El 11 de septiembre de 1789, la Asamblea Nacional Constituyente surgida de la Revolución Francesa, que tiene como mérito el haber instituido el gobierno de las leyes en lugar del gobierno de los hombres al haber aprobado Los Derechos del Hombre y del Ciudadano, votó la propuesta de un artículo de la nueva Constitución que daba al monarca la posibilidad de vetar las leyes que iba a aprobar la futura Asamblea Legislativa.
Los diputados que estaban a favor del poder de veto del rey se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea; los diputados que defendían la supremacía de la soberanía nacional por encima de la real, a la derecha. Así nació la creencia de que “los izquierdistas” se juegan por el cambio político y social; y los “derechistas”, por el statu quo.
En 233 años, se derrumbó esta creencia porque la humanidad constató y vivió en carne propia el totalitarismo de raíz comunista en diferentes países. Sin embargo, la propaganda reflotó la imagen de la izquierda porque los campos de exterminio nazi fueron filmados a diferencia de los gulags soviéticos que permanecieron ignotos.
En Bolivia, el desastroso gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP, 1982-1985) derrumbó la imagen de la izquierda. Pero gracias a los errores de los sucesivos gobiernos considerados de derecha reflotó la mirada positiva.
Desde hace tres años, la derecha boliviana tiene una mala fama. Cayó a su punto más bajo durante y después de la presidencia de Jeanine Añez. Antes de esta corta gestión, la izquierda había reducido su buena imagen porque buena parte de la clase media y de los sectores populares la asociaron con el abuso de poder, la corrupción, las acciones antidemocráticas, la traición a la voluntad del pueblo, la economía depredadora de la madre tierra y la incoherencia entre discurso y acción.
La caída en la valoración tocó fondo entre octubre y noviembre de 2019 cuando una movilización popular echó al gobierno izquierdista de entonces del poder por no haber obedecido el mandato del pueblo emanado de un referendo y por haber cometido fraude para reproducirse en el mando.
El gobierno de derecha que lo reemplazó por un año demostró ser igual o peor. Esta realidad repuso la imagen de la izquierda porque si bien sus militantes eran abusivos en el ejercicio del poder, para buena parte de la sociedad, al menos administraban bien la economía. En consecuencia, la izquierda ganó en primera vuelta y con amplitud en las elecciones nacionales de 2020.
¿Cambió la imagen de la izquierda desde aquella vez? Para analizar contrastemos su teoría con su práctica. Los militantes de esta línea ideológica se presentaron como conquistadores y defensores de los derechos laborales. Pero destruyeron los sindicatos de ATB, La Razón y echaron a la calle a decenas de trabajadores violando las leyes laborales. Mucho antes, acabaron con Ametex y dejaron a miles de obreros sin empleos.
Se identificaron como defensores de derechos humanos, pero en el último tiempo se ocuparon de destruir/dividir la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB) y de descalificar/atacar de forma sistemática a su presidenta Amparo Carvajal para poner en ese cargo a uno de los militantes del partido. Por si fuera poco, se niegan a concertar la nominación de un Defensor del Pueblo porque quieren seguir teniendo una defensora del gobierno.
Se presentaron con conciencia ecológica y defensores de la Pachamama. Pero dejan que sus aliados, los cooperativistas mineros, exploten oro en el Parque Nacional Madidi poniendo en riesgo la biodiversidad de esta reserva. No sólo eso, pretenden penetrar en Tariquia.
Se proclamaron como recuperadores de la democracia. Pero son amigos y defensores de Nicolás Maduro, dictador de Venezuela; de Daniel Ortega, dictador de Nicaragua; de Vladimir Putin, autócrata de Rusia; de la dictadura de partido único de Cuba; de Teodoro Obiang, dictador de Guinea Ecuatorial; y de otros.
Se dijeron democráticos. Pero aplican métodos nazis y stalinistas para acabar con sus adversarios, entre éstos: duplicar/dividir organizaciones sociales para someter a sus afiliados, usar jueces y fiscales para perseguir a adversarios políticos, montar pruebas e infiltrar gente en las organizaciones para encarcelar dirigentes, difundir organigramas identificando a familiares de representantes sociales con el fin de atemorizar y aislar a estos incluso de su entorno social más cercano.
Se catalogan como justos, pero encarcelan a los dirigentes que piden aplicar la ley y premian a sus militantes que la violan. Se presentaron como impolutos, pero entre izquierdistas se acusan de corruptos a diario. Se presentaron como enemigos del nepotismo neoliberal, pero distribuyen pegas a sus hijos y familiares en el Estado.
Pese a las evidencias fácticas, los izquierdistas del gobierno siguen creyendo que tienen buena imagen ante la mayoría. Desprecian la inteligencia de su propia gente que cada día saca conclusiones comparándolos en el tiempo y en los hechos con opciones diferentes que va conociendo. La derecha también menospreció la capacidad de discernimiento de la sociedad y terminó mal.
Andrés Gómez Vela es periodista