En formato de serie de televisión, la semana pasada se estrenó “Cien años de soledad” que, según Conrado Zuluaga, uno de los mayores conocedores de la obra de Gabriel García Márquez, “es la epopeya de un pueblo, pero también de una región, de un país y de un continente”. En ese sentido, se podría entender que también guarda relación con Bolivia.
En clave de realismo mágico, Macondo sería el reflejo de cualquier país latinoamericano rico en recursos naturales, pero signado por fracasos. La novela tiene como tema central el surgimiento, crecimiento, esplendor, declive y desaparición de un pequeño y apacible pueblo. Es la historia de la familia Buendía que gradualmente queda expuesta al progreso del mundo externo a lo largo de siete generaciones. La bonanza económica toma forma con el descubrimiento y el comercio del oro, metales preciosos y el monocultivo bananero. Una vez que alcanza su momento cumbre, la economía entra en decadencia y se diluye sin dejar beneficios duraderos.
La historia de nuestro país no es muy distinta: una Bolivia bendecida con vastos recursos naturales, que van desde los minerales en las profundidades de Los Andes, petróleo, litio, tierras fértiles en el oriente y occidente, hasta los bosques tropicales y la biodiversidad de la Amazonia. La explotación masiva de estas riquezas dio lugar a la economía extractivista que se convirtió en el elemento rector y ordenador de nuestras vidas. Este modelo, sin embargo, no nos condujo por la senda del desarrollo. Esta contradicción entre la existencia de grandes reservas de recursos, por un lado, y el bajo desarrollo económico, por otro, es lo que conocemos como “la maldición de los recursos naturales”.
Nuestra historia económica es una suma de dependencia de exportaciones de materias primas, falta de diversificación del aparato productivo y reproducción de sociedades desiguales, lastimadas y fracturadas. También hemos sufrido y sufrimos la “peste del insomnio” al perder memoria de nuestro pasado económico. Al igual que otros momentos de bonanza, la renta del gas ha tenido efectos perversos sobre nuestra conciencia y memoria colectiva, razón por la que el cortoplacismo se impone a la hora de buscar soluciones duraderas.
En Macondo, un ambicioso José Arcadio se convierte en terrateniente de la noche a la mañana, al apoderarse de las tierras de su padre y de las familias colindantes. Uno de sus herederos de sangre, igual de codicioso, Aureliano II, llega a acumular fortunas “sin esfuerzo y a puros golpes de suerte”. De esa manera, se convierte en un miembro destacado de la clase privilegiada. En Bolivia, existen muchos José Arcadios e hijos que también se transforman en familias acaudaladas y grandes propietarios de tierras, sin más antecedentes que el haber ocupado un alto cargo político o beneficiado fraudulentamente con tierras fiscales.
En Macondo, los conflictos, las luchas y las divisiones internas acaban conduciendo a la explotación desigual de los recursos naturales, empobrecimiento moral de sus pobladores y decadencia económica. Su ruina es inevitable y definitiva. En Bolivia, los males sociales y políticos carcomen se materializan en forma de redes de corrupción, injusticia, narcotráfico, represión política, entre otros. El empobrecimiento moral de los políticos hace noticia cada día, unas veces agarrándose a patadas, puñetes o desgreñándose en el parlamento y, otras veces, lavándose las manos para deslindarse de responsabilidades.
Aureliano Buendía, el patriarca de la novela, bien podría representar a los políticos que comienzan a luchar por la silla presidencial. Encaran la batalla electoral como una oportunidad de demostrar su liderazgo, construir una realidad distinta y trascender los límites de sus reducidos círculos de influencia. Son a la vez soñadores y realistas, revolucionarios y conservadores, héroes y villanos, unos en mayor medida que otros. Sin embargo, se necesita más que ganar en urnas para romper con la imposibilidad de cambiar el curso de la historia en el corto plazo. La vida del patriarca de Macondo nos enseña que la lucha política es un laberinto de ambiciones, conflictos y decepciones.
Entonces, lo dicho bien podría ser una invitación para ver la serie reflexionando sobre nuestro destino como país atrapado en ciclos de esplendor y decadencia, de promesas incumplidas y oportunidades perdidas. "Cien años de soledad" aborda temas de poder, economía y justicia, pero también nos advierte sobre cómo nuestras decisiones y luchas políticas están marcadas por los mismos errores del pasado. Son ecos de nuestra realidad para pensar sobre la historia cíclica.