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25/06/2020

El dióxido de cloro y la pseudociencia

Hace unos días vi una entrevista que John Arandia le hizo a una doctora que estaba en el Beni y afirmaba estar inmersa en una investigación y un proyecto internacional sobre los efectos benéficos del dióxido de cloro en el tratamiento contra el COVID-19. Ella decía que había aplicado el tratamiento a unas 350 personas, aunque no se sabía si todas eran realmente portadoras del virus. Dijo, sin embargo, que esos pacientes “presentaban una sintomatología evidente de la enfermedad”.

Insólito ¿no? Porque si algo ya se sabe del COVID-19 es que su sintomatología es todo menos evidente. Y es insólito todavía más porque supuestamente se trata de un proyecto científico a nivel internacional. Ningún proyecto científico un poquito serio haría algo así.

Porque miren, sabemos que alrededor del 80% de los contagiados transitan la enfermedad de manera leve, el 15% de manera severa y sólo el 5% de manera crítica. Ante este comportamiento, si de la muestra de esta doctora sólo un 20% no correspondiera a COVID-19 ya habría un enorme sesgo en los resultados de su aplicación. Además que, por el comportamiento de la enfermedad, analizar el resultado de 350 personas es en verdad nada, cualquier deducción con una muestra así sería no valedera. Dado el comportamiento del COVID-19, los científicos saben perfectamente que cualquier investigación seria y concluyente debe ser escrupulosamente hecha y con muestras de miles o decenas de miles de pacientes. También se necesitan grupos de control, a los que se les provee de placebo, para luego comparar los resultados. Esos estudios suelen durar años.

La investigación y tratamientos de la doctora en el Beni pueden ser bien intencionados, pero no son nada serios. Lo mismo pasaba con las supuestas investigaciones del odontólogo cruceño, que sugería tomar un cóctel de miel, aspirina y limón para curar la enfermedad. Y como dice la sabiduría popular: “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”, en este caso la frase es demasiado elocuente.

Se sabe que el gran divulgador de este tratamiento en el supuesto científico alemán Andreas Kalcker. Me di el trabajo de revisar su famoso y supuestamente proscrito libro “Salud prohibida” (le paso el libro en PDF al que quiera leerlo). Créanme, de principio a fin suena a pseudociencia. Y un repaso por la literatura científica al respecto no hace más que confirmar esta sospecha inicial. Por todo lo que se ve, casi todas (por no decir todas) las investigaciones realizadas con el dióxido de cloro tienen esta característica de ser muy poco serias. En lenguaje científico eso es la pseudociencia, es decir algo que intenta pasar por ciencia cuando en realidad no tiene ningún rigor científico. Cuando salen las críticas, la justificación es siempre ideológica: “los grandes intereses de la industria farmacéutica desean tapar estos descubrimientos”. Como si la industria farmacéutica no produjera ya el dióxido de cloro desde hace años. ¡Ese producto, por lo demás, es el que se usa para lavar piscinas e inodoros!

Por supuesto que buena parte de la industria farmacéutica es una mafia y una lacra, pero hay cientos de universidades, institutos gubernamentales y no gubernamentales y comunidades científicas que hacen las cosas de manera ética y responsable en cientos de lugares del mundo, desde Rusia hasta la Argentina. Si casi todos ellos, de manera colegiada (no de forma individual), NO avalan el uso de este medicamento y, es más, lo consideran peligroso, créanme, es por algo y les juro que habría que hacerles caso.

No tenemos que hacerle caso al supuesto investigador Andreas Ludwig Kalcker que se ve a sí mismo como un gran quijote que lucha contra toda la comunidad científica de la Tierra y que estaría vendida a la industria farmacéutica.

Ahora bien, yo por ejemplo me inclino por tomar mates, hierbas y remedios naturales, creo en ellos, pero distingo muy bien entre mi fe y la ciencia, sé que algunos tienen aval científico y otros no y sin embargo sostengo que me hacen bien. Bueno, ese ya es mi problema, incluso puedo recomendar mis hierbas a otros, pero siempre que se haga notar la ausencia del aval científico.

Gustavo Castellanos es comunicador social y productor audiovisual.



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