A la hora de hablar de economía los números cuentan, ciertamente, pero las palabras también, y mucho. Por tanto, cuando se emite un criterio público sobre un tema en este ámbito, siempre es recomendable tener cuidado, por el efecto que podría acarrear para la gente un duro pronóstico, así sea verdadero. Cuando los mensajes no son equilibrados y van impregnados de alarmismo por intereses políticos o un afán de figuración, se afecta la confianza y se aceleran los problemas que, en teoría, se busca solucionar. A continuación algunos ejemplos, para entender esto, a ver si Ud. coincide.
Una primera analogía útil, tiene que ver con la salud. Imagine un paciente que está en tratamiento, pero si quienes están cerca del mismo y se dedican a repetir: “Está mal; podría morir cualquier rato; tal vez el medicamento no funcione; hay que prepararse para lo peor”, ¿qué pasaría si el paciente se entera? La ansiedad subiría su presión, bajarían sus defensas, su recuperación tardaría, incluso, podría morir. Igual ocurre con las políticas de ajuste en una economía, pueden fracasar, si no cesan los anuncios catastróficos que socavan la confianza.
Veamos, ahora, otro ejemplo, cotidiano: Una familia enfrenta una crisis financiera que puede ser manejable, pero si los parientes y vecinos no cesan de decir: “Todo va de mal en peor; no hay miras que mejore la situación; no hay remedio”, la angustia puede llevar a esa familia a vender sus pertenencias a cualquier precio, a endeudarse más y a suspender inversiones que habrían garantizado su estabilidad. El resultado será un colapso que bien pudo evitarse, pero que se tornó real, al imponerse el pesimismo, llevando a tomar decisiones desesperadas.
Los psicólogos Robert Rosenthal y Lenore Jacobson realizaron un experimento en 1968 sobre el “Efecto Pigmalión”, para demostrar cómo las expectativas de los profesores influían, p. ej., si a un estudiante lo consideraban capaz, rendía mejor; si lo etiquetaban como incapaz, su desempeño decaía. En economía acontece lo mismo. Si la gente se desespera porque le hacen creer que habrá una devaluación, corre a comprar dólares y, se da, la escasez que se temía; si piensa que la subida de precios se disparará, acapara productos y todo sube más.
Igual pasa con el efecto placebo y nocebo: si alguien cree que una píldora es milagrosa, podrá sanar, así se trate de un “misericordioso engaño” (expectativa positiva); si a la misma persona se le hace creer que esa misma píldora le hará daño, enfermará (expectativa negativa). Lo mismo ocurre con la economía: un anuncio equilibrado puede calmar las expectativas, pero, también, un pronóstico funesto y pesimista -así se trate de un invento para intentar sobresalir o lograr un titular de prensa- puede desencadenar una crisis de confianza y provocar el daño que se quería evitar. Esto, porque, las palabras tienen poder.
El Premio Nobel de Economía, Gary Becker, en su obra “El enfoque económico del comportamiento humano", publicada en 1976, evidenció que el comportamiento de la economía no se podía explicar pasando por alto las emociones, percepciones y prejuicios que influyen en la toma de decisiones de las personas. El economista británico John Maynard Keynes, muchos años antes, explicó en su “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”, que la economía depende de las emociones e impulsos de los “animal spirits”, que traducido sería “espíritus animales”, refiriéndose al instinto natural de los agentes económicos -consumidores, empresarios, etc.- que los lleva a la confianza o al temor, por lo que, si prima lo segundo, ninguna política funciona. La psicología pesa en la economía.
¿Acaso cuando la gente pasa de las expectativas “racionales” (basadas en una amplia información) a las expectativas “adaptativas” (para proyectar el futuro mirando al pasado), no sobrerreacciona frenéticamente, por ejemplo, frente a la inflación y, temiendo que se produzca una mayor subida de precios, no compra en demasía y, producto de este comportamiento generalizado, el problema empeora?
En verdad, la economía no puede explicarse solo a partir de modelos matemáticos, porque al no ser una ciencia exacta, debe considerar el imprevisible comportamiento humano en lo que hace a percepciones, emociones y hasta prejuicios, todo lo cual influye en la eficacia de las políticas públicas, y sus consecuencias repercuten sobre la sociedad.
La opinión pública es un derecho humano, sin duda, pero se lo debe ejercer con responsabilidad, ya que los conceptos vertidos pesan sobre la conducta de las familias, empresas y mercados. La prudencia y el rigor técnico no deben ser reemplazados por la búsqueda de protagonismo o apariciones en prensa, mucho más, porque si lo anunciado no se da, puede llevar al descrédito de quien lo dijo.
Para finalizar, esta sentencia de Salomón: “Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio”; y el adagio popular: “A boca cerrada, no entra mosca”…
Gary Antonio Rodríguez es Economista y Magíster en Comercio Internacional