Conocí este jueves a 12 jóvenes: Yamilet Aliaga Paxi, Erlinda Huanca Caguana, Mayra Nina Gutiérrez, Nardi Ortega Choque, Jafet Ortega Santander, Ulises Paco Paye, Luis Fernando Paxi Cusi, Thiene Paye Durán, Denis Quispe Sepúlveda, Carla Tapia Luna, Jhonatan Tórrez Aliaga y Abner Yujra Canaza. Terminarán el bachillerato este año en la Unidad Educativa Elizardo Pérez de Nogalani, Coripata, Nor Yungas.
Entre ellos hay varios puntos en común según los testimonios que escuché de madres de familia y maestros. Por ejemplo, de los 12, ocho tienen como jefas de familia a sus mamás. En las reuniones de “padres de familia” convocadas para actividades colegiales, siempre participan las mamás, muy rara vez un papá. Esta realidad refleja el valor determinante de las mujeres en la formación de sus hijos e hijas.
Si consideramos que los hijos y las hijas aprenden generalmente por imitación y contagio, podemos deducir que las competencias blandas, entiéndase valores: honestidad, disciplina, integridad, humanidad, comunicación, libertad y otros, tienen como fuente a las mamás.
De ahí, deduzco que los 12 futuros bachilleres saben muy bien que el esfuerzo es el camino para adquirir conocimientos, lo que significa que su educación es y será consecuencia de esa virtud de sus familias y de ellos. Comprender el esfuerzo (repito el verbo por segunda vez porque vale la pena) como vía para lograr resultados positivos es fundamental para evitar los caminos cortos en el objetivo de alcanzar metas.
Los atajos generalmente conducen por o hacia actividades ilícitas que casi siempre benefician a pocos, perjudican a millones y desequilibran las sociedades. En cambio, los caminos largos y correctos si bien requieren mucha inversión de tiempo al final orientan a lograr metas donde los beneficiados son millones y la satisfacción se traduce en una frase total: “lo hice con el sudor de mi frente”. Agregaría: Y con la aplicación de mi inteligencia.
La educación se materializa en las alas que dan autonomía de vuelo propio, de pensamiento y de acción. Por ello, suena contradictorio educar adoctrinando. La educación consiste en provocar pensamientos propios y en administrar la libertad para convivir en igualdad de oportunidades. Por ello, una persona educada generalmente hace sentir bien a sus interlocutores porque entre sus códigos no están la humillación ni la discriminación.
Después de haber escuchado a mamás, estudiantes y profesores de la promoción de la unidad educativa Elizardo Pérez, intuyo que los 12 futuros bachilleres valorarán con el tiempo que los obstáculos de hoy serán la causa del crecimiento de sus almas mañana. No será fácil, pero tengo la esperanza de que sus espíritus grandes, que moldearán el carácter de cada uno, empujarán a sus cuerpos, como un tractor oruga, cada vez que éstos quieran rendirse ante las adversidades. Pues está comprobado que la fuerza mental (y no la física) es la que convierte los fracasos en escalones al éxito.
Lo saben muy bien ellos. El estudiante Luis Fernando Paxi, que habló en representación de la promoción durante el acto de la toma de nombre (jueves 16 de junio), citó una frase del Winston Churchill, ex primer ministro de Gran Bretaña y figura motivante de los aliados durante la segunda Guerra Mundial: «El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo».
Estuve presente en ese acto y mientras trascurría el programa, los profesores Edwin Ramos, director de la unidad educativa; y Hugo Huaycho, asesor de la Promoción 2022, me iban comentando su confianza en las competencias blandas y duras de estos estudiantes, pero sin dejar de alertar de las circunstancias difíciles que tendrán que enfrentar por las condiciones sociales de cada uno.
A partir de esa charla y de otro intercambio de ideas con el profesor David Rojas, Sebastián Tiñini y Alicia Lucana (profesora de nivel inicial) encontré que hay una conexión emocional entre los educadores y los estudiantes. Imagino que es porque comparten un origen social y étnico común. Esta sintonía es fundamental porque suele funcionar como una sinapsis social para ayudar a los estudiantes a descubrir el sentido de sus vidas.
Como bien sabes, la existencia es más llevadera y feliz cuando tu vida tiene un sentido. Este sentido es la grúa que nos levanta cada mañana para seguir dando batalla frente a las injusticias, a los abusos, a la corrupción, a la ignorancia, a la discriminación. Miguel de Cervantes nos enseñó en “Don Quijote de la Mancha” que el sentido de la vida no es ganar, sino fundamentalmente: luchar, luchar y luchar.
En mi condición de padrino de la promoción de “los 12”, también conocí a dos mujeres luchadoras: Ruth y Ofelia de Nogalani. De ellas y de las otras mamás, te contaré en diciembre próximo, cuando sus hijos e hijas hayan terminado el bachillerato y comiencen el nuevo ciclo de sus vidas.
Por ahora, sólo desear que “los 12” inviertan toda su energía espiritual en seguir siendo unas “máquinas de aprender” y en encontrar el sentido de sus vidas.
Andrés Gómez es periodista