Quizás sea calificado como el periodo más miserable y mediocre del ejercicio de la política en Bolivia. Inaugurado por un partido –en esencia mafioso– de dudoso corte socialista, el masismo entrará en los anales de la historia política de Bolivia como el fundador de un ciclo perverso de la gestión política que ya dura casi 20 años y cuya tumba política les reclama por su presencia.
Parafraseando a Juan Rulfo, la muerte no se reparte como si fuera un bien, pero sería muy conveniente para todos los bolivianos que a más de uno le llegue su carta con la calva.
No habrá vítores ni abrazos. No habrá pechos henchidos de orgullo o victorias inflamadas cuando llegue ese nuevo o nueva jugadora y proceda con el cierre de un ciclo político nefasto para cada uno de los bolivianos. Sólo habrá estupor y mucho temor por no saber qué vendrá y cómo será el ajuste severo que se debe ejecutar para salir, en algo, del abismo en el que nos arrojaron estos políticos nefastos y fariseos.
La pregunta que todos se hacen es si habrá alguien determinante que patee el tablero. Una especie de potencial game changer (un jugador que cambie el juego) que redefina toda una nueva relación política, social y económica, pero que además, genere un terremoto en el universo político nacional. Una forma diferente de hacer las cosas. Un jugador audaz, pero razonable. Uno con altísima conciencia social, pero capaz de cerrar alianzas con el empresariado privado. Un pragmático y, a la vez, un provocador de esperanza. Un concertador, pero que tenga firmeza en sus decisiones y sepa asumir las consecuencias del uso del poder.
No conocemos aún su rostro. Ahora hay humo y ruido. Hay dinosaurios que no terminan de morir y que ojalá en estas próximas justas electorales terminen de palmar. Ya es hora. Su tumba los reclama hace tiempo y el pueblo pide paz. Les falta su amén y que en paz descansen y dejen sosiego a los demás. Que el cementerio político sea inaugurado.
Bolivia es un país muy joven, gobernado por viejos. Por los mismos mediocres, negligentes y corruptos de siempre.
Más del 40% de la población tiene entre 15 y 34 años. Están o emprendiendo un sueño o madurando y trabajando por uno. Contra viento y marea, por supuesto. Contra todo un Estado criminal, burócrata y empecinado en destruir todo aquello que es formal y que los empuja, casi compele, a ser ilegales, a ser informales, a ser contrabandistas o a simplemente restregarles en la cara que no tiene ningún sentido profesionalizarse, buscar trabajo formal o creer en la posibilidad de construir un negocio propio con todas las de la ley. No, debes estar fuera del sistema o te clausuro con multas municipales, o te persigo con impuestos de manera salvaje y cuyas deudas las heredarán sus hijos de sus hijos.
Son cerca de 3 millones de jóvenes que caminan por la cuerda floja de la incertidumbre y la precariedad. Además de no sentirse, en absoluto, pero en absoluto, representada políticamente por alguien en el país. Basta un dato revelador: en las pasadas elecciones de 2020, solo 8 jóvenes menores de 28 años ingresaron como diputados, o si se quiere candidatearon por una sigla política. Es decir sólo un 4%. Frente a candidatos de hasta 65 años que doblaron en número y triplicaron en edad a los jóvenes. Este patrón se ha mantenido en los últimos 40 años de la historia política boliviana y actualmente el promedio de edad de los parlamentarios es de 47 años.
Según datos del INE (Instituto Nacional de Estadística) las actividades económicas de mayor oferta para la población joven urbana son: comercio al por mayor y menor (22,5), manufactura (13,2%), construcción (11,3%) y transporte y almacenamiento (6,5%). La demanda de ingenieros, arquitectos, médicos, profesores es bajísima en comparación con el comercio, entiéndase contrabando o venta de productos y servicios especulativos en el mercado, todos, por supuesto, informales.
Tampoco alcanza el dinero de una familia promedio para pagar una carrera de cinco años a una hija o hijo. Ni hablar si son dos. Las probabilidades que obtenga trabajo después de tanto esfuerzo, son sencillamente remotas. O se inscriben en un partido político para ser parasitados o, sencillamente, no cazan (porque es una verdadera cacería laboral) un trabajo formal con un sueldo digno.
Entonces, en este escenario de sospechados y sospechosos, cada día se empolla más la idea de un cambio de juego y de jugadores. Pero por el momento son demasiadas las rarezas y las interrogantes por despejar. En la política de hoy sólo hay un envoltorio raído y muy descalabrado. Ya no esconde un dulce o siquiera un chicle mentolado. Hay solo carcaza. Desde los sin chiste hasta los bigotudos teñidos y corruptos de siempre.
Por todo ello, a mi juicio, ojalá, estemos ante una especie de big bang de la política boliviana, la misma que podría terminar con ese vetusto universo político de ancianos cuyas cárcavas les gritan por su presencia. Es hora de parir definitivamente un tiempo nuevo.