La Falange Vermelha, hoy el Comando Vermelho, aprendió de la organización de los presos políticos. Sus fundadores incorporaron a la organización la importancia de la unión y el desarrollo de estrategias criminales rentables.
Brújula Digital|Agencias|29|10|25|
El 17 de septiembre de 1979, la prisión de Ilha Grande, en el estado de Río de Janeiro, Brasil, amaneció convulsionada por una masacre entre sus prisioneros. Un grupo, que se hacía llamar Falange Vermelha, acorraló a otro bando usando como armas palos con clavos y cucharas afiladas convertidas en cuchillos y asesinó a seis reos, según un reporte del diario O Globo.
El hecho violento prácticamente no salió de los muros de la cárcel y pasó casi desapercibido en Brasil, hasta que, años después Falange Vermelha se convirtió en el sangriento Comando Vermelho, una de las mayores organizaciones criminales de Brasil, contra la que, ayer, se lanzó un megaoperativo policial considerado el más sangriento de la historia de Río de Janeiro por su saldo: al menos 115 personas muertas, entre miembros del grupo criminal, policías y habitantes de las favelas de Penha y Alemão, donde se desató una especie de guerra.
Hoy, 46 años después de la masacre en la prisión de Ilha Grande, Comando Vermelho domina más de la mitad de las zonas controladas por bandidos en Río de Janeiro y tiene “filiales” en más de 20 estados brasileños. Además, extendió sus tentáculos hasta países fronterizos para controlar las rutas del narcotráfico y el tráfico de armas.
Según Infobae, la presencia del Comando Vermelho en la triple frontera (Argentina, Brasil, Paraguay) transformó el panorama delictivo regional. “La organización desplazó a mafias locales y tomó el control de la producción de cocaína en el lado peruano del límite. Allí, supervisa tanto la manufactura como el transporte de cargamentos, aprovechando rutas fluviales y terrestres de difícil acceso, y recluta pobladores ribereños e indígenas para roles clave en la cadena de producción y traslado”.
Una de las fortalezas del grupo criminal es su organización descentralizada, sin una cúpula única, que le permite reconstituirse con facilidad en cuanto se captura a algunos de sus líderes. La facción criminal dispone de varios mandos en diferentes regiones, especialmente en las favelas y el sistema penitenciario brasileño.
Si bien el tráfico de drogas es el núcleo de sus actividades, también opera con otros delitos como la venta irregular de combustible, oro, cigarrillos y alcohol. Según Infobae, con esas actividades ilícitas, en 2022 el Comando Vermelho generó alrededor de $us 27.400 millones, comparados con los $us 2.800 millones logrados con el tráfico de cocaína.
Según medios de Brasil, la facción criminal está dotada de una alta tecnología para cometer sus delitos y propiciar enfrentamientos armados.
La dictadura y una cárcel
Durante la dictadura militar en Brasil (1964-1985), los presos políticos condenados bajo la Ley de Seguridad Nacional (LSN), que preveía castigos severos para los enemigos del "orden político y social", fueron enviados a las cárceles comunes. Entonces, en Brasil se vivía una lucha armada en contra del régimen protagonizada en su generalidad por guerrillas opositoras que organizaban robos a bancos, para financiar sus organizaciones, y secuestros, para exigir la liberación de militantes capturados, reporta O Globo.
La dictadura arremetía contra sus opositores emitiendo leyes que abolían los derechos individuales de éstos para facilitar la persecución y la tortura por parte del Estado. Entre estas normas se incluyó la LSN que prácticamente duplicó la población en Ilha Grande por la presencia de presos políticos.
Todo esto llevó a que las condiciones en la prisión fueran degradantes. Los reclusos recibían una mala alimentación y carecían de artículos básicos, como los de higiene.
Sin embargo, los presos políticos, que en su mayoría jóvenes con estudios y que vivían en grandes ciudades, comenzaron a organizarse dentro de la prisión. Crearon una despensa comunitaria para recoger los alimentos que traían sus familiares y distribuirlos equitativamente entre todos. También organizaron una biblioteca, una farmacia comunitaria y eligieron un consejo de presos para que los representara en cualquier asunto que trataran con la administración penitenciaria.
Cuando querían protestar contra algún tipo de abuso, por ejemplo, llevaban a cabo huelgas de hambre que a menudo surtían efecto. Esto incomodó al gobierno militar, que se negó a reconocer la existencia de presos políticos en Brasil. Para los generales, los guerrilleros involucrados en la lucha armada eran delincuentes comunes y no debían recibir un trato preferencial.
Al ser los presos políticos mayoría, impusieron reglas para prohibir robos y violaciones, alcanzando una existencia relativamente pacífica con los delincuentes comunes con los que habitaban Ilha Grande. No obstante, en 1973, un robo provocó la separación de los grupos mediante un muro improvisado, según reporte de Infobae.
A medida que los presos políticos abandonaban la prisión hasta 1975, los delincuentes comunes heredaron formas de organización y resistencia. En el caso específico de la Falange Vermelha, hoy el Comando Vermelho, la convivencia con los militantes enseñó a sus fundadores la importancia de la unión y el desarrollo de estrategias criminales rentables.
Ese 17 de septiembre de 1979, con las armas mortales que improvisaron con palos con clavos incrustados y cucharas afiladas como cuchillos, los miembros de la Falange Vermelha pusieron su primer sello. Entonces para controlar la cárcel de Ilha Grande e implantar el terror: todos los reclusos debían unirse a la facción o enfrentar la muerte.
BD/IJ