Fui madre por primera vez en el hospital San Juan de Dios de Tarija en 1977, a sugerencia de mi obstetra, quien aseguró que era mejor opción que las de las clínicas privadas. Fue buena sugerencia la suya, y acertada decisión la nuestra. La atención fue satisfactoria como lo anticiparon el orden y la limpieza de sus austeras instalaciones y la amabilidad de todo su personal. Era tiempo de centralismo secante. Se había pasado de las “obras públicas” a cargo de las corporaciones de desarrollo, una en cada departamento. La salud era competencia exclusiva del Gobierno central y las alcaldías eran intrascendentes. Los hospitales públicos, sin costos directos para los usuarios, se financiaban con impuestos y otras tasas sobre actividades rentables, públicas y privadas, siendo imprescindible acudir a otras fuentes para completar los altos costos del mantenimiento de infraestructura, la provisión de equipos, insumos y personal. Esas fuentes eran nacionales e internacionales e incluían voluntariado social de mujeres adineradas. También la Iglesia Católica procuraba personal para atención directa a los enfermos y canalizaba donaciones de medicamentos para los menos favorecidos.
Mi segundo nieto nació en el mismo hospital en 2005, a satisfacción de todos. Desde 1987 el hospital San Juan de Dios era de referencia departamental, como recuerda la Sociedad Boliviana de Salud Pública en un comunicado de 29 de enero de este año y titulado “En defensa de la atención de salud en el departamento y ciudad de Tarija”; para 2005 Gonzalo Sánchez de Lozada había promulgado las leyes de Participación Popular y del Seguro Universal Materno Infantil (SUMI), en 1994 y 2002 respectivamente. La primera amplió la jurisdicción de los municipios a las secciones de provincia, transfiriéndoles competencias, entre ellas la referida a salud, asignándoles recursos de coparticipación tributaria. La segunda otorgó prestaciones de salud a las mujeres embarazadas durante toda la gestación hasta seis meses después del parto y a los niños hasta los cinco años. Fueron avances de cantidad y calidad.
En 2012, un amigo optó por el San Juan de Dios para ser operado del apéndice por la fama y prestigio bien ganados del Seguro Universal de Salud de Tarija (SUSAT), creado en 2006 por el prefecto Mario Cossío y Sara Cuevas, su secretaria de Desarrollo Humano, que fue una iniciativa pionera en el país, sostenida con la renta del gas sin aporte alguno del Gobierno central. En 2012 el MAS ya se había hecho de la Gobernación tarijeña tras instaurar un proceso penal por supuestos cargos de corrupción contra el gobernador Cossío y la Asamblea Departamental designó interinamente a un masista en su lugar. Mi amigo se arrepintió de la decisión de operarse en el hospital pues sufrió las consecuencias de un notable decaimiento de sus servicios. Estrechez, suciedad y maltrato se sumaron al costo de los medicamentos, que corrió por su cuenta. El “proceso de cambio” había llegado a Tarija.
Hace tres días una persona muy querida para
mí fue intervenida quirúrgicamente de la vesícula biliar en el mismo hospital
después de peregrinar largamente para tomar ficha, lograr exámenes de
laboratorio y, al fin, tener día y hora de la operación. Fui a verla. Entré en
ese lugar después de 12 años y quedé consternada de lo que encontré:
hacinamiento, mugre, abandono… decadencia completa.
No puedo siquiera imaginar
cómo se vivió –se murió– allí en la pandemia por el Covid-19. Lo terrible es
que esto no sólo ha sucedido mientras el MAS se hizo de la Gobernación, sino
después también y sigue sucediendo; parece ir a peor, como denuncia la Sociedad
Boliviana de Salud Pública, poniendo en evidencia que la gestión de la
Gobernación en materia de salud no obedece a criterios técnicos ni sentido de
servicio público, sino a “un cúmulo de errores y malas decisiones” de las
autoridades departamentales, con grave afectación a los intereses de la
ciudadanía. Entre tales errores y malas decisiones, el comunicado señala que se
ha desmembrado al San Juan de Dios para “rellenar las necesidades del hospital
Materno Infantil” llegando a trasladar “de manera ilegal” recursos humanos,
“dividiendo en dos el único hospital de referencia departamental”. Se llama
impostura. No es todo. Alerta respecto de la intención de demoler el San Juan
de Dios para construir otro, sin razones válidas y sin tener fuente alguna de
financiamiento seguro. Se llama improvisación. Es demagogia pura.
Acierta Lupe Cajías en su artículo del 19|01|2024 publicado en Los Tiempos y titulado “Gestión Iván Arias, la peor en décadas”, cuando dice: “El masismo no es una ideología ni un partido político: es un estado de ánimo y, sobre todo, es una metodología (…), los ejemplos se multiplican en gobernaciones y municipios. Dramáticamente. No se precisa estar afiliado oficialmente para ser parte del fenómeno MAS que domina Bolivia”.
Es que el “proceso de cambio” es altamente contagioso y mortal. Urge un “cambio de proceso” para no morir.
Gisela Derpic es abogada.