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Columna Abierta | 12/09/2023

11 de septiembre de 1973

Carlos Derpic
Carlos Derpic

Hace 50 años, el 11 de septiembre de 1973, las fuerzas militares y del orden chilenas ejecutaron una Blitzkrieg (guerra relámpago) contra el pueblo chileno. Robinson Rojas, cuenta cómo, en la noche de aquel fatídico día, se le vino a la memoria la Blitzkrieg que el 1 de septiembre de 1939 desató Hitler en contra del pueblo polaco, afirmando que Alemania no estaba atacando a nadie sino que se estaba defendiendo de quienes la agredían. (¡Cuánto parecido con la invasión a Ucrania, por parte de las fuerzas de Putin, el presidente ruso admirado, defendido y apoyado por el gobierno del MAS!).

¿Por qué se produjo el golpe de Estado en Chile? ¿Estaba en marcha alguna revolución? ¿El estalinismo estaba imponiendo su señorío en el vecino país? ¿Por qué los militares y la burguesía chilena estaban atentando contra la democracia liberal, por medio de la cual Salvador Allende había llegado al gobierno?

Una revisión de los programas de gobierno de la Unidad Popular, el frente de Allende, y de la Democracia Cristiana, cuyo candidato fue Radomiro Tomic, evidencia que el programa de este último era más avanzado que el del primero; es decir, para utilizar el lenguaje imperante en la época, la propuesta de Tomic era más de izquierda que la de Allende.

Una de las respuestas se encuentra en el último discurso de Allende, pronunciado unos minutos después de las nueve de la mañana de aquel día: “La gran burguesía y el imperialismo han ahogado en sangre la democracia burguesa”. Un sector determinante para la caída de Allende fue el del transporte, que paralizó a Chile durante 40 días. También hicieron lo suyo las exigencias y la práctica de varios sectores populares. Finalmente, la negativa de la UP de constituir un amplio frente democrático que incluyera a otros sectores políticos también fue un factor.

Los golpistas exigieron la renuncia de Allende. Este respondió de manera terminante: “Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo …”. (Sin duda, una decisión que contrasta radicalmente con la del expresidente boliviano Evo Morales, que fugó de Bolivia el 10 de noviembre de 2019).

Aquel día se desató la barbarie. A las 8:30 de la mañana se leyó la proclama de la Junta Militar dando cuenta de lo que vendría después: prohibición de circulación, amenazas de que, por cada militar muerto o agredido, se fusilaría a cinco detenidos, amén de la potestad de las autoridades del lugar de disponer lo que creyeren conveniente en contra de estos, y un larguísimo etcétera.

Se bombardeó y ametralló la Moneda y, desde el momento en que el golpe triunfó, comenzó la cacería de opositores que, 17 años después, dejaría un saldo oficial de 40.000 víctimas (entre ellas, 3.000 muertos).

Fue una salvaje, bestial y feroz violación de los derechos humanos. Detenciones arbitrarias, un estadio convertido en cárcel, aplicación de inimaginables torturas en contra de hombres, mujeres, niños y ancianos. Jorge Ríos Dalenz, el carismático fundador del MIR boliviano, fue uno de los asesinados por los militares chilenos; su cadáver tenía un cartel que decía “Terrorista uruguayo muerto en combate”. También fue asesinado el compatriota Ignacio Soto. Decenas de bolivianos fueron detenidos, torturados, echados de Chile, acusados de ser miembros del “marxismo que había sumido a Chile en el desgobierno y el caos, y en una profunda crisis económica”.

Ninguna muerte (no hablamos aquí de autoinmolaciones provocadas por intereses mezquinos), ninguna violación de los derechos humanos puede admitirse. Cualquier logro alcanzado de esa manera es injustificable.

La democracia supone respeto a todos y a las ideas de todos, no imposición de pretendidas verdades mágicas que todo lo solucionarán.

Pensando en lo que ocurrió en Chile y también en otros países como el nuestro, cuando imperaron las dictaduras de la seguridad nacional, sería oportuno desterrar de nuestro vocabulario expresiones que, sin lugar a duda, incitan al odio, como esa de “barrer a los zurdos y a la casta”. No hay que barrer a nadie, debemos convivir entre diferentes, buscando la igualdad y la justicia social.



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