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20/10/2019
Tinku Verbal

Cuentos breves del poder

Andrés Gómez V.
Andrés Gómez V.

Honorato Jamaica, de cara redonda como una circunferencia trazada con un compás y ojos pequeños, era un hombre que trabajaba de periodista, pero no era periodista. Creía que informaba, pero hacía propaganda, y siempre estaba en el lado equivocado: el poder (en todas sus manifestaciones). Cuando la oposición pasaba a régimen de gobierno, Honorato dejaba a los que había servido para pasar a servir a los que había vomitado, en su papel de instrumento del poder, las peores calumnias, injurias y difamaciones. 

Un día, el poder habló con él.

–Las noticias están afuera, no en Palacio.

–Yo no busco noticias.

–Entonces, ¿qué buscas?

–¡Vivir bien!

Castalia Gallo había militado en la izquierda desde que creyó, en su adolescencia algo atribulada, que la violencia política era la “ideología correcta” para tomar o mantenerse en el poder. Sin embargo, la democracia le demostró que el camino al poder no pasa por las armas, sino por las urnas. Entonces, él y sus amigo/as organizaron un partido, participaron y lograron que el voto los lleve en hombros a lo más alto del poder. 

En menos de que cante un gallo, Castalia se decepcionó de sus camaradas porque éstos en lugar de transformar el poder habían sido transformados por el poder. Aborreció verlos convertidos en religiosos de un sistema de creencias que habían instalado para simular una revolución y disimular la dictadura que habían instaurado. 

Meses después, Castalia murió asesinada, víctima de lo que había sembrado: la violencia política como “ideología correcta”.

Landelino Ramírez combatió desde los socavones de angustia y desde su juventud contra todas las dictaduras militares. El día que vio la cara de la democracia por primera vez lloró de emoción como una Magdalena y se abrazó a ella para nunca más dejarla ir. 

Años después, el mismo Landelino era parte del poder que catalogaba a la democracia como peligrosa en poder del pueblo. Entonces, su gobierno organizó un referendo para que el propio el pueblo, alienado por creencias y mitos hábilmente inoculados en su alma colectiva, apruebe pena de muerte para la democracia. 

Ganó el sí, mas los gobernantes no sabían cómo matar a la sentenciada injustamente. No sabían si condenarla a la silla eléctrica, a la guillotina, a beber cicuta como a Sócrates o a la horca como a Pedro Domingo Murillo.

Una noche, Landelino intentó apuñalarla por la espalda para no ver su rostro y recordar aquel abrazo del nunca jamás. En la primera acometida, la democracia se dio la vuelta y le dijo con inmensa pena: Landelino estás haciendo lo mismo que habías criticado a mis verdugos militares; eres exactamente igual que ellos: perro manso y fiel sin poder, un monstruo, con poder.

Khaterine Segundo y sus amiga/os fueron parte de un grupo que un día juró instalar el socialismo en beneficio del pueblo. Cuando llegaron al poder por la autopista de la democracia liberal, el capitalismo les abrió los brazos y les dio la bienvenida. Al principio se sintieron incómodas y quisieron liberarse de las garras que habían anatemizado desde que creyeron que podían cambiar el mundo, compartir otra visión y contagiar otro modelo de ética. 

El capitalismo las miró con desdén y les habló quedito:

–Ustedes no son las primeras ni serán las últimas que llegarán al poder con la promesa de socialismo. Tampoco serán las primeras ni las últimas en apologizar las supuestas bondades del socialismo para el pobre pueblo, mientras ustedes y sus familias se enriquecen gozando de los bienes del capitalismo.  

Dionisio Zacamoto, de pómulos elevados y orejas como asas de cerámica precolombina, fue parte del gobierno que asumió el poder como izquierda y terminó como derecha (diestros y siniestros son miembros de un mismo cuerpo: el poder. Empero, les gusta distinguirse para engañar a la gente que les confiará sus vidas y el futuro de sus familias a través del voto). 

Dionisio fue también parte de la movilización social que tumbó a un presidente llamado Diego Júpiter. Hoy irá a votar por octava vez en unas elecciones, pero por primera vez votará para botar del poder al jefe político que durante una década apoyó y expulsar al partido que durante la misma década respaldó. 

–Pero… antes de ir a votar, tomaré hoy dos píldoras de gravol (fármaco para evitar los vómitos) y marcaré en la casilla de quien un día derroqué para librarme de aquel que un día erigí, sin proponérmelo, en un proyecto de dictador– se dijo para sí y salió de casa.

Andrés Gómez Vela es periodista. 

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