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Agua de mote | 09/01/2025

Del “sesqui” al “bicente”

Puka Reyesvilla
Puka Reyesvilla
Comienzo el año 27 de “Agua de Mote” y lo hago como lo vengo haciendo desde hace más de 15; es decir, en un tono más personal, autorreferencial –suelo decir que, en los primeros días de enero, nadie está para leer columnas, así es que aprovecho para hablar de mí–.La vida me ha deparado estar en este mundo para celebrar junto a mis coterráneos dos acontecimientos que no se circunscriben a la fecha en cuestión (6 de agosto) sino que se conmemoran a lo largo de toda una gestión. Primero, el sesquicentenario y, desde ahora, el bicentenario de Bolivia, de la República de Bolivia.
En términos familiares –haciendo abstracción del régimen dictatorial que ejercía el poder–, 1975 comenzó con mucha alegría. A finales del año anterior, merced a una petición de amnistía hecha por la Iglesia, en principio irrestricta y en los hechos, restringida, mi padre pudo volver al país cuando prácticamente tenía todo listo para que nos fuéramos a vivir a Venezuela, nación que lo acogió luego de haber sido exiliado a Paraguay. Como varios de los que retornaron gracias a la mentada amnistía, él estaba considerado entre los “menos peligrosos” a juicio del régimen; los “más peligrosos” no tuvieron la misma suerte.
El año del “sesqui” encontró a Bolivia en situación de una supuesta holgura –bonanza, digamos– económica, producto de los “petrodólares” y de la extrema facilidad para la obtención de préstamos que tiempo más tarde se tradujo una impagable deuda externa que pasó factura a gobiernos posteriores, particularmente a los de los primeros años de democracia. No obstante las señales de rezago cambiario, Banzer se empeñó en mostrar que el “peso boliviano”, como se denominada la moneda, gozaba de buena salud –incluso, su aparato de propaganda llegó a inventar un personaje, “Robustiano Plata”, para sostener tal versión–. La cotización fija era de 12 pesos por dólar norteamericano; lo anoto por lo que diré luego.
La segunda buena noticia llegó con la convocatoria a un concurso televisivo relacionado con los fastos del “sesqui”, “Cita con nuestra Historia”. Me entusiasmé con la idea de participar, pero no calificaba, debido a que la edad mínima para poder hacerlo era 18 y entonces yo tenía 12. De todas maneras, me presenté ante los organizadores y les propuse que me hicieran algunas preguntas sobre historia de Bolivia y las respondí con solvencia –claro que ya en la versión oficial del programa la dificultad de las preguntas creció notoriamente–. Hicieron la excepción y fui el más chico de los concursantes. Había que escoger uno de los cuatro periodos que la estipulaba la convocatoria; elegí el de 1904 a 1935, el más complicado puesto que incluye la Guerra del Chaco. Los libros que me acompañaron fueron Historia General y de Bolivia, de Alfredo Ayala, llena de datos e ilustrativos cuadros sinópticos; la edición disponible, la de 1958, del Manual de Historia de Bolivia, de Humberto Vásquez, Teresa Gisbert y José de Mesa, un clásico de su tiempo; Historia General de Bolivia, de Alcides Arguedas (hasta 1921) y Nueva Historia de Bolivia, de Enrique Finot, ambos con mayor incidencia en la interpretación. No me fue mal. Obtuve el premio “Coronel Ignacio Warnes” dotado de un equivalente a 1.000 dólares de su tiempo, una pequeña fortuna en manos de un preadolescente. ¿Qué hice con esa plata? Compré más libros, no solo de historia, y me alcanzó para mis primeros discos. Más allá de la anécdota, recuerdo las monumentales publicaciones, suplementos coleccionables, particularmente de “Presencia” que editaron los principales periódicos del país.
El “bicente” nos encuentra no solo en año electoral, sino en una situación de extrema gravedad; al régimen de los 70 le tocó celebrar el “sesqui” cuando todavía se podía maquillar la crisis, que luego fue evidente. Ahora estamos en medio –aún falta para estar “en plena”, aunque la tozudez del Presidente de insistir con su inviable modelo, así lo vislumbra– de una situación crítica y con la sensación de que se vienen tiempos de mayores desastres pero, al mismo tiempo, de oportunidad para superar la grosera aventura llamada “Estado Plurinacional”.
Esto no quiere decir, sin embargo, que don “bicente” pase inadvertido; por el contrario, será la ocasión para la reafirmación republicana y, sobre todo, la nacionalidad: la condición de boliviano(a) de todo individuo por el solo hecho de haber nacido en este suelo, por encima de particularidades identitarias –absolutamente fundamentales para exaltar nuestra diversidad–. Tenemos una cita con la Historia.

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