El pasado domingo 27 de agosto el país recibió con mucha alegría el triunfo de Héctor Garibay en la maratón de México. Héctor ganó de forma espectacular batiendo incluso el tiempo récord. No son muy comunes estos logros para el deporte nacional así que muchos nos entusiasmamos y recibimos la noticia de buen ánimo. Las perspectivas de Héctor para los juegos olímpicos del próximo año son muy alentadoras y estamos esperanzados en que consiga una medalla.
Héctor aprovechó muy bien la atención de la prensa y del país entero para reclamar por la falta de apoyo financiero para él y su entrenadora. Es muy difícil ser maratonista profesional en el país y Héctor no tuvo reparos en contar las peripecias que pasa todos los días para prepararse y entrenar. Incluso nos enteramos de que había financiado parte de su carrera deportiva trabajando como taxista. Queda claro que el hombre está peleando sólo y aun así logra excelentes resultados. Este esfuerzo despierta gran simpatía y nuestra primera reacción es reclamar a voz en cuello que el gobierno lo apoye a él, a su entrenadora y a todos los deportistas con potencial similar. Incluso se propuso proporcionarle un sueldo fijo para que no se preocupe por sus necesidades económicas y se dedique solo a entrenar.
Han pasado ya casi tres semanas desde el triunfo de Garibay y vale la pena analizar esta discusión en frío, ¿debería el gobierno “apoyar” a deportistas y destinar recursos para que estos puedan prepararse de la mejor forma posible?
Fíjense que pongo “apoyar” entre comillas, porque cualquier apoyo del gobierno a un deportista, o a cualquier otra persona, no es nunca un apoyo en el estricto sentido de la palabra. El “apoyo” del gobierno no es un apoyo basado en un acto de generosidad o colaboración propio. No son los políticos o los gobernantes los que abren sus billeteras para apoyar a alguien. No, el “apoyo” del gobierno se hace siempre con recursos de terceros, es decir, con la plata de todos los que pagamos impuestos. Y, claro, “apoyar” con plata ajena es siempre fácil. Cuando Héctor volvió al país los políticos lo arrinconaron para sacarse fotos y darle regalos. La ministra de Salud y Deportes le entregó un cheque por Bs. 15.000, el gobierno prometió pagarle su beca deportiva e incluso la estatal Entel le ofreció un patrocinio. Ellos se sacan la foto y se las dan de generosos y magnánimos, pero el “apoyo” es con plata nuestra.
Muchos replicarán que no les importa pagar impuestos para apoyar a Héctor o a otros deportistas como él. Muchos dirán que prefieren mil veces que sus impuestos se usen para ese fin a que se usen para pagarle el sueldo a funcionarios masistas o para financiar empresas públicas ineficientes. Y, claro, dado que pagamos impuestos de todas maneras y el gobierno los despilfarra, puede que financiar deportistas no sea la peor de las alternativas. Pero mi punto es otro. ¿Por qué deberíamos dejar que sean los políticos los que decidan por nosotros a quién se apoya y a quién no? Los triunfos de Héctor Garibay probablemente motiven a muchos a ayudarlo, pero estarán también los que no podrán hacerlo por tener otras prioridades. También estarán aquellos a los que legítimamente les importe un bledo las maratones y no tienen ninguna intención de ayudarlo. ¿Por qué deberíamos dejar que los políticos tomen la decisión por nosotros?
¿Qué pasa, además, con otros profesionales o artistas que logran resultados importantes? ¿No nos llenan de orgullo Piraí Vaca o Willy Claure? ¿No apreciamos lo que logra Gastón Ugalde o lo que logró Raúl Lara? ¿Tendría el gobierno que “apoyarlos” también con nuestra plata? Y ¿qué hay de los menos famosos pero que con su dedicación y disciplina logran destacarse en su profesión? ¿Tendría el gobierno que “apoyar” a los buenos maestros carpinteros? ¿O a los albañiles? ¿O a los buenos abogados? ¿O a los buenos comerciantes o emprendedores? ¿O a los profesores de primaria? ¿Quién decide qué profesiones merecen el “apoyo” y qué profesiones no? ¿No existirá alguna forma de hacer que quién quiera apoyar a un deportista lo haga con su plata y sin imposición, pero si quiere darle su plata a un abogado o a un carpintero también tenga esa posibilidad? ¿O si, por último, no quiere apoyar a nadie también se respete su decisión? Afortunadamente, la respuesta es sí. Claro que existe esa forma o mecanismo de apoyo voluntario. Se llama mercado.
En un mercado libre cada uno de nosotros decide comprar (o apoyar) el producto o servicio que más nos guste o aproveche. Yo soy sincero: prefiero pagar por ver el clásico Bolívar-Strongest aunque nuestro fútbol sea malísimo y no gane nada a nivel internacional, que pagar por ver una maratón. También decidiría comprar pinturas de Ugalde antes que comprar pinturas de Mamani Mamani. Un mercado libre en el que cada uno de nosotros usa sus recursos como le parezca conveniente moverá esos recursos hacia lo que nosotros valoremos y no hacia lo que valoren los políticos.
Es verdad que algunas profesiones (como las de maratonista) no contarán con una masiva preferencia de la gente, pero esa es la realidad y no podemos taparla con un dedo. Cada uno de nosotros se especializa en algo y espera poder vender su servicio o producto a los demás. Esto sucederá si, y solo si, nuestro servicio o producto le mejora la vida al comprador. Cuando esto no sucede, nos tocará hacer nomás peripecias o cambiar de profesión para sobrevivir. Ud. podría insistir, ¿no sería bueno entonces que el gobierno “apoye” a través de impuestos a esas profesiones que no generan demanda en el mercado? En absoluto. Eso implicaría hacer ingeniería social dándole a los políticos la potestad de decidir qué es lo que nosotros valoramos y qué no. Ese “apoyo” mandaría además un mensaje perverso a las futuras generaciones. Imagínese que el gobierno hubiera decidido “apoyar” a todos los profesionales que en los años 70 u 80 se especializaron en mecanografía porque hoy en día nadie los contrata y andan haciendo peripecias para sobrevivir. Ese “apoyo” hubiera mandado un mensaje perverso a las nuevas generaciones: está muy bien estudiar mecanografía, no hay mucho trabajo, pero el gobierno se compadece de ti y te “apoya” con la plata de otros.
Uno siente una alegría sincera por Héctor Garibay y muchos deportistas que logran resultados pese a las dificultades. Pero esa alegría no puede traducirse en un mandamiento forzoso a ayudarlo a través de impuestos. Los gobiernos no deben elegir profesiones ganadoras y perdedoras con nuestros recursos. Esa decisión la tomamos nosotros de forma espontánea y voluntaria a través de mercados.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia).