A pesar de los informes adversos de organismos
internacionales sobre la trayectoria de la economía boliviana, las calificaciones
de riesgo negativas y el coro de sabios opinadores que hace años advierten
sobre la decadencia del modelo económico, el gobierno se empeña en vivir en una
realidad paralela. La propaganda del oficialismo sigue, parcialmente, la música
de Shakira: ciega, sorda, pero de ninguna manera muda. En realidad, habla hasta
por los codos vendiendo las bonanzas de la economía boliviana. Para esto, con
frecuencia utiliza las comparaciones internacionales. Tenemos la inflación más
baja de América Latina, la tasa de desempleo más reducida del planeta,
registramos el tercer crecimiento de la región este año junto con Brasil y
Paraguay. Así se masajea con hierbas aromáticas el sentimiento de baja estima
de sus grupos de apoyo. Se atiza, una y otra vez, un nacionalismo estadístico
recién lustrado por el marketing político. Sin embargo, la realidad técnica es
tenaz. No se rinde frente a la fantasía chauvinista de las cifras y las
comparaciones forzadas.
Para despejar los espejismos de los datos del poder y desmantelar las comparaciones económicas, permítame compartir con ustedes una anécdota. Hace algunos años estaba en un seminario internacional en Washington. En la mañana del evento, todos países de la región latinoamericana nos reunimos en una sola sala. En la tarde, se decidió que las naciones de Sudamérica estarían en un anfiteatro y que los países de Centroamérica se reunirían en otra sala. Después del almuerzo, me dirigí, por supuesto, al salón donde se reunirían los países del Cono Sur. Cuando entraba al evento, un gentil funcionario, leyendo mi credencial, me paró en seco y me dijo: “Señor, Bolivia no está en Sudamérica”. Me hirvió la sangre instantáneamente, fui poseído por los demonios de un nacionalismo geográfico y acribillé, al azafato, con preguntas y reclamos: “¿Cómo que Bolivia no está en Sud América? Si acabo de llegar de allá. ¿Cómo tuvieron el atrevimiento de movernos sin consultarnos?”. El dilecto funcionario, frío como un pez, me dijo que Bolivia había sido trasladada a la sala de Centro América.
Me dirigí indignado a la sala asignada dispuesto a lanzar un discurso virulento denunciando al mundo el traslado inconsulto del corazón de América del Sur. Entré a la sala, pero inmediatamente comenzó la explicación de por qué nos habían juntado ahí a ciertos países. De acuerdo al tamaño del producto interno bruto (PIB), el producto per cápita, varios indicadores sociales y de desarrollo, nivel de la deuda externa, composición étnica y otras variables, Bolivia era mucho más parecido a Nicaragua, Salvador, Honduras o Guatemala que a Brasil o Argentina. Felizmente a mi lado apareció un paraguayo que también estaba furibundo y había decidido comunicarse solamente en guaraní. Pero después de muchas explicaciones nos calmaron y convencieron, con datos contundentes, que éramos muy pequeños en nuestro continente y que más bien podíamos sacar pecho y mandarnos la parte con los centroamericanos.
Efectivamente, si consideramos el tamaño del PIB, Bolivia y Paraguay alcanzamos a 40.000 millones de dólares en 2022. Brasil tiene un producto de 1,9 millones de millones de dólares, es decir la economía de ese vecino país es 48 veces más grande que la nuestra. Por eso, cuando la economía brasileña crece en 1%, su PIB aumenta la mitad de todo el PIB de Bolivia. También la economía boliviana es menos del 10% del producto argentino. Inclusive si nos comparamos con el PIB de Venezuela o Ecuador somos la mitad de su tamaño. Ahora bien, a pesar de que el PIB per cápita ha crecido en Bolivia en los últimos años y alcanza a 3.600 dólares, todavía ocupamos la última posición en la región.
En todos estos casos, por supuesto, el tamaño si importa. Así que esas comparaciones y rankings que hace el Gobierno solo sirven para inflar el pecho de los burócratas, pero no reflejan la realidad económica y social. Entonces, la comparación relevante para nosotros es con Paraguay y ciertamente nuestras economías son cercanas a las de América Central.
Cuando uno ve, por ejemplo, la deuda total respecto al PIB, ellos tienen un envidiable 37,5% del producto, en cuanto Bolivia, supera el 80%. Respecto al déficit público, para el año 2022, ambos países muestran cifras similares, de entre 6% y 7% del PIB. Eso sí, ellos gastan menos en educación que nosotros. En el tema de salud los gastos son muy similares. En el ranking de competitividad también estamos cercanos al puesto 100. El índice de corrupción también es parecido. La tasa de desempleo en Paraguay es el doble de la boliviana, ahí si hay una gran diferencia. Los niveles de inflación también son relativamente bajos en ambos países. En lo que respecta a algunos indicadores sociales nuestro rango de pobreza extrema alcanza 11% de la población, en cuanto en Paraguay afecta al 5%. El PIB per cápita de Paraguay es de casi el doble que el de Bolivia. La información viene de datosmacro.com
En términos estructurales ambas economías dependen fuertemente de relaciones energéticas con Brasil. Bolivia le vende gas al vecino, en cuanto Paraguay le suministra electricidad. También el conglomerado de la soya en ambas nociones es muy similar y ambos son países mediterráneos. Finalmente, las dos naciones mejoraron su situación económica y social en los últimos 15 años.
Ahora donde sí hay una gran diferencia es en el modelo político que se implementó en ambos países. En Bolivia la gestión estuvo a cargo de un gobierno de izquierda con fuerte participación estatal. En el caso de Paraguay, el modelo político enfatizó una mayor participación del sector privado. La conclusión que en realidad podría ser una hipótesis de trabajo para que investigadores o estudiantes exploren: ¿Cuáles son las razones para un desempeño económico similar en contextos políticos tan diferentes?