En un país pobre como Bolivia, el dinero tiene una influencia descomunal. Puede hacer el bien, puede hacer el mal o puede anestesiar. Después de ver la última entrevista a Marcelo Claure, en la que él reitera que no le interesa el poder, que solo quiere hacer el bien, que ama a Bolivia, etc., uno no puede dejar de recordar el refrán del titular de esta columna: “Cuando la limosna es grande…”.
Hace tiempo escribí:
Marcelo, sí, pero no así. Y hoy debo repetirlo con más fuerza: Claure está haciendo daño al querer hacer el bien. Está poniendo plata donde no hay ideas, sino caprichos. Está financiando el statu quo, no la transformación. Está fortaleciendo el sistema que nos trajo hasta aquí, en vez de ayudar a superarlo.
Los caprichos están en mantener una participación limitada de unos pocos en la política, en cerrar el acceso a otra gente, en monopolizar el sindicato de tres o cuatro personas que dicen ser los opositores oficiales, y que no dejan ni crecer, avanzar, ni acceder a nuevas generaciones. En varios de mis artículos he insistido en que avancemos en esto, que considero fundamental.
Marcelo me invitó a almorzar a Nueva York y conversamos durante cuatro horas. Le expliqué que, si de verdad quería ayudar, debía impulsar una apertura del sistema, usar la tecnología para que la ciudadanía elija al mejor, facilitar primarias ciudadanas, crear un fondo ciego para financiar la campaña del candidato electo democráticamente, no a dedo, capricho, apellido o billetera. Entendió y se comprometió.
Pero hoy vemos lo contrario: su intervención refuerza los defectos más nocivos de nuestra democracia. Poner su plata donde están los caprichos y no las ideas prolonga el poder de quienes siempre han estado ahí, los de siempre, los que se reparten la torta.Hoy Bolivia necesita otra cosa. Necesita abrirse, como lo explican los académicos Douglas North y John Wallis: pasar de ser un “Estado natural”, dominado por élites cerradas, a uno de acceso abierto, donde los derechos sean para todos, no privilegios para unos pocos. Así ha avanzado el mundo. Así se ha combatido la corrupción en los estados modernos. Y así deberíamos hacerlo nosotros.
Claure dice querer ayudar, pero termina siendo el respirador artificial del viejo sistema. Alimenta una política moribunda. Si de verdad quiere ayudar, debe poner su dinero al servicio de una democracia abierta: financiar las reglas del juego, no a los jugadores; invertir en procesos, no en apellidos.El bloque opositor –ese mal llamado “Bloque de unidad”– es una farsa. Sus miembros nunca ganaron una elección ni fueron elegidos. Del populismo saltaron al liberalismo con un solo objetivo: llegar al poder. A cualquier precio. Lo que les interesa es ganar la candidatura sin posibilidades de ganar la elección, y menos de formar un gobierno estable.
Mientras tanto, quienes crecieron bajo la política de odio a Evo Morales ahora se sienten huérfanos: sin objeto político para dirigir su enojo. Pero el origen del problema nunca fue Evo; el verdadero problema es la pobreza, la desigualdad, la exclusión, el crimen organizado, el narcotráfico. Por tanto, Bolivia no necesita un nuevo tirano ni un nuevo enemigo. Necesita reiniciarse. Apagar y prender. Un
refresh político.
Con Evo queríamos tener un Mandela. Terminamos con un Mugabe. El país se siente traicionado. Y Luis Arce no es mejor. Es un administrador inepto y corrupto que sigue saqueando al país en medio de su miseria. Un dictadorzuelo de clase media.
Bolivia necesita abrir el proceso. Permitir que nuevas ideas, nuevas generaciones y nuevas voces tomen la palabra. La solución no es elegir entre lo malo y lo peor. Es abrir el acceso a la nueva generación de políticos. Democratizar de verdad.
Hoy el gran candidato es “Ninguno”. Eso dicen las encuestas: el 46% quiere un candidato nuevo, que no sea ni Evo ni Arze, pero tampoco la oposición actual. Ese “Ninguno” representa una oportunidad. Pero hay que cuidarlo y no destruirlo antes que nazca. Hay que nutrirlo con ideas, con ética, con visión de futuro.
Marcelo Claure puede hacer mucho bien si ayuda a abrir el sistema, a democratizar la democracia.
Ronald MacLean es catedrático; fue alcalde de La Paz y ministro de Estado.