Entró con prisa a eso de las 17 horas del martes 14 de
octubre de 2003 a las oficinas de Educación Radiofónica de Bolivia (Erbol),
ubicadas en la calle Ballivián de La Paz. Apenas cruzó el umbral, pidió a René Zeballos,
Director de Erbol en ese entonces; y a mi persona, Coordinador Nacional, una reunión
de urgencia. El domingo 12 había sido el día más duro de la masacre en El Alto.
Los periodistas de Erbol habíamos contado más de 60 muertos y condenado la
despiadada matanza del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada. El lunes 13, la
ciudad alteña olía a pólvora y a rebeldía.
—¿Qué hacemos, chicos? ¿Cómo evitamos que el gobierno siga masacrando?—nos preguntó a bocajarro Ana María Romero de Campero (AnaMar) apenas se sentó.
El viernes 10 de mayo, Erbol había repuesto el programa “Hagamos Democracia” con la conducción de AnaMar. Ese día, la radio había invitado a las cuatro mujeres mineras, Luzmila de Pimentel, Nelly de Paniagua, Aurora de Lora y Angélica de Flores, que habían arrancado la democracia del dictador Hugo Banzer hace 25 años con una huelga de hambre. El programa de homenaje fue un éxito.
Veinticuatro horas después de la reunión en Erbol, el miércoles 15 de octubre, AnaMar se declaraba en huelga de hambre para exigir la renuncia de Goni. Veinticinco años después de aquella gesta de cuatro mujeres, otra mujer encabezaba una huelga de hambre que iba a terminar, dos días después, con otro gobierno sanguinario.
Así era Ana María Romero de Campero, defendía el derecho a la vida de otros con su propia vida.
Allá por 1999, AnaMar me sorprendió entregando una queja en las oficinas de la Defensoría del Pueblo.
—Andrés, ¿qué haces por aquí?; ni imaginaba que me conocía. Quizá se enteró de mi existencia por los artículos que firmaba en los periódicos donde trabajé.
—Doña Anita, estoy entregando una queja, respondí.
—Acompáñame a mi oficina por favor; ven a contarme.
Le conté que un docente de derecho de la UMSA no quería devolverme mis exámenes y que asumía represalias por razones ideológicas. Era un problema ínfimo respecto a otros que atendía la Defensora del Pueblo. Sin embargo, me escuchó con tanta atención durante 20 minutos que me hizo sentir la persona más importante del mundo. Al despedirnos, me dijo: en unos días verás resultados.
Dicho y hecho. En algo más de una semana, me llegó una carta de la Dirección de la Carrera de Derecho que me anunciaba una solución a mi caso antes de responder a la solicitud de información que había exigido la Defensora del Pueblo.
Así era Ana María Romero de Campero, escuchaba desde los casos más pequeños hasta los más grandes; desde las personas más desvalidas hasta a las más poderosas. Así era la primera Defensora del Pueblo, cuyo nombre proyectaba una sombra tan gigantesca que apenas era pronunciado las cosas y los hechos se alineaban en justicia como los planetas en dirección al Sol.
Un mediodía, terminado el programa que hacía cada domingo, “Hagamos Democracia”, en Erbol, me comunicó que, a partir de la fecha, me dejaba la conducción porque tenía algo más importante que hacer. ¿Qué?
—Cocinar para mi esposo (Fernando Campero Prudencio). A veces, mi marido me pide que le prepare la comida que le gusta y con el programa (de 10:00 a 12:00 horas) no me da tiempo. Yo soy mujer de antes, no puedo evitarlo. Por eso, soy Ana María Romero de Campero, me explicó
Así era AnaMar, amaba a su familia. Podía ser la mujer más importante e influyente de Bolivia sin dejar de ser esposa, madre y abuela en todas las dimensiones de amor.
La recuerdo hoy a 10 años de su partida. Sus consejos periodísticos y personales me acompañan cada día.
—Si un día llegas a ser el hombre destacado, nunca dejes de comer en los lugares donde siempre comías; si llegas a ser la persona más importante, nunca dejes de saludar a la gente que siempre saludabas; si antes de llegar a la cumbre ibas en minibús, sigue subiendo a uno cuando hayas llegado a la cumbre, me dijo en su casa. Agregó: los periodistas nunca nos desprendemos de la vida de los demás.
Así era AnaMar, la primera Defensora del Pueblo de Bolivia. Así era, practicaba lo que predicaba.
Estoy seguro que supo, allá en el cielo, que la Asociación de Periodista de La Paz (APLP) me reconoció en 2016 con la Medalla “Ana María Romero de Campero” de defensa a la Libertad de Expresión y los Derechos Humanos. Estoy seguro que sabe que me gusta el nombre de la medalla más que la misma medalla. Estoy seguro que ese día me hubiera vuelto a regalar el mosaico que me trajo de uno de sus viajes al exterior con la leyenda que le agradaba repetirme: “lo que natura no da, Salamanca no presta”.
Así era Ana María Romero de Campero, la Primera Defensora del Pueblo, era feliz viendo feliz a los demás.
Andrés Gómez es periodista.