“De las palmas a la Cruz” es el subtítulo de un libro titulado “Última semana de Cristo” de Alfred Housse, publicado en 1952 y referido a las actividades de Cristo entre el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. Este autor señala tres causas para la crucifixión: el pecado de Adán y Eva, el odio de Satanás a Dios, y el odio de las autoridades religiosas y de las sectas judías: fariseos, saduceos, escribas, Sanedrín o Gran Consejo a Jesucristo, que fueron las que determinaron, en última instancia, la decisión de dar fin con la vida de alguien que les resultaba incómodo.
Varias son las fuentes que, de una u otra manera, dar cuenta de esta importante celebración del catolicismo. Están las fuentes paganas representadas por Mara bar Serapión, Tácito, Suetonio, Plinio el joven y Luciano de Samosata. Las fuentes judías como Flavio Josefo y el Talmud (Mishná y Guemará). Están, por último, los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las cartas de San Pablo. Cada una de ellas, con sus peculiaridades, hacen referencia a lo acontecido hace más de dos mil años con Jesucristo en la Semana Santa.
¿Por qué sucedieron las cosas de la manera que sucedieron? ¿Por qué se dio muerte a una persona que, por su origen, no debiera haber significado ningún problema para el poder judío y para el del ocupante romano? Esbocemos algunas respuestas que pueden orientar nuestra percepción acerca de tan importante acontecimiento.
Primero, habrá que convenir en que en aquea época, Palestina estaba bajo ocupación romana. Una de las pruebas de ello es que Poncio Pilato era prefecto de la provincia romana de judea entre los años 26 y 36 d.C. y, además, tenia el poder de aplicar la pena capital en determinados casos, como finalmente lo hizo, previo lavado de manos.
Segundo, hay que recordar que Herodes (llamado “el Grande”), era el rey de los judíos en esa época y gobernó con mano dura, pero sometido a los romanos. Es conocido que, para agradar a los ocupantes, hizo poner el águila romana en el templo de Dios, lo que ocasionó una verdadera revuelta que fue aplacada con una durísima represión que causó muchísimos muertos, aunque finalmente tuvo que retirar el águila y construir otro templo en homenaje al emperador, para no perder el favor de los romanos.
Tercero, como en todo sitio había una estructura de clases sociales y de poder que estaba conformada por sacerdotes, escribas, fariseos, esenios o comunidad de la Alianza, zelotas, según lo cuenta Hugo Echegaray (“La práctica de Jesús“); o por herodianos, saduceos, fariseos y zelotes, según Jacques Duquesne (“La izquierda de Cristo”).
Como fuese, Cristo fue una persona que se enfrentó al poder establecido y lo hizo de la única manera en que las actitudes pueden contagiar a otras personas (“la palabra convence, el ejemplo arrastra”): desde la práctica. Haciendo primero y explicando después; practicando primero y teorizando luego. Curando en sábado y explicando después que el sábado se había hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.
Esa práctica resultó muy incómoda para quienes detentaban el poder, sobre todo el religioso. Jesucristo era un hombre en conflicto, que cuestionaba el orden establecido y la manera cómo la ley se había convertido en un instrumento de opresión del pueblo. Y, como sucede en todo sitio hasta el día de hoy, sobre todo en lugares en que imperan el partido único, el líder único, el proyecto único, los que incomodan deben ser eliminados.
Y eso sucedió con Jesucristo. De lo contrario, hubiera sido condecorado o hubiera ejercido algún cargo en la estructura de poder de su época.
Valga todo esto para acompañar esta Semana Santa, en la cual la religiosidad popular se hará nuevamente presente en la visita a siete iglesias el Jueves Santo por la noche; en la aplicación de la abstinencia de carne el Viernes Santo, y en el olvido del ayuno mediante la ingestión de siete platos “sin carne”.
Al fin de cuentas, la religiosidad popular es la manera cómo los pueblos expresan su fe, lo que no debiera hacer olvidar que la muerte de Jesús en la cruz no fue un sin sentido y que lo más importante de la Semana Santa no es la muerte de Jesús sino su Resurrección, que significa el triunfo del bien sobre el mal, que ya se dio en la historia y que los cristianos debemos repetir día a día, pese a quien pese.
Carlos Derpic es abogado