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De frente | 28/05/2024

El costo de la cultura estatista

Oscar Ortiz
Oscar Ortiz

Recientes declaraciones de las principales autoridades del Gobierno reconocen el fracaso del proyecto de industrialización del litio, en el cual se invirtieron más de mil millones de dólares, y la gravísima crisis del sector de hidrocarburos de Bolivia, del que durante más de 15 años se explotaron las reservas que se descubrieron gracias a la apertura a la inversión privada en los años 90 y que hoy se enfrenta a una declinación que amenaza la seguridad energética y la estabilidad económica nacional.

Es el resultado de la cultura estatista que ha prevalecido desde hace más de 80 años y que nuevamente nos conduce a una crisis económica que el país podría evitar si apostara a un modelo basado en la atracción de la inversión privada para el aprovechamiento de sus recursos naturales y para el desarrollo del potencial emprendedor de su pueblo que, contradictoriamente, vota generalmente por opciones populistas y estatistas, mientras que al mismo tiempo sobrevive diariamente desde el trabajo por cuenta propia en el sector informal de la economía que ya absorbe a más del 80% de la población trabajadora.

Desde la perdida territorial en la Guerra del Chaco, en Bolivia ha prevalecido un discurso estatista y populista en el que la respuesta a nuestro atraso y pobreza se debe a la expoliación que sufrimos por parte de los extranjeros desde la colonia y a la ilusión de que tenemos tantos recursos naturales que solo con su explotación por parte del estado todos los bolivianos podríamos vivir de la distribución de las rentas que generan.

Es el relato que se ha venido construyendo durante décadas, y que ha dominado el debate político nacional desde fines de los años treinta del siglo veinte con el llamado socialismo militar. Desde entonces, Bolivia ha tenido distintos momentos de estatismo, en los que ha combinado la nacionalización de empresas privadas con la creación de empresas estatales. En estas corrientes, se alternaron gobiernos civiles y militares y todos fracasaron en el objetivo de impulsar el desarrollo nacional.

Por el contrario, década tras década se fue consolidando en el país una estructura económica corporativista alrededor del gobierno y del estado, que se ha convertido en un pozo sin fondo de oportunidades perdidas para el progreso social y económico, en un problema estructural de gasto publico ineficiente y una grave distorsión moral puesto que prevalece que la forma más fácil para enriquecerse es mediante el acceso a la gestión pública, desde la cual se abusa de los ciudadanos que procuran desarrollar proyectos y emprendimientos en el país.

El relato estatista sobre el fracaso nacional en alcanzar mayores niveles de desarrollo no es inocente sino que siempre termina beneficiando a grupos de interés y sectores dirigenciales que viven del aprovechamiento de los recursos públicos, no solo de los contratos que se adjudican y de las empresas públicas que administran, sino también de lo que se podría denominar el poder administrativo del estado, es decir todo aquello que tiene relación con la capacidad de la burocracia estatal para normar, regular, aprobar o multar, áreas que si bien no tienen relación directa con la gestión de recursos públicos, pueden convertirse en grandes favorecedoras u obstaculizadoras de distintas actividades económicas, por lo que alrededor de las mismas también se generan estructuras de poder que fácilmente se convierten en barreras y costos de transacción que inviabilizan el desarrollo de nuevos emprendimientos.

Bolivia necesita cambiar de paradigma. Continuar apostando al estatismo solo nos llevará a nuevos fracasos y la cadena sinfín de las oportunidades perdidas para nuestro desarrollo. Tenemos un pueblo emprendedor acostumbrado, en su gran mayoría, al trabajo por cuenta propia, que necesita que se le levante las barreras para que sus iniciativas prosperen, tenemos un empresariado que ha sobrevivido a múltiples condiciones adversas que constituyen un elevado costo país, y tenemos una ubicación geográfica que puede convertirse en un gran espacio de producción, comercio y servicios. Es hora de mirar hacia adelante y apostar al talento y a los emprendimientos de los ciudadanos. 




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