Cuba no va más, así titula sugerente, uno de los segmentos de Teoponte, la otra guerrilla guevarista en Bolivia, libro escrito por Gustavo Rodríguez Ostria hace 13 años. El grosor de la publicación, 643 páginas, lo ha precipitado en el olvido, acá donde carecemos de lectores. Sin embargo, ese acápite resulta clave para el enjuiciamiento histórico que Bolivia debería hacer del rol jugado en los Andes por el gobierno de Cuba durante la Guerra Fría.
Rodríguez nos sitúa a mediados de 1969. Los miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia se desvelan con los desbordantes preparativos para el reinicio de la lucha armada, aquella que el Che Guevara había dejado inconclusa dos años antes. Inti Peredo dirige las acciones desde la clandestinidad. El heredero beniano del Che no podrá ver el alumbramiento, morirá prematuramente emboscado, en septiembre de ese año.
Así, cuando apenas falta un año para la detonación, desde La Habana llegan órdenes de detener todo. Según el relato de Rodríguez, cuando Inti supo que los cubanos ya no participarían, arrojó una silla contra la pared y rompió el vidrio de una mesa con una granada. “Estamos solos”, habría sido su constatación verbal, seguida por un consolador: “Podemos entrar al monte sin su ayuda”.
La decisión de romper filas no sólo tocó a Pombo y Benigno, combatientes cubanos que sobrevivieron a Ñancahuazú, sino también a los que habían recibido entrenamiento militar en la isla. Rodríguez resume la situación así: “Estas relaciones de dependencia entre las guerrillas latinoamericanas y la seguridad cubana constituían una situación frecuente. Los caribeños disponían de los guerrilleros extranjeros y de sus planes como si fuesen sus propias tropas y una prolongación de su estrategia político-militar a nivel continental”.
En síntesis, de forma inconsulta, La Habana había decidido congelar la lucha armada en Bolivia. El problema era que antes la había hecho avanzar al grado de tornarla irreversible. Y, claro, a la hora de contar los muertos, los caribeños mirarían la escena macabra desde la gélida distancia interpuesta.
¿Por qué Cuba abandonó al ELN en las puertas de Teoponte e incluso antes de que el Inti fuera ejecutado? Rodríguez ensaya una respuesta preliminar a esta pregunta. Dice que al no haber logrado apilar diez millones de toneladas de azúcar, Cuba se hizo más dependiente de la ayuda soviética y, como sabemos, los rusos querían coexistencia pacífica, no focos insurreccionales.
Al mismo tiempo, las guerrillas atizadas desde el Caribe empezaron a fracasar en serie. Al parecer, tras diez años en el poder, Fidel Castro entendió que el método guerrillero no estaba dando frutos en América Latina y hasta los sandinistas se quedaron sin ayuda cubana en Nicaragua. Nadie los acusó de traición.
Los detalles que siguen llevan a la perplejidad. Un grupo de 50 guerrilleros, listos para la acción, es detenido en el llamado “Punto Cero”, cerca de las playas de Varadero. Se le impide viajar a Bolivia. Otro destacamento similar es frenado en Chile. Cuenta el libro que los ansiosos guerrilleros tuvieron que cabildear con la hija del Che para que los dejaran salir de Cuba. A algunos de ellos, los cubanos les ofrecieron “becas y otros atractivos” para que desistieran del proyecto. Sólo las airadas protestas del Inti consiguieron ir liberando al personal. Esta repentina renuencia de Cuba y la posterior muerte del propio Inti, hicieron que muchos de los convocados falten a la cita con las balas.
El gobierno cubano entrenó y financió dos guerrillas en nuestro país, las dos dejaron muertos, luto y bajas colaterales. Ninguna de esas ofensivas ayudó en algo a construir una sociedad más justa. Los mejores hombres y mujeres de una generación se precipitaron al vacío.
En 1966, Mario Monje, el secretario General del Partido Comunista de Bolivia, les advirtió a los cubanos que su acción no prosperaría. Lo tacharon de “traidor” y le dieron “muerte moral” a escala planetaria. En 1969, los mismos cubanos parecieron entrar en razón, aunque jamás le pidieron disculpas ni a Monje ni a los comunistas bolivianos por la trágica equivocación que llevó al Che Guevara a la tumba.
En 1969, ellos abandonaron al ELN boliviano y nadie acá les ha
dedicado una “Introducción Necesaria”, como la que usó Fidel Castro para
lapidar a Monje. Rodríguez tiene razón: Los cubanos usaron a todos
como si fueran sus tropas; es decir, las ingresaron o retiraron del
campo de batalla anteponiendo los intereses nacionales de Cuba. Patria o
Muerte, sí, pero la suya.
Rafael Archondo es periodista.