Los alcaldes, concejales, gobernadores y
asambleístas departamentales que dejarán sus cargos en mayo próximo, son las
autoridades subnacionales que más tiempo han gobernado o legislado en sus
jurisdicciones. La crisis política de 2019 les regaló un año adicional de
gestión. Solo algunos, como Adrián Oliva en Tarija o Félix Patzi en La Paz, tentaron
la reelección sin poderla cosechar. En contraste, emergen caras nuevas o
renovadas, identidades que avivan esperanzas, pero también nostalgias.
Eva Copa es la locomotora de la renovación política, pero también la evidencia de que El Alto vota en bloque, rechazando a quien pretenda someterlo a sus directivas. Esta heroica ciudad encontró en su ahora alcaldesa electa el arma demoledora para anular a Arturo Murillo y Evo Morales con una sola descarga.
Potosí capital y Chuquisaca como departamento han transitado por una vía similar a la de la joven líder alteña. Johnny Llalli y Damián Condori demuestran en votos que se puede competir con el MAS sin defraudar los intereses obreros, vecinales o campesinos. En esas tres regiones, la hegemonía masista se agrieta o diversifica, inyectando sana disidencia en los vasos capilares de nuestras sociedades. Inmensa y sofisticada es la politización de los bolivianos, capaces de distinguir entre una elección y otra. Hace solo cuatro meses se entregaban al MAS para derribar a Añez. Cumplida la proeza, viran ahora hacia los disidentes del oficialismo y los premian por no agachar la cabeza. Son giros que desquiciarían a cualquier aspirante a tirano.
Manfred Reyes Villa es hoy el primer político resucitado de nuestra extendida vida pública. Su hazaña no tiene parangones. Él y Ana Lucia Reis en Cobija son la prueba de que los electores atesoran recuerdos y valoran los retornos, sobre todo cuando tras una gestión aceptable, irrumpen a manotazos los ribeiros, cholangos o leyes. ¿Importa acá la ideología del elegido? El votante cultiva una sabiduría liviana que lo hace priorizar su calle o su drenaje y desdeñar la filosofía del que promete bregar con ellos.
Santa Cruz y el Beni acaban de enterrar a Demócratas, el partido de Rubén Costas y Ernesto Suárez. Una larga acumulación de triunfos y administraciones toca repentina retirada. Las trayectorias fallidas de Óscar Ortiz y Jeanine Añez, sus últimas travesías presidenciales, demuestran que el oriente de Bolivia tiene serias inhibiciones para traducir sus anhelos más allá de la llanura. Aquel gigante tropical de la modernidad económica no consigue superar aún su escualidez política. Con Camacho, parece haber decidido abstraerse en su identidad diferenciada. El nuevo gobernador electo es casi la resignada aceptación cruceña de que no se quiere ni se puede seducir al resto de la república. Afincarse en el terruño puede ser el modo más inmediato de defenderse de un vecindario adverso, pero sobre todo indescifrable.
La victoria de Iván Arias en La Paz fue labrada por sus zapatos gastados, esos que exhibió tras saberse los resultados. El Negro navegó en aguas mansas al carecer de rivales. Aunque estuvo en el gabinete del gobierno transitorio, a diferencia del alcalde Luis Revilla, no se subió a la desportillada campaña de Añez. Así, Sol.bo se hundió dejando la pista despejada para Arias.
Este panorama a saltos permite concluir que tras una década y media, el MAS no ha podido convertirse en una fábrica de alcaldes exitosos. Por eso, la Bolivia urbana, allí donde gestionar servicios y obras es destreza indispensable, no quiere votar azul. La razón de este fracaso es simple: entre 2006 y 2019, Evo Morales fue el único “macroalcalde” a venerar. En su largo gobierno concentró el presupuesto de obras para poder inaugurarlas sin cesar. ¿Qué alcalde podía competir con él?
Ese es quizás el efecto más perverso de un caudillo entre sus fieles devotos: su sombra no deja que nada florezca en las inmediaciones. El MAS es un partido centralizador y tosco, capaz de asignar fiera y clientelarmente cargos municipales en las comarcas, pero inhábil para deliberaciones más complejas propias de las grandes ciudades.
A ello debe sumarse la franca declinación mental de su estratega Evo Morales, quien es el directo responsable, al menos por ahora, de las derrotas de su partido en El Alto, Cobija y Trinidad, cuyos alcaldes electos figuraban, en diciembre de 2020, en su lista de aspirantes disponibles. Y es que contar con un jefe de campaña al que se reputa de infalible, puede convertirse a la larga en cojera persistente.
Rafael Archondo es periodista.