Barbie ha sido descrito de modo inmejorable por Peter
McFarren y Fadrique Iglesias en “Klaus Barbie, un Novio de la Muerte” (2014),
magnífica reconstrucción de ese pasaje histórico. Los autores lo pintan como un
monstruo incansable, un ser que tras deportar niños a los campos de exterminio,
no vacila en proseguir su cabalgata planificando la muerte del Che, de los
esposos Alexander, de Monika Ertl, de Espinal, de los miristas de la Harrington
y de cuanto "rojo" pudiera poner en riesgo la construcción del IV
Reich en Los Andes.
Sin embargo, los datos que entrega el libro no refrendan lo afirmado. Barbie no es un "novio de la muerte" si por ello entendemos un europeo afiliado a una versión contrahecha del nacional socialismo, que se nutre de su conexión directa con Luis Arce Gómez. Los datos presentados nos convencen de que, en realidad, Barbie despreciaba al grupo de vividores alemanes e italianos que posaban armados para pedir remuneraciones del ejército boliviano.
¿Será que Barbie se contenía, porque albergaba alguna culpa retrospectiva? Sin duda, no. El hombre nunca se declaró desencantado del nazismo. Sin embargo está muy claro que su vitalidad como excombatiente del Führer había mermado considerablemente en Bolivia. Más que un novio de la muerte, era un viudo doliente y taimado. “Un pobre diablo”, como se describe a sí mismo en una carta enviada desde su prisión francesa.
Su primer empleo en Bolivia fue en un aserradero de Los Yungas, a cargo de un judío. Un día Barbie traza una esvástica sobre un tronco, de inmediato es reprendido por su jefe, debe mentir diciendo que es una incisión hecha para contar tablas. Otro día, se pasa de copas, se arrima al piano y empieza a interpretar himnos de guerra. El embajador alemán en La Paz exige una explicación. Moderada vergüenza que solo se disimula bajo la excusa del alcohol. Paso a Paso, Barbie se va transformando en Altmann y se encoge en la figura de un jubilado nostálgico que pasa las horas sentado en el Café La Paz.
La mayor revelación del libro de McFarren e Iglesias podría ser la respuesta a la pregunta de por qué el exjefe de la Gestapo en Lyon pudo estar 20 años más en libertad en Bolivia que su colega Adolf Eichmann, secuestrado por el servicio secreto israelí en 1960 cuando se dirigía a su casa en Buenos Aires, Argentina.
Según la investigación de McFarren e Iglesias,
Barbie ayudó a desviar armamento supuestamente adquirido por las Fuerzas
Armadas bolivianas. El cargamento fue llevado desde España hacia Israel en un
barco de la empresa Transmarítima, cuyo gerente era él. Israel estaba sometido
en ese tiempo a un embargo de armas. El Estado boliviano habría servido
entonces como canal para la venta irregular. Así, al haber colaborado con el Estado
judío, el nazi refugiado en La Paz habría logrado retrasar la llegada de la
justicia. Queda como hipótesis sugerente.
Rafael Archondo es periodista.