Hugo Banzer Suárez contaba que siendo él aún un niño llegó de visita a su casa el Tcnl. Germán Busch, por entonces presidente de Bolivia, además de amigo y vecino en la provincia cruceña de Concepción. Viéndolo jugar, le llamó la atención a Busch la precocidad y viveza del pequeño Hugo, a quien sentó en sus rodillas y habría dicho “este niño llegará a ser presidente de Bolivia”.
Aquella anécdota, real o imaginaria, puede haber sellado el destino del joven Banzer, pero no así su trayectoria política. Aquel muchachito menudo y vivaz, que mezclaba la disciplina germana con la viveza criolla, emprendería un camino diferente al del clásico caudillo militar. Quizá la sentencia de Busch hizo que a sus escasos 14 años se embarque a La Paz para ingresar al Colegio Militar. Seguramente, desde la profundidad y la separación de la provincia cruceña, al viajar a La Paz se trasladaba a una distancia cultural inmensa.
Banzer llegó a alojar al hogar de una familiar suya, también de ascendencia alemana, con la que completó su educación absorbiendo una cultura de disciplina, trabajo y respeto. Al ingresar al Colegio Militar claramente estaba en franca desventaja en una institución que premia la estatura y la fuerza física; Banzer desfilaba en la última escuadra y lo único que podía salvarlo era su intelecto, disciplina y esfuerzo. En ello, él sobresalía.
Siendo el mejor alumno fue premiado con una beca a la Academia Militar argentina, graduándose con honores y recibiendo su sable de manos del Gral. Juan Domingo Perón. Allí, el vio en acción a un presidente militar tornado en político populista a quien hubiera podido imitar años después, pero no lo hizo. Por el contrario, fue testigo del deterioro institucional de una nación próspera, que se hundía en la vorágine del fanatismo populista y el culto a la personalidad.
No siguió los pasos de Germán Busch, su mentor y héroe del Chaco que se hizo dictador, antes de suicidarse frustrado por lo inmanejable de la política criolla. Finalmente, habiendo sido ministro de Educación del Gral. René Barrientos, por ser considerado un intelectual entre los militares, tampoco siguió la evolución autoritaria de éste.
Barrientos, dinámico y carismático, convertido eventualmente en un hábil orador y quechua hablante, de quien se dice mucho que se aprestaba a la creación de una fuerza élite propia para declararse dictador. Eran las épocas de los Somoza en Nicaragua y los Trujillo en el Caribe, ni que decir de Castro en Cuba y Torrijos en Panamá.
Pero no, Banzer no siguió ese modelo. Él emprendió el proyecto de apoyar el retorno a la democracia auspiciando las primeras elecciones en 1978 y desistiendo de ser él mismo el candidato. Ya le había tocado en 1971 el trágico destino de derrocar a una dictadura militar caótica, y de enfrentar una resistencia armada en la que cayeron muchos bolivianos de uno y otro lado. Esto lo afectó siempre e influyó en su posterior carácter tolerante que caracterizó a su presidencia constitucional.
A su caída, salió al exilio como embajador de Juan Pereda en Buenos Aires. A su retorno a Bolivia, en 1979, organizó su propio partido “nacionalista”, ADN, con el que se lanzó a seis campañas presidenciales, de las cuales ganó dos. No desesperó por retornar a la presidencia.
Más bien, primero, la cedió la cedió a Víctor Paz Estenssoro, después de haber tenido una resonante victoria electoral en 1985, ganando incluso en centros mineros y El Alto, entonces bastiones de la izquierda, y arrebatándole el electorado a la alianza de izquierda agrupada en la UDP que anteriormente había arrasado en dos elecciones consecutivas.
Así, Banzer comprobó que su legado conservador también podía ser un atractivo electoral para quienes cansados del caos y la ineptitud apoyaron el “orden, paz y trabajo” en 1985, pero consciente de que Paz Estenssoro tendría mejores posibilidades de enfrentar la crisis —mejor que un exmilitar como él— decidió darle su apoyo y hacerlo presidente. Decisión que fue tomada, me consta, antes de las elecciones.
Planeaba sus intervenciones políticas con la sagacidad de un estratega militar y, en consecuencia, así también organizaba y dirigía a su partido. Siempre conformaba un “Estado mayor” ante el cual planteaba sus decisiones y del que solicitaba consejo y respaldo.
Cedió la posibilidad de ser presidente una siguiente vez tras haber obtenido el segundo lugar en las urnas, cuando prefirió votar por el tercero, Jaime Paz Zamora, para castigar el incumplimiento del pacto con Paz Estenssoro de apoyarlo en 1989, que Gonzalo Sánchez de Lozada se negó a honrar. En ambos casos dio el paso al costado a pesar de su superioridad electoral frente a Paz Estenssoro primero y Paz Zamora después. En ambos casos fue un aliado leal, discreto y respetuoso del orden democrático. Esperó casi 20 años para finalmente acceder nuevamente a la presidencia convertido ya en un demócrata, ganando las elecciones de 1997.
Banzer el es el único líder en haber transitado la ruta opuesta al socialismo populista por la que se celebra a varios de sus antecesores militares elevados al panteón revolucionario; camino que culmina lógicamente en dictaduras. Banzer eligió el otro camino, el camino opuesto, el de la construcción de la democracia. Y allí ganó.
Murió, luego de dejar el mando, el 5 de mayo del 2002, y pidió que lo enterraran vistiendo su uniforme de general de la República. Su entierro fue multitudinario, al que asistió el expresidente de Chile Ricardo Lagos. Destino inverosímil para un niño nacido en 1926 en la profundidad de una provincia remota de la chiquitanía cruceña.
*Fue alcalde de La Paz y ministro de Estado