadros Quiroga, un cochabambino singular al que sus amigos llamaban Pepe, cuando había prisa; o “el gato que fuma”, cuando se buscaba subrayar uno de sus vicios más arraigados. Cuadros era con ventaja el movimientista con más astucia. René Zavaleta (1970) dijo con desdén sobre él que su “talento táctico abrumaba tristemente la pobreza de los fines a los que se lo destinaba”.  Y es que cuando contaba con las herramientas básicas, Cuadros era devastador con sus adversarios.

Gracias a Eduardo Arze Cuadros y Mariano Baptista Gumucio aprendemos que el autor de “Bases y Principios” se formó con los marxistas cochabambinos que fundaron el PIR (Arze y Anaya), que no quiso acudir a la Guerra del Chaco y que huyó con sus camaradas hacia el Perú para no ser reclutado. También entendemos que desde aquel momento, Cuadros Quiroga cultivó una aversión enfermiza a la masonería y al judaísmo, pensadas ambas, generalmente de manera errónea, como sociedades secretas y conspirativas. Esos rasgos llevaron a Rolón, Cornejo y quizás también a Zavaleta, pero además a movimientistas notables como Walter Guevara Arze, a pensar que Cuadros era un nazi, al que había que purgar de las filas de la Revolución. Se puso en acción entonces el ya mentado poder de nombrar.

El MNR aún no existía y el 19 de junio de 1941, el gobierno de Enrique Peñaranda acusaba a sus hombres de complicidad con la embajada alemana. Esa es la segunda sorpresa. El partido terminó de tomar forma cuando sus futuros fundadores fueron calumniados de amar la esvástica del Tercer Reich.  En rigor, el primer documento que lleva el rótulo del MNR, emitido ese año, es la respuesta puntual a la difamación oficial. Está firmado por Cuadros, Guevara, Siles Zuazo, Rafael Otazo y otros. En el comunicado rectificador se lee:  “Si el principio general del Movimiento es nacionalista, nada puede estar más lejos de nuestro ideario político y nuestra acción que el nazismo”.  Al MNR se le negaba el derecho a nombrarse y con ello se lo entregaba al escarnio público nacional e internacional. El esfuerzo denigrador no retrocedió hasta ver colgado a Villarroel.

La difusión de “Bases y Principios” del MNR en su versión mutilada fue un acto deliberado para mostrar a un partido de arraigo nacional como el brazo criollo de Hitler o Mussolini.  Por ese sesgo, ligeros intérpretes del acontecer político nacional se quedaron con las intimidantes líneas del segundo principio, escrito al inicio del texto cercenado: “Denunciamos como anti nacional toda posible relación entre los partidos políticos internacionales y las maniobras del judaísmo”. 

Lo anecdótico del caso es que en 1951, cuando el MNR ganó las elecciones con todas las reglas en su contra, fue acusado de haber firmado una alianza con el Partido Comunista. El pretexto sirvió para anular esos comicios y burlarse del veredicto del pueblo. Así, el partido que llevaba la voz cantante de las transformaciones, pasó por arte de magia de ser nazi a ser comunista. La miopía política de la Rosca era de antología. 

Rafael Archondo es periodista. 



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